martes 26 de noviembre de 2024
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El trilema de Oppenheimer y la encrucijada argentina

Acaso parte del arrollador auge de la cinta Oppenheimer se deba a que plantea el más arduo trilema técnico, político y ético que haya enfrentado jamás el hombre: la disyuntiva entre disponer o no de la capacidad de destruir a la humanidad, antes reservada a los dioses, como cuando Prometeo robó el todopoderoso “fuego divino” de la fragua de Vulcano para obsequiárselo a los hombres que vagaban miserables por la Tierra.

En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi era la única potencia capaz de desarrollar cohetes de largo alcance (los devastadores V-1 y V-2 que alcanzaban Londres), y trabajaba sin pausa en el ultrasecreto plan de un “arma final” con la cual evitar la inminente derrota del Tercer Reich. El gobierno de Estados Unidos fue convencido por varios científicos de primer orden, entre otros, Einstein y Oppenheimer, de la necesidad de ser los primeros en dominar dicha tecnología. A medida que avanzaban, algunos de aquellos genios, atribulados por sus horrorosos alcances, se arrepintieron y propusieron en público detenerse unilateralmente o acordar con la URSS un compromiso mutuo de no avanzar hacia un uso militar atómico, aunque sin éxito, como lo confirmaron Hiroshima y Nagasaki, consolidándose hasta la fecha un sistema en el que esa capacidad destructiva está reservada a un puñado de superpotencias nucleares.

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