Casi siempre lo mejor se guarda para el final.
Vino una sobreviviente del holocausto a recordarnos que si alguien es salvado es porque hay otro que corre el riesgo de salvar. “Nadie se salva solo”, repitió como una letanía que no pertenece a ninguna fuerza política sino a un personaje de Oesterheld que nos pertenece a todos.
El lunes se abrazaron en el escenario de la Martín Coronado tres presidentes uruguayos que vinieron a “enrostrarnos” amigablemente que el buen trato y la convivencia cívica no están reñidas con la gestión de la república.
El lunes vi un jefe de gobierno que a la luz de los hechos actuales, se expresó como un líder socialdemócrata. ¡Cómo estamos!
Vi periodistas, actores, productores, gestores, mujeres aguerridas que luchan por la paz, adolescentes de Latinoamérica que sueñan y proyectan.
Vi algunos que fueron menos aplaudidos que otros.
Y casi al final de una larga entrega de premios que a la sazón no se hizo larga, le tocó el turno a Luis Quevedo, editor y periodista, ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, subir al estrado y recibir de manos de María Luisa Storani el Premio Anna Frank, por su contribución a la publicación de testimonios escritos y a la divulgación de los valores de respeto y convivencia entre las personas.
El discurso de Luis Quevedo marcó tres claros estamentos en menos de tres minutos: Agradecimiento, trabajo en equipo, el valor de la palabra y que ojalá nos parezcamos un poco a los uruguayos.
Visiblemente emocionado, el responsable de la Editorial de la Universidad de Buenos Aires, agradeció el premio y lo dedicó a su equipo, a la editorial y a la universidad, instancias con las cuales se mantiene vivo el legado y los valores que impregnan la obra de la niña Anna Frank.
Como se mencionó durante el evento, ochenta años después, el diario de una adolescente, entre los trece y los quince años, oculta junto a su familia en una habitación secreta en una casa en Amsterdam, nos sigue reuniendo e interpelando. Pero el diario se hizo libro y esa es la tarea de los editores: hacer libros. Hacer cosas con las palabras. En la semana de Pentecostés (en Holanda el lunes pasado fue feriado porque se recuerda que la gente pudo entenderse aún hablando diferentes idiomas) Luis nos habló del valor de la palabra. Nos hizo pensar en Austin y los realizativos: las palabras hacen cosas. Nos hizo pensar en Saussure y su arbitrariedad del signo pero más en Mc Luhan: las palabras no son autónomas, tienen color y sabor. No es lo mismo decir “escorpión” que “tarta de frutilla”. Nos llevó de paseo por el bello escrito de Pablo Neruda sobre el idioma español, sin olvidar que estábamos en una fiesta global.
Luis se define como editor, y los editores trabajan con palabras. Y las palabras sirven para herir y para consolar, para crear o para destruir. Alguien usó la palabra para proteger a la familia de Anna Frank, y un vecino usó la palabra como delación.
Las palabras de violencia son violencia. Las amenazas no son opiniones. Son acciones que amedrentan. El nazismo nació como discurso de odio. Todo está en la palabra. Las palabras construyen convivencia, por eso, Luis Quevedo nos insta a cuidarlas.
“Solo cuidando las palabras, vamos a poder vivir en una sociedad plural en la que la comprensión, la convivencia y la aceptación de lo diferente, sea el paisaje común”.
Uruguay es un modelo de sociedad que cuida la palabra y eso se refleja en su modelo de convivencia. Creo que hasta Novaresio mencionando a Jacques Derridá se anticipó al discurso de Quevedo, ya que aceptar el pensamiento de los otros es un acto de soberbia. ¿Qué sé yo del pensamiento de los otros? Derridá nos invita a un modelo de ignorancia: “Yo no sé nada de vos, pero te acepto y te amo porque sos igual a mí”.
¿Cómo percibo el mundo en la semana de la revelación de la palabra en Pentecostés? Como la celebración del entendimiento entre las personas, como si durante unas tres horas hubiéramos suspendido todas las actividades de nuestro pobre mundo para brindar una ceremonia en comunidad, en la que un montón de gente importante, un jefe de gobierno, tres presidentes uruguayos se congregaron en el Teatro San Martín, para otorgarle el Premio Anna Frank a nuestro amigo Luis Quevedo.