Se cierra una etapa del gobierno. Los primeros seis meses fueron una continuación de la campaña electoral, con una situación abierta de histeria psicoanalítica, marcada por el mantra de la motosierra que venía a destruir, sin tener claro si todo, parte, qué ni cómo.
KANT distinguía entre quid facti y quid juris, el mundo de los hechos y el del pensamiento.
Gobernar es la capacidad de asociarlos, de trazar una trayectoria exitosa desde el pensamiento (un plan de gobierno) a los hechos. El riesgo de quedarse en el dogma se refleja en el lema del Mayo del 68 francés: soyons réalistes, demandons l´impossible (somos realistas, demandamos lo imposible); quedarse en el infinito irrealizable de la teoría.
Con la probable aprobación de la ley de Bases se abre un nuevo escenario donde se acaban las excusas, especialmente con la delegación legislativa. El mayor logro hasta acá es
ontológico: una sociedad que aceptó mayoritariamente la propuesta del esfuerzo para
salir de la ciénaga en las que nos metió el despilfarro de un sistema agotado. Pero sería
miope hacer caso omiso de los desafíos por delante, que explican el estado vacilante de la
inversión.
Es que si se presta atención a las principales áreas, aparte de la económica, el signo distintivo es el amateurismo, disimulado por la baja de la inflación y el vocerío en redes. En educación, una marcha multitudinaria por recortes estratégicamente inexplicables; en salud, epidemia del dengue, sin respuesta articulada; en acción social, medicamentos y alimentos venciendo en galpones; en relaciones exteriores, viajes y declaraciones incongruentes y ofensivas, sin medir deudas vigentes ni consecuencias de mediano plazo; en trabajo, huelgas (justificables y no) en medio de desempleo y recesión creciente.
Y se podría seguir abundando, con eyecciones inesperadas de jefes de gabinete y tembladeral de ministros.
Pero el punto no es solo mirar el vaso lleno de yerros. Se trata de que el gobierno está en un punto de quiebre, y toda la sociedad argentina a la par. Para entender la razón, hay que volver a la distinción kantiana, y destacar que entre el mundo de las ideas y los hechos están las instituciones, que hacen de polea de transmisión para permitir que las ideas se vistan de realidad, sin poner en peligro la paz social. Aparece aquí la tentación del atajo para unir hechos con ideas en toda su dimensión, que mostró su condición de posibilidad con las postulaciones para la Corte Suprema, que tiñen de grave sospecha el vínculo con la justicia, si se enmarcan con la sentencia desorbitada en la causa “Cuadernos”.
Y aquí la paradoja que describe mejor que nada el umbral en el que está la Argentina: se festeja la aprobación agónica de una ley después de un semestre de intentos frustrados, revelando un logro elemental: un vínculo institucional con el Congreso que funciona y se respeta. Pero si mira el otro poder, la justicia, no se termina de vislumbrar si es el camino elegido para enmendar errores y proyectar futuro estable, justamente cuando la única salida es empezar a gobernar en serio.
La realidad no se cambia solo con gotas de tinta; tampoco con atajos que llevan al precipicio institucional. Hace falta gobernar con ideas claras y distintas, sí; con pragmatismo, también. Con ética, siempre, de la convicción y de la responsabilidad.