A dos meses de asumir, el presidente Alberto Fernández no encuentra el sosiego imprescindible para tomar decisiones que son decisivas. Se sabía que la masa de votantes que lo consagró era más bien un archipiélago, distintos grupos con distintas visiones políticas, que vienen mostrando tensiones entre si desde el primer momento.
Las semanas siguientes a la toma de posesión mostraron ideologías contrapuestas. Todo ello acumuló tironeos. Se presenciaron y escucharon distintos criterios sobre el destino de los que estaban en prisión tras las investigaciones judiciales, las desprolijidades en la cuestión de la Seguridad, el odio hacia el Fondo Monetario Internacional de unos frente a la urgencia de negociar con habilidad para que el país no caiga en el abismo de un default.
Y a todo eso se suma un nuevo formato para ejercer el poder en la Argentina. Cristina Fernández, vicepresidenta, fija criterios que luego sale a avalar Alberto Fernández, el presidente. O se contradicen. Ese formato de gobierno no figura en la Constitución Nacional. Por lo cual se desgasta el gobierno en su totalidad.
Alberto Fernández viajó a Europa, creó buenos puentes con distintos dirigentes, pudo conseguir la comprensión sobre los padecimientos de nuestro país. En los días siguientes, sin embargo, la “interna peronista” le borró su sonrisa por el abuso de declaraciones.
Desde Cuba, en una disertación, sólo por atacar a un enemigo, Cristina habló de las “raíces mafiosas italianas” de Mauricio Macri. Obtuvo un repudio inmediato de las autoridades de la península, las mismas que le habían puesto alfombra roja unos días antes al presidente argentino.
Son situaciones que llevan al presidente a declarar con un indeseable desgaste: “No hay doble comando, el final decido yo. Yo tengo la lapicera y los cartuchos de tinta”.
¿Qué se entiende por ello? Que hay un presidente que busca atenuar los dolores de la negociación de la deuda pero la vicepresidenta y el resto de la interna no ayuda. Para los temas complejos y pesados está Alberto, para mantener las viejas banderas del kirchnerismo y el cristinismo está la vicepresidenta.
El entuerto lleva a que Alberto Fernández no tome en cuenta ciertas necesidades de política exterior. O las descuide. Un ejemplo fue el viaje del canciller Felipe Solá para recrear un puente con Brasil, el principal socio comercial de la Argentina.
El presidente Jair Bolsonaro, después de algunas diatribas contra el Frente que ganó las elecciones argentinas aceptó un encuentro con Alberto Fernández el día de asunción, en Montevideo, de Luis Lacalle Pou, nuevo presidente uruguayo. El propósito de los dos países es, sin duda, mejorar los vínculos comerciales e industriales del principal socio en el Mercosur. Alberto Fernández contestó que ese día no podía porque coincidía con la apertura de las sesiones ordinarias del Parlamento. Una respuesta que se parece más a una partida de ajedrez que a las urgencia de un entendimiento de ahora en más.
La cuestión principal desde el primer momento es negociar lo mejor posible el castigo de la deuda externa. Cristina sugirió al Fondo Monetario una quita y los directivos del organismo le contestaron que de ninguna manera. Alberto Fernández se sumó un día después a la propuesta de la vicepresidenta.
¿Es posible la quita imprescindible? ¿Se puede negociar? Para empezar a hablar el gobierno argentino no tiene fondos. El FMI no dará un paso si la Argentina no presenta un plan de reestructuración de la deuda, un programa de acción. El Ministro Martín Guzmán no puede decir nada más de lo que dijo en el Congreso. Y está impedido de hacerlo porque no sabe la estrategia del organismo financiero.
Por supuesto Guzmán, un experto en reestructuración de la deuda y con excelentes antecedentes desea que se conozca una sola voz, una sólo línea de acción. Necesitado de ayuda frente a las críticas, el Ministro de Economía incorporó a su equipo de trabajo a Daniel Heyman, su mentor argentino, un experto reconocido mundialmente, en estos días profesor en la Universidad de San Andrés
Que el gobernador Axel Kicillof intentara sacar ventajas frente a una obligación, para luego resultar dominado, pagando el total del compromiso no ayuda a la estrategia nacional. En la tormenta de los compromisos resulta imprescindible seguir una sola línea de acción.
El cronograma de Guzmán tiene como plan de trabajo concluir las negociaciones al final del primer trimestre de este año. Los especialistas indican que si Guzmán no prepara un plan económico, aclarando la obtención de un superávit fiscal más un “milagroso crecimiento” del Producto Bruto Interno se frustraría el diálogo entre las partes.
¿Podrá hacerlo si el Fondo opone críticas constantes a la forma y el tiempo de juntar 44.000 millones de dólares que recibió el país? ¿Aceptará el FMI su propia responsabilidad como financista?
Este no es el momento de polémicas pero la anterior gestión de Mauricio Macri (ahora dedicado al fútbol) y sus hombres en el gabinete cometieron un error grave al firmar semejante obligación sin prever los tiempos económicos que se fueron sucediendo. El PRO se comprometió a cumplir con la devolución de la ayuda entre 2022 y 2023 Ahora es tarde para arrepentimientos.
Paralelamente, los funcionarios del Fondo no se proponen mandar a la quiebra a la Argentina (con un default) porque ponen en riesgo sus carreras. En el sistema financiero todos quieren salir bien parados más allá de las circunstancias difíciles. El FMI viene perdiendo imágen. No supo resolver con rapidez la crisis asiática de 1997 y no previó la crisis mundial de los créditos basura diez años despues
Justamente esto ocurre en un momento de conflictos comerciales en el mundo al mismo tiempo que Argentina necesita indispensablemente divisas a través de las exportaciones.
Publicado en Infobae el 16 de febrero de 2020.