lunes 30 de diciembre de 2024
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El Senado nacional, la “mala bestia”

Senatores boni viri, senatus mala bestia, Los senadores son hombres buenos, el Senado es una mala bestia”, escribió allá lejos y hace tiempo Cicerone que pagó con su vida por combatir la tiranía, defender la República y la libertad.

Dos siglos y medio nos separan del genial filósofo y político. Sin embargo, porque tuve el privilegio de sentarme en una de las bancas del Senado argentino entre 2009 y 2015, puedo entender el significado de tamaña observación.

A lo largo de todo ese tiempo aprendí a distinguir entre las buenas personas con vocación de servicio y aquellas que se niegan a sí mismas porque entregan la razón y el sentido democrático a los que se apropiaron de la institución, impusieron las normas y los vicios, y ante cada reclamo responden “ Es así”, o “son los usos y costumbres”.

¿Alguien puede invocar a la tradición cuando tenemos solos cuatro décadas de vida institucional, y en los últimos veinte años, el ejecutivo manejó las votaciones con un control remoto, bestializó el debate con la imposición de la mayoría y llenó los cargos con militantes y parientes.

Porque estoy entre los que no cobramos jubilación de privilegio, bien canceladas tras las furias del 2001, me insulta también la bochornosa sesión del aumento de las dietas porque lo que aumenta, en realidad, es la desafección de los ciudadanos con la política.

Al reducir la vida parlamentaria a la dieta de los legisladores, la que se devalúa y degrada es la misma idea democrática porque se la mide por sus gastos, sin que se termine de Jerarquizar la casa política por excelencia de la democracia, el Congreso de la Nación. El lugar donde se toman decisiones que afectan nuestra vida , el “espectáculo más atrayente” que nos es dado contemplar cuando es, a la vez, “academia, universidad, cátedra de controversias, seminario de investigaciones, tribunal de justicia y vehículo de información.

La historia de nuestro Congreso es la historia de nuestra Nación, y en sus bancas—bancas de nadie que nos pertenecen a todos—encontramos los altibajos de nuestro destino”.”, como describió Ramón Columba, taquígrafo y dibujante, un observador privilegiado del debate parlamentario de la mitad del inicio del siglo XX.

Para mí fue todo eso. Fui hija política de la debacle del 2001 y ese grito de furia “que se vayan todos”. La bisagra entre la esperanza de la democracia recuperada y el tiempo en el que regreso la ira, el miedo y el cinismo. Esa brecha que se abrió debajo de nuestro caminar colectivo. Ningún curso de ciencias políticas, ni el conocimiento que tenia de los despachos como periodista me dieron la visión directa, práctica de la vida política escenificada en el Congreso de la Nación en la tercera década democrática.

Un privilegio de aprendizaje y testimonio. Pero no fui una periodista que se disfrazó de senadora para contar después como son los legisladores. Viví con entrega y pasión ese privilegio de haber integrado el Congreso de la Nación.

A poco andar descubrí como se fue consolidando un poder personalista, autoritario, a expensas de domesticar al Poder Judicial, manejar el Congreso desde el Palacio del gobierno y chantajear emocionalmente con la causa de los derechos humanos. Lejos de restituir su importancia republicana y democrática, el senado de mi tiempo siguió siendo una institución devaluada.

En cuanto en el ejecutivo la herencia recibida sirve para justificar las decisiones mas incomodas, poco se repara en el daño legislativo de una concepción de poder plebiscitaria, mayoritaria que vacío la idea misma del parlamento.

La democracia es generosa. No establece requisitos de idoneidad. Nadie aprende a ser legislador salvo la vocación personal, íntima, responsable, y saber que la banca no nos pertenece. Son las buenas personas hasta que se las come la “bestia” de la Institución distorsionada por el nepotismo, las dinastías de provincia y una cultura política de obediencia partidaria con los ojos puestos en la próxima elección. Si se ignora la importancia de la función legislativa ¿por qué la ciudadanía va tener más cuidado a la hora de elegir?

Mi paso por el Senado me enseñó el daño que hacen a la democracia los malos políticos, y por qué son importantes para un país las buenas personas capaces de reunir en un mismo lugar a individuos que quieren cosas diferentes pero deben ser capaces de hacerlas juntas.

La política actúa sobre las discrepancias para evitar que se conviertan en divisiones. Las sociedades se construyen sobre esas diferencias y todos somos responsables. En un país como el nuestro atravesados por las crisis económicas que siempre son políticas necesitamos también de buenos periodistas que no sean correveidiles de los despachos ni encuesta dependientes y ciudadanos que sepan a quien votan y luego controlen.

Virtudes personales que tienen consecuencias públicas La realidad es mucho más rica y compleja que el numero de la macroeconomía porque como advirtió Adam Smith que de libre mercado y riqueza de las naciones sabía, “En el espíritu comercial, las inteligencias se encogen, la elevación del espíritu se hace imposible porque se desprecia la instrucción”.

Si el parlamento efectivamente fuera menos “bestia”, sobre nuestra mejor identidad, la educación pública, el debate en torno a la universidad debiera trascender las partidas y las chicanas ideológicas para que las inteligencias se expandan, los espíritus se eleven en beneficio de la mejor universidad.

Publicada en Clarín el 26 de abril de 2024.

Link https://www.clarin.com/opinion/senado-nacional-mala-bestia_0_Tn15VysV2T.html

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