En una hora trascendente para el destino de la república como es esta secuela de una compulsa nacional cuya temática giró en torno al rol del Estado, y en la que se impuso mayoritariamente la política de reducirlo por sobre la de continuar expoliándolo, el Servicio Exterior de la Nación (SEN), el brazo externo y el servicio público mejor preparado con que cuenta el Estado argentino, se encuentra, como su nombre lo indica, al servicio del Estado, naturalmente, de uno mejor.
Más de un centenar de representaciones diplomáticas y consulares y un millar de funcionarios profesionales –desde jóvenes diplomáticos a los que se ha seleccionado imponiéndoles elevados requisitos académicos, personales y de honorabilidad, hasta jefes de misión a los que se les exigen entre 30 y 40 años de experiencia profesional en el mundo– velan por los múltiples intereses de los argentinos en la compleja trama de las relaciones internacionales (comerciales, económicos, financieros, políticos, turísticos, consulares, deportivos, culturales, jurídicos, religiosos, etc.), en todo el globo, aun en los lugares más inhóspitos y en las condiciones más adversas, pues los recursos en el exterior son escasos y los destinos diplomáticos en los que tienen visibilidad constituyen una minoría en este mundo sumergido en las más diversas y graves circunstancias.
Si bien la performance del SEN se demuestra con un incesante y silencioso desafío diario, sin feriados ni huelgas, que como pocas otras profesiones rinde examen las 24 horas de los 365 días del año, podría ejemplificársela con dos sucesos actuales, concretos y simbólicos. Uno es que el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), cuna de la diplomacia profesional argentina, cumple 60 años formando a quienes llevan a cabo, con idoneidad, profesionalismo, abnegación, vocación de servicio y numerosos éxitos, la política exterior argentina.
El otro ejemplo radica en una noticia reciente que ha ocupado las portadas de todos los medios internacionales: el embajador Rafael Grossi, miembro conspicuo de ese SEN, acaba de ser reelegido como director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), máxima institución en una materia que es prioridad absoluta de la agenda mundial –pues está vinculada a la seguridad, es decir, la vida o la muerte de los Estados–, lo cual se debe a varias razones íntimamente vinculadas con las referidas cuestiones del rol del Estado y del SEN: en primer lugar, porque, además del talento del embajador Grossi, él es producto de la formación recibida en el ISEN (promoción XIX); en segundo lugar, porque fue forjado (por entonces, un joven diplomático) en la prestigiosa política de seguridad externa creada por el presidente Alfonsín (una de las escasas políticas de Estado con que cuenta la Argentina); en tercer lugar, porque esa política distingue al país en el mundo entero, como productor y exportador responsable y confiable de tecnología nuclear, así como actor altamente comprometido en todos los foros atinentes a la no proliferación, la paz, el desarme y la seguridad mundial.
En esta circunstancia decisiva, es de esperar que no se subestime ni se dé por sentado al SEN, pues esta poderosa herramienta de política exterior con que cuenta el Estado argentino ha requerido de muchos años y esfuerzos para ser conformada y porque, como lo demuestran todas las potencias exitosas de la Tierra, sin un servicio diplomático profesional es imposible alcanzar la inserción en el mundo que exige como condición sine qua non el desarrollo del país.
Publicado en La Nación el 13 de diciembre de 2023.
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