¿La prensa norteamericana ha sucumbido a la “banalidad de la locura”? ¿Está fingiendo demencia con Donald Trump, contribuyendo a “normalizar” a un peligroso autócrata?
Las del 5 de noviembre serán las elecciones más cruciales en la historia de Estados Unidos. Después del profundo debate que estalló sobre el rol de la prensa –con sus presuntos errores– durante el ascenso de Trump a partir de 2016, y la subsiguiente guerra abierta contra lo que él bautizó como “el enemigo de la gente”, el país enfrenta una nueva encrucijada. Y, como todo lo que sucede en Estados Unidos, tiene claras implicancias globales. ¿Cambian las reglas del periodismo cuando lo que está en juego es la democracia? ¿Es el principio del fin del periodismo con objetividad y están en duda los viejos valores de las coberturas con equilibrio? Incluso algo más relevante: ¿quién define cuándo está en juego la democracia?
Trump no oculta lo que es. No hay ningún misterio. “Seré un dictador desde el día uno”, dijo el hombre que enfrenta 91 cargos en los tribunales. Sugirió que Mark Milley, exjefe del Estado Mayor Conjunto, debería ser ejecutado por traición. Afirmó que en su gobierno los rateros serían asesinados antes de salir por la puerta, al estilo Duterte en Filipinas. Repitió la retórica antiinmigración de Hitler. Admitió que usará la Justicia como arma personal de venganza. Dijo que alentaría a Rusia a atacar a cualquier aliado de la OTAN que no esté al día con sus pagos. Opinó que los inmigrantes son “animales”.
Es apenas una muestra pequeña. Su retórica explosiva ha ido en aumento, semana tras semana. ¿Cuánto de esto salió en la portada de los diarios o en los lugares destacados de los sitios norteamericanos? Poco y nada.
En un impactante ensayo publicado a fines del año pasado, Brian Klaas, profesor de Ciencias Políticas en el University College de Londres, afirmó que la prensa norteamericana ha caído en la “banalidad de la locura”. El término, un guiño a Hannah Arendt, se ha extendido como un grito de guerra contra algunos medios, incluso los más prestigiosos, como The New York Times.
“Los argumentos para amplificar la locura de Trump” es el título del ensayo, en el que Klaas, que estudia en profundidad la violencia política en el mundo, afirma que la prensa norteamericana no está a la altura del momento. “Son tiempos peligrosos. Los escándalos de Trump se han vuelto predeciblemente banales. La prensa, que en 2017 informaba sobre cada uno de sus tuits, ahora ignora incluso las propuestas más peligrosas de un autoritario que está a punto de volver a convertirse en el hombre más poderoso del mundo”, alerta. “El mayor peligro es que hay una asimetría entre cómo la prensa trata a Joe Biden, con las viejas reglas, y cómo lo trata a Trump, simplemente porque es tan extravagante”, afirma Klaas.
Marty Baron, posiblemente una de las personas que más sabe de los desafíos para lidiar con un líder como Trump después de dirigir durante ocho años The Washington Post, coincide en que lo que viene es peligroso. “No hay dudas de que Trump representa una amenaza para la democracia. Habla abiertamente de implementar políticas que son autoritarias por naturaleza. Creo que podemos esperar que haga exactamente lo que dice, o incluso peor”, afirma a LA NACION Baron, autor del libro Collision of Power. “Los planes de Trump, de hecho, son lo que hemos visto en otras partes del mundo de aspirantes a autoritarios”.
Baron no comparte las críticas a los medios tradicionales por la cobertura de estas pulsiones autoritarias de Trump. “Creo que ha habido una extensa cobertura. El problema, sin embargo, es que parece que a los norteamericanos no les importa tanto la democracia como en otros tiempos”.
Jeff Jarvis, profesor de periodismo y autor del libro El paréntesis de Gutenberg, también tiene un pronóstico alarmante: “La democracia norteamericana es vulnerable. Trump ha cruzado cada una de las líneas rojas, y la línea se sigue moviendo”, afirma a LA NACION. Jarvis cree que la política norteamericana ha sufrido una profunda transformación: “Ya no hay dos lados en la política. Hay instituciones establecidas y hay extremistas. Trágicamente, los medios no aprendieron nada desde 2016. Se niegan a entender la asimetría de la política norteamericana”.
Amplificar o no el mensaje. Ignorarlo o darle un megáfono para expandir sus mentiras más bizarras, incluso ante el riesgo de lo que la revista Time bautizó como “outrage fatigue”, el hartazgo ante los escándalos. Esa es la gran encrucijada que enfrentan los medios en Estados Unidos, un país que suele servir como espejo que adelanta para otras naciones y para otros líderes que imitan o se referencian en Trump.
“No es un problema fácil de resolver”, sostiene Jay Rosen, crítico de medios y profesor de periodismo de la Universidad de Nueva York. “No tiene sentido amplificar las locuras de Trump, como cuando hablaba de curas mágicas para el Covid. Pero coincido cada vez más con Brian Klaas en que los norteamericanos deben saber qué tan extremo se está volviendo Trump. La clase política debe entender la amenaza”.
Rosen es lapidario con el rol de la prensa. “Falló en dos fases: al principio lo amplificamos. Ahora es todo lo opuesto”, dice Rosen, para quien la clave es reflejar “no las chances de uno u otro candidato, sino lo que realmente está en juego”. Ese es el mantra que debe guiar a los medios en esta encrucijada, afirma. “No hay dudas de que la democracia está en riesgo si gana. Y no hay dudas de que está en riesgo si pierde por poco”.
“Es más fácil entender la amenaza que representa Trump para la democracia cuando uno lo ve con sus propios ojos”, argumenta Susan Glasser desde la revista The New Yorker. “Las pequeñas dosis de locura pueden ser descartadas como ruido de fondo”.
Para ponerlo en palabras más coloquiales, sería como minimizar sus promesas, alegando: “Así es Trump”. Una peligrosa normalización.
Los grandes diarios de Estados Unidos están inmersos en este profundo dilema, que virtualmente no tiene precedente. Y con el trasfondo de lo que significó Trump en términos de audiencias para la industria, el llamado “Trump bump”, el auge que vivieron desde el New York Times hasta The Washington Post durante la campaña y su presidencia. Como botón de muestra de lo que para muchos es la “codependencia” entre los medios y Trump: la CNN perdió el 45% de su audiencia en el mes posterior a su salida del poder.
Joseph Kahn, editor ejecutivo de The New York Times, advirtió en una entrevista con el sitio Semafor que el diario es un “pilar” de la democracia, pero no una herramienta de poder. “Decir que las amenazas a la democracia son tan grandes que los medios deben abandonar su rol como fuente de información imparcial es esencialmente decir que deberían convertirse en un brazo de propaganda para un candidato u otro”, alertó, al subrayar que es clave encontrar equilibrio y fundamentalmente contexto, sin caer en la censura.
Baron coincide: “No podemos volvernos partidarios. Eso sería un regalo para nuestros críticos más duros, les daría munición para socavar nuestra credibilidad”.
En oposición, la revista The Atlantic sí fue explícita: publicó una edición entera a fines del año pasado sobre los desafíos para la prensa, con la pregunta: “¿Los medios aprendieron la lección?”. Según escribió Charles Sykes en una columna en ese medio, la respuesta debería ser: “Sólo si entendieron que las reglas han cambiado”. The Guardian, en la misma línea, tituló hace apenas unas semanas: “La bizarra y vengativa incoherencia de Trump tiene que ser escuchada en su totalidad para ser creída”.
Gabriel Debenedetti, que cubre temas políticos en New York Magazine, piensa que la clave es ubicar las acciones y dichos de Trump en un contexto histórico. “Cuando miente, debemos decir claramente que es una mentira. La responsabilidad de la prensa es la verdad, no simplemente repetir los dichos de un candidato sin cuestionarse”, afirmó a LA NACION.
“La gente debe saber qué apoya. Las alarmas deben sonar todos los días”, alerta Jay Rosen.
Se trata de un debate, sin dudas, para mirar con especial atención desde la Argentina, en momentos en que en todo el mundo está aumentando la presión política contra el periodismo. Al igual que durante el kirchnerismo, la polarización política, los insistentes ataques a los medios y a periodistas están haciendo sonar alarmas en el país, que en el último informe anual de Reporteros sin Fronteras cayó 26 puestos en el ranking que evalúa la libertad de prensa. Y, tal como advierte el Poynter Institute, cuando se le cierra la puerta a la prensa, se les cierra la puerta a los ciudadanos.
Publicado en La Nación el 17 de mayo de 2024.
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