Tal como se había anunciado el pasado septiembre, en la noche del miércoles 1º de octubre la Navidad llegó puntualmente a ese país idílico que es Venezuela. Con ella, las calles se iluminaron, se encendieron fuegos artificiales, la gente se disfrazó y agitó sus bengalas, y proliferaron los buenos deseos de paz, prosperidad y felicidad, acompañados del Burrito Sabanero y otros villancicos plagados de sentimientos beatíficos. No es la primera vez que ocurre algo así, ya que, por los motivos más variados, los festejos se vienen adelantando desde 2013, coincidiendo con la llegada de Nicolás Maduro al poder. En aras de fortalecer el discurso bolivariano, el hecho fue presentado como una tradición chavista en defensa del “derecho sagrado a la felicidad”.
En esta ocasión, con el trasfondo del gran despliegue naval y aéreo de Estados Unidos ante las costas venezolanas, el mensaje de Maduro intentó ser firme y contundente: “Nadie podrá arrebatarnos la paz, la tranquilidad con guerra económica y mediática, presiones territoriales y artimañas impuestas por el imperio”. Sin embargo, en el contexto de la “revolución del amor” y de la “perfecta fusión popular-militar-policial” imperante en el país, el adelanto navideño llegó dos días después de la firma de un decreto de conmoción externa que, ante las amenazas imperiales, otorgó facultades especiales a Maduro en materia de seguridad y defensa. En román paladino, esto supone lisa y llanamente una vuelta más de tuerca en materia represiva contra todos aquellos que osen levantar la voz o enfrentarse al gobierno. Semejantes medidas se vieron acompañadas por nuevas divisiones en una oposición cada vez más debilitada, pese a los titánicos esfuerzos de María Corina Machado y sus seguidores por mantener la lucha y seguir resistiendo.
La voluntad de Donald Trump de asimilar los carteles de la droga con “organizaciones terroristas extranjeras” y de combatirlos de forma contundente con todos los medios militares a su alcance solo ha servido, de momento, para fortalecer a Maduro. Después del gran fraude que acompañó la elección del 28 de julio de 2024, que lo atornilló en el poder, emergió un líder tocado y debilitado. Cuando se hundió la primera lancha que supuestamente transportaba drogas, nos preguntábamos por los reales alcances del gran operativo montado por Estados Unidos. La pregunta tenía, y sigue teniendo, gran importancia a la vista de lo imprevisibles que suelen ser las reacciones del presidente norteamericano.
Prácticamente descartada la invasión, por sus elevados costes materiales y especialmente humanos, quedaban algunas otras opciones, como el bombardeo puntual de objetivos seleccionados como el Palacio de Miraflores, un ataque comando tratando de capturar o asesinar a los principales dirigentes chavistas, o el acoso constante al régimen buscando la ruptura del bloque militar, el principal sostén del régimen, algo que de momento no se intuye.
La movilización de la flotilla naval, incluyendo un submarino nuclear, y el despliegue de un escuadrón de aviones caza F-35 supone un elevado gasto diario valorado en varios millones de dólares. Una pregunta repetidamente formulada es durante cuánto tiempo se podrá sostener algo así sin que empiecen los cuestionamientos internos dentro de Estados Unidos. Otra se vincula a la gestión del día después, a lo que podría pasar si se materializa alguno de los objetivos previamente apuntados y se logra el colapso del régimen o su reemplazo. ¿Quién o quiénes coordinarán y dirigirán la nueva etapa? ¿Cómo se financiaría la operación? ¿Durante cuánto tiempo? ¿El nuevo gobierno sería apoyado con tropas sobre el terreno para sostenerlo y mantener el orden público?
Hay otra dimensión que hay que incorporar al análisis, y es el de la resistencia chavista. ¿Durante cuánto tiempo se podría mantener? ¿Hasta dónde podría llegar en su intento de contrarrestar a las fuerzas que buscan su relevo? ¿Serían capaces Maduro y sus principales apoyos, en su desesperación ante una derrota inevitable, de recrear la Guerra a Muerte impulsada en su día por Bolívar, destruyendo incluso buena parte de lo que queda de la industria petrolera? ¿Cuáles serían sus principales respaldos internacionales?








