Con el correr de las semanas se va delineando con más nitidez la pregunta que desvelaba a actores políticos e intelectuales del país: cómo sería la dinámica de un presidente excéntrico y con ánimo reformador pero con muy pocos recursos institucionales, en un país con múltiples corporaciones y trabas.
Al inicio del mandato de Milei, una posibilidad era que rápidamente el Presidente lograra volcar a su favor el apoyo de la opinión pública para hacer reformas trascendentales durante una breve luna de miel, incluso violentando los procesos institucionales. Otra posibilidad era que las reformas y el ajuste chocaran de frente contra los intereses establecidos, y que el Presidente, en un rapto de furia, renunciara a poco de asumir.
Sin embargo, ya transcurrieron casi seis meses de su mandato constitucional y ninguno de estos escenarios extremos sucedió. Pero tampoco se produjo la expectativa de moderación que tuvieron muchos de sus votantes pensando que “después no va a hacer las cosas que dice en campaña”. Milei sigue siendo Milei, pero parece surgir una configuración poco prevista: una suerte de escisión entre el Presidente por un lado y el Gobierno por el otro.
Al presidente no le interesa el gobierno como un todo. Para él lo importante es bajar la inflación y el gasto fiscal, tema en el que está teniendo éxito a pesar de sus inmensos costos sociales.
Pero hay otra dimensión del Presidente que llama mucho la atención y que pone más en evidencia la separación entre su personaje y la marcha del gobierno. Es su personalidad exagerada e histriónica, que lo llevó primero a la fama, luego a la presidencia, y ahora a la curiosidad global.
Milei está convencido de que ha sido elegido para transformar no solo a la Argentina sino al mundo entero. Su ya conocida ideología libertaria, su intervención en enero en Davos, sus insultos en marzo a los presidentes de Colombia y México, y su reciente discurso en el viaje a Madrid son buenos ejemplos. Al regresar, Milei hizo declaraciones también altisonantes, como “Soy uno de los cinco líderes más importantes del mundo (…) el segundo líder mundial”.
Para tratar de entender estos hechos hay que poner en primer plano que Milei no solo despliega la misma estrategia afuera que adentro del país (insultos y confrontaciones muy nocivas institucionalmente pero que le dan visibilidad y popularidad) sino que con ellos pretende dar por acabada la política estatal vigente en el mundo.
En efecto, la clave para entender estos excesos autocelebratorios es que en la cosmovisión de Milei, los estados-nación son instituciones criminales que deberían extinguirse (o casi), y por lo tanto todo lo que está cercanamente relacionado a ellos es algo a ignorar o bastardear. Por eso no reconoce los rituales habituales de la política exterior, y renueva cada vez su estilo desfachatado prefiriendo encuentros con empresarios antes que con jefes de Estado.
También pone en un lugar subalterno al Estado moderno cuando revaloriza la dimensión religiosa en la vida pública, cuando desprecia la idea misma de justicia social, cuando busca posicionarse como un líder ideológico, o cuando convoca a miles de seguidores en el Luna Park para presentar su último libro (otra vez con acusaciones de plagio), cantar con una banda de rock, y acto seguido dar una clase de teoría económica en la que nadie entiende nada. Allí lo relevante era el culto a la personalidad privada del líder.
Todo este espectáculo contrasta con la marcha de su administración pública. A pesar de la explosiva retórica presidencial, el gobierno no está mostrando mucha capacidad de transformación efectiva. En otras palabras, se está convirtiendo en un gobierno argentino “normal”: sufre fuertes conflictos internos, la gestión cotidiana del Estado, a cargo de su propia hermana, es muy deficiente a causa de errores, inconsistencias y contradicciones casi cotidianas por parte del elenco oficialista, retrocede cuando la sociedad civil se le opone con firmeza (como ocurrió con la marcha universitaria), aplica controles de precios, retrasa aumentos de tarifas, aumenta impuestos, deshonra deudas, recibe duros reclamos de la Iglesia, convive con protestas y “acampes” que duran días, y hasta tiene su propio proyecto de politizar la Corte Suprema de Justicia.
Pero el fracaso más llamativo es el “Pacto de Mayo”. En la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso el presidente convocó a un gran acuerdo nacional “…el próximo 25 de mayo, en la provincia de Córdoba, para la firma de un nuevo contrato social (…) que establezca los diez principios del nuevo orden económico argentino”.
La convocatoria, que lo equipararía con los padres de la patria, fue bien recibida por la prensa y por la política, y estaba sujeta a la aprobación de la “Ley Bases…”, que pasó de 664 artículos en diciembre a 232 en abril. Finalmente, y con las manos vacías, en el acto del 25 de mayo el refundacional pacto fue reciclado y degradado a la conformación de un también incierto Consejo de Mayo, a la espera de la aprobación de la bendita ley.
El corolario de toda esta saga es que el Gobierno está sufriendo postergaciones humillantes, lo cual, a pesar del atractivo mediático de Milei, impacta negativamente en su imagen mundial y en la credibilidad de su palabra, porque aún no puede mostrar al FMI y a los inversores externos una mínima efectividad legislativa, ni tampoco una expectativa, aunque sea simbólica, de pragmatismo convocante.
Sin inversiones y con recesión, el Gobierno se va empantanando y equivocando cada día más. La pregunta de la hora es entonces si el arte escénico del Presidente y la mera reducción del Estado alcanzan para resolver los múltiples problemas de un país en llamas.
Publicado en Clarín el 5 de junio de 2024.
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