lunes 21 de abril de 2025
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¡Es la ciencia, estúpidos!

La mayoría de la población vivió en un país quebrado y decadente. Hoy casi el 40% de los habitantes son pobres, y más del 50% de los jóvenes lo son, lo que amenaza nuestro futuro.

La ciencia y la tecnología son indispensables en el siglo XXI, en el que ya entramos hace rato. Es indudable el rol de la ciencia y la tecnología en el progreso. Pandit Nehru, gran estadista del Siglo XX y primer líder de la India libre decía: “Solo la ciencia puede resolver estos problemas de hambre y pobreza, de insalubridad y analfabetismo, de superstición y de las costumbres y tradiciones que nos retrasan, de vastos recursos que se desperdician, de un país rico habitado por gente hambrienta”.

Todos los indicadores mundiales muestran no solo una correlación positiva entre bienestar y desarrollo científico-tecnológico, sino causalidad entre inversión en CyT y progreso. Todos. Decía nuestro Premio Nobel Bernardo Houssay hace más de 60 años: “Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen.”

Sobran ejemplos. Corea del Sur pasó de ser un país rural pobre a ser una potencia económica tomando la decisión de abrazar la ciencia. En 1967, se estableció el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MOST) que tuvo un papel decisivo para elevar a Corea de un país en desarrollo al umbral de país avanzado en una década y media. Hacia finales de los ’80, el país se lanzó hacia la alta tecnología, gracias a nuevos programas y leyes que daban asistencia financiera y tecnológica a las empresas privadas para desarrollar tecnologías críticas de alto riesgo. Esa base sólida financiada inicialmente por el Estado permitió que las empresas privadas realizaran investigación y desarrollo internos y se redujera la dependencia de las tecnologías importadas. El gasto en investigación y desarrollo avanzó del 0,77% del PBI en 1980 al 2,33% en 1994, un nivel comparable al de las economías avanzadas de la OCDE.

Un punto importante para entender la impresionante transformación de Corea es la importancia que se le dio a fortalecer la ciencia básica en esos años críticos para generar nuevos avances tecnológicos y generar un ecosistema de investigación especializada y aplicable, en el que los privados invirtieron para potenciar la generación de riqueza. Hoy en día, Corea del Sur invierte más de un 4% de su PBI en ciencia y tecnología, manteniéndose competitiva a nivel mundial. De estos fondos, menos de 25% es aportado por el Estado. Pero lo importante es el momento crítico en que el Estado realizó una inversión de riesgo para crear el ecosistema.

Los casos de Singapur, Israel e Irlanda son también interesantes y recomiendo estudiarlos. El ascenso de China, y de países del Sudeste asiático en los últimos años en gran parte asocian a políticas de estado que han impulsado la investigación, el desarrollo y la educación superior.

¿Qué pasó en Argentina? Nuestro país tiene el gran problema de la abundancia, que nos hace creer que solamente con nuestros recursos vamos a poder crecer, en un eterno juego de suma cero, que nos ha costado caro, facilitando una alianza entre los gobiernos populistas y empresarios que temen competir a nivel mundial. Salvo excepciones, falta una verdadera inyección científica y tecnológica en nuestro país. Quiero recordar al gobierno de Arturo Illia, descrito como ”una pequeña edad de oro en las ciencias y las tecnologías” por el gran Luis F. Leloir, Premio Nobel de Química. En ese período, se invirtió un 25% del presupuesto nacional en educación, ciencia y tecnología, un índice aun hoy imbatible. Las universidades vivieron un clima de apertura e innovación como nunca antes. Se creó una masa crítica de investigadores y tecnólogos que estuvo en el origen de avances en computación, química, ingeniería nuclear y geología.

De hecho, los mapas del Dr. Catalano, realizados en esa época, fueron utilizados para la prospección del litio, y se creó el Comité para el Estudio de Factibilidad de Centrales Nucleares, que serían puestas en marcha años después. Se afianzó la idea de la autonomía tecnológica a partir de una base científica sólida y una educación de calidad. Esa base permitió sobrevivir a los años negros de dictadura, y refundar universidades y centros de investigación a la vuelta de la democracia.

En el último cuarto de siglo debe rescatarse la recuperación del CONICET y el aumento de presupuesto para el área durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Uno puede estar en desacuerdo con la asignación de recursos, con la preeminencia del CONICET sobre universidades, o con políticas que han inflado el número de investigadores. En el medio hubo recortes, pero lo cierto es que en general se fortaleció a la comunidad y se tendió a jerarquizar el sector.

Aún así, el presupuesto y la gestión no lograron aumentar la productividad suficientemente rápido, y no hubo un involucramiento relevante del sector privado. Pese a estas inversiones, retrocedimos en el mapa. Hace décadas, Argentina reinaba en Latinoamérica, hace 25 años Brasil y México comenzaban a generar más conocimiento que nosotros y hoy, países como Chile y Colombia nos superan, tanto en producción científica como en innovación. En esos países, la paciente inyección de una política científico-tecnológica da frutos en sus economías. ¿Qué demuestra esto? Que la política científico-tecnológica es mucho más que asignar fondos y programas. Se trata también de establecer misiones, prioridades, formar recursos humanos, trasladarlos a los sectores productivos, etc. Argentina se ha quedado atrás posiblemente por pocos recursos de manera deficiente. Sin embargo, lo que está haciendo el gobierno actual con el sector es un crimen, dado que el desprecio y la improvisación de las acciones de gobierno se combinan en un cóctel mortal, que dañará la capacidad de nuestro país de desarrollarse de manera autónoma en un mundo altamente competitivo.

Es muy importante recalcar que la competencia por desarrollo científico-tecnológico hoy en día es feroz, y toma recursos de donde sea, para lograr objetivos. Hoy en día, en las potencias no se discute si invertir o no en ciencia, sino en cómo gestionar mejor su impacto en la sociedad. Se piensa en cómo colonizar Marte, en cómo alimentar diez mil millones de seres humanos, en cómo afrontar los desafíos del clima y ambiente, en cómo lograr una producción sustentable de energía, bienes y alimentos, en cómo comunicarnos al instante, y en cómo automatizar tareas. El impacto tremendo de la inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología y la neurociencia es evidente. Pero también las ciencias sociales y humanas desarrollan herramientas para entender, y quizás también para controlar a la sociedad. Pero eso siempre se asienta sobre una base sólida. Los avances de Apple, Google o de Space X son impensables sin la teoría general de la relatividad, las junturas semiconductoras, las cadenas de Markov o las décadas de investigación de la NASA. Que dicho sea de paso, es la responsable de un gran porcentaje de los materiales que usamos diariamente.

Hoy tenemos que decidir si seremos meros usuarios de tecnologías que avanzan de manera avasallante, o si seremos capaces de moldear el mundo que viene a partir de nuestros conocimientos y desarrollos tecnológicos. Es ahora que tenemos que actuar, para no arrepentirnos dentro de veinte años.

Al respecto de la ciencia en nuestro país, nuestros dirigentes muestran una dualidad notable.

La Cámara de Diputados, en febrero de 2021, en plena pandemia, votó la LEY DE FINANCIAMIENTO DEL SIST. NACIONAL DE CIENCIA, TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN por 189 votos a favor, CERO en contra y 2 abstenciones (53 ausentes). La ley 27614 indica que el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación de la República Argentina es de interés nacional, y que debe destinarse una fracción creciente del presupuesto a su financiación.

En octubre de 2023, previo al cambio de gobierno, se aprobó en esta misma cámara el PLAN NACIONAL DE CIENCIA, TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN 2030, con 156 votos afirmativos, CERO en contra y 2 abstenciones (83 ausentes).

Esto quiere decir que los representantes del pueblo votaron por favorecer a la ciencia como motor del avance del país. Hoy en día, ambas leyes son letra muerta.

La política actual del gobierno en CyT consiste en cerrar la canilla a todo el financiamiento de la ciencia. Apelando a todos los mecanismos posibles, que incluyen desfinanciamiento, hostigamiento, y, desde la gestión, pretendida inoperancia y exceso de burocratización. Han puesto cuanto palo en la rueda es posible, a sabiendas. Las leyes votadas con entusiasmo y por unanimidad, hoy se violan.  El gobierno actual, no solo ha desfinanciado la ciencia basándose en la necesidad de su déficit cero. Además, ha hecho alarde de la destrucción del sistema científico-tecnológico del país, y se ensaña con la comunidad científica. Esto se desprende de las constantes agresiones y ninguneos que hablan de una “casta de científicos ñoquis”, cuando se refieren a colegas que han obtenido sus cargos por concurso de antecedentes y sus fondos vía convocatorias a proyectos altamente competitivas.

Uno puede preguntarse si la situación actual se da por mera ignorancia, prejuicios, desidia o simple frustración por no comprender cómo progresan los países, y cómo se vuelven prósperos en nuestros tiempos. La respuesta no asombra: “¡es la ciencia, estúpidos!”.

Frente a la defensa de las instituciones científicas y tecnológicas, se nos responde desde las tribunas de Twitter con una frase hecha, henchida de ignorancia: “no podés darte el lujo de destinar dinero a Ciencia y Tecnología cuando los chicos del Chaco mueren de hambre”. Esta gran falacia, fácil de escupir cuando uno no se molesta en pensar, lamentablemente tiene muchos seguidores y entusiastas terraplanistas que la repiten como un mantra.

Hoy en día, ante este triste panorama, los científicos se van, primero los más jóvenes, los más capaces. Luego se irán los otros, en busca de horizontes más prometedores. Lo que tenemos que ver es que muchos se irán a engrosar las filas de países que ya compiten con nosotros para mejorar el valor agregado de sus productos. Los científicos no somos seres superiores, sino seres humanos que respondemos al mejor de los incentivos de vivir dignamente, y con reconocimiento de la sociedad a la que contribuimos.

En la actualidad, y pese a los vaivenes de las políticas del sector en los últimos 50 años, existe un rico ecosistema conformado por universidades, instituciones de investigación y empresas, que tienen el potencial de aplicar el enorme poder que la ciencia y las tecnologías tienen en nuestro siglo para hacer avanzar a nuestro país. Tenemos ventajas en tecnología nuclear, espacial, farmacéutica, agropecuaria y petrolera. La pandemia nos demostró que los conocimientos en biotecnología, nanotecnología y ciencia de datos ayudaron a predecir contagios, generar vacunas, antivirales y testeos en tiempo récord. Argentina debe apoyarse en la ciencia, y adoptar políticas y legislación basadas en la evidencia, para mejorar su perfil productivo, explotar sustentablemente sus riquezas y proteger el ambiente.

No tenemos que dejar caer esta comunidad de gente talentosa y motivada. Es ridículo detener al financiamiento mínimo del sector aún por un problema contable o financiero. Gran parte de los problemas del sector se convertirían en oportunidades y crecimiento si se comienza a ejecutar el presupuesto de manera adecuada, si se respetan las leyes votadas. Nuestros gobernantes harían bien en calcular el capital humano altamente calificado que se pierde (y que otros ganan) gracias a sus decisiones erróneas. Ese capital humano puede arraigarse en otros destinos y crear conocimientos y riqueza, que no impactará sino marginalmente en el país.

La sociedad, por otro lado, valora altamente a sus investigadores. Lo dicen todas las encuestas de opinión. Es hora de que el gobierno dé un giro y comprenda que no se debe destruir al sistema de ciencia, tecnología y educación superior. Son décadas de inversiones que se arruinan muy pronto, y tardan en reconstruirse.

Como decía Houssay: “la ciencia no es cara, cara es la ignorancia”. Es hora de aprovechar la riqueza de nuestros conocimientos para que dejemos de ser un país rico habitado por personas pobres. Para que nuestros hijos se queden a construir el futuro en lugar de pensar en emigrar.

Es hora de quitarle el cepo a la ciencia, para que nos dé sus momentos más brillantes, y para que nos guíe en la recuperación no solo económica de nuestro país, sino educativa, intelectual y moral.

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