jueves 28 de agosto de 2025
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Escolarización o educación: la lección pendiente

En la Ciudad de Buenos Aires se están desarrollando en estos días las pruebas TESBA (Test de Equidad y Seguimiento de Buenos Aires), destinadas a medir los aprendizajes en lengua y matemática de los estudiantes de secundaria. Los resultados, si se repite la tendencia de años anteriores, volverán a ser preocupantes. Pero más allá de la estadística, el problema de fondo es otro: el sistema confunde escolarización con educación.

Escolarización no es educación

La escolarización es un dispositivo que organiza horarios, materias, programas y calificaciones. Su lógica es la de la homogeneización: formar a todos por igual, bajo un mismo patrón. No es nuevo: en la Antigüedad ya existieron modelos similares, como el caso de Esparta, donde el Estado se apropiaba de los hijos para forjarlos en la disciplina militar. Allí, la igualdad se lograba con forceps, al precio de que la familia perdiera voz y voto en el proceso. La diferencia es que en aquel entonces se necesitaban guerreros disciplinados para servir al Estado; hoy, en cambio, se fabrican ciudadanos obedientes y acríticos, útiles a un sistema que valora más la repetición que la reflexión.

De este modo, el sistema asegura orden y control cultural, pero no necesariamente aprendizaje profundo ni libertad de pensamiento.

La educación, en cambio, debería ser otra cosa. Supone formar personas críticas, capaces de discutir, de comprender y de decidir. No es adiestrar, sino habilitar. No es repetir, sino pensar. Allí radica la diferencia entre una escuela que fabrica expedientes y una escuela que forma ciudadanos.

Escuela y cultura

La clave está en reconocer que la escuela no transmite solo contenidos, sino también cultura. Cada clase encierra un modo de hablar, de pensar, de comportarse; cada programa transmite valores, narrativas e identidades. Y es aquí donde aparece la verdadera disyuntiva: ¿entendemos la cultura escolar como un mecanismo de control —un único discurso oficial que baja desde arriba— o como una apertura de sentido que invita a la crítica? La primera opción produce obediencia; la segunda, libertad crítica.

La paradoja de Lutero

Esta tensión no es nueva. La historia ofrece un ejemplo revelador: Martín Lutero. En 1517, al clavar sus tesis en Wittenberg, rompió con el monopolio cultural de la Iglesia medieval. Al proponer que cada creyente pudiera leer la Biblia en su propia lengua, abrió un espacio inédito de libertad cultural.

Pero pronto comprendió algo decisivo: la cultura era un elemento peligroso. Así como lo había ayudado a cuestionar el orden vigente, también podía servir para poner en duda el nuevo orden en construcción. La libertad cultural, si se expandía sin límites, podía volverse contra la Reforma misma.

Consciente de esa amenaza,  Lutero buscó encauzar la fuerza de la cultura a través de la educación. En su carta A los concejales de todas las ciudades de Alemania para que establezcan y mantengan escuelas cristianas (1524), exhorta a crear escuelas obligatorias, financiadas por el Estado y controladas por las autoridades civiles y religiosas. Allí escribe:

“Si los gobiernos pueden obligar a los ciudadanos aptos a tomar las armas, con más razón deben obligar a los niños a ir a la escuela”.

La paradoja se hace evidente: quien liberó la cultura del control medieval terminó diseñando un modelo escolar para volver a domesticarla. La misma mano que abrió la puerta de la crítica fue la que instaló la cerradura del control.

Una advertencia para el presente

Ese espejo histórico nos sirve hoy. Si las pruebas TESBA vuelven a mostrar resultados bajos, quizás la raíz del problema no esté solo en los contenidos, sino en la manera en que concebimos la escuela: más atenta a la escolarización —al expediente, la planilla y la norma— que a la educación como formación libre.

El desafío es no repetir el camino de Esparta ni la paradoja de Lutero: sistemas que abren posibilidades pero terminan cercándolas. No necesitamos una escuela que libere con una mano y encierre con la otra, sino una escuela que entienda que la cultura puede ser control, pero también puede ser el camino hacia la libertad crítica. Porque si seguimos confundiendo escolarización con educación, corremos el riesgo de perpetuar, bajo nuevas formas, viejas lógicas de uniformidad: ayer fueron guerreros disciplinados para el Estado; hoy, ciudadanos obedientes y acríticos, iguales por decreto, pero atrapados en la repetición antes que en la reflexión.

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