La dictadura chavista que lideran Nicolás Maduro y Diosdado Cabello solo se sostiene por el uso de la fuerza y la violencia. No queda en ellos ningún indicio de democracia, libertad, justicia social ni respeto alguno por la vida. Por eso persiguen, encarcelan, torturan y desaparecen personas, al más fiel estilo de otros regímenes atroces como los que sometieron a la Argentina, Chile o Uruguay en la segunda mitad del siglo XX.
Pero parte de ese odio con que el chavismo somete a millones de venezolanos dentro de su país —y que desplazó por el mundo a unos 8 millones, o sea el 25% de su población— mira con saña a los argentinos, que como pasa con otros extranjeros, son tomados como rehenes y fichas de cambio si se atreven a poner un pie en Venezuela.
Hace casi seis meses que el gendarme argentino Nahuel Gallo está desaparecido. Nadie lo ha visto ni sabe con certeza dónde o en qué condiciones está. Si le dan de comer, si lo golpean, si lo torturan. Tampoco si está vivo. No hay expediente, juez o tribunal que brinde información confiable. La versión que sostiene su pareja, la venezolana María Alexandra Gómez, con quien además tiene un hijo argentino, es que viajó para pasar las fiestas de Navidad. Y que como no tenían nada que ocultar, no tenían problema en mostrar documentación o el itinerario.
Hace apenas unas horas Diosdado Cabello, la cara visible de los servicios de inteligencia, mostró una fotografía y el número de pasaporte de Germán Darío Giuliani, un abogado penalista que según sus redes sociales estaba en Venezuela desde finales de abril.
Tanto a Gallo como a Giuliani se los acusa de ser conspiradores, sin ninguna prueba ni investigación transparente que lo compruebe. Se los somete, como a más de 15.000 detenidos políticos, a ser víctimas de un sistema que viola todos los derechos humanos solo porque así les da la gana a los líderes del chavismo.
Con la Argentina la dictadura chavista parece tener una saña más intensa en comparación a otros países. Puede deberse a distintos motivos, todos ellos injustificables.
Entre 1976 y 1983 Venezuela era un faro de democracia en una región sumida en la oscuridad de varias dictaduras en simultáneo. El gobierno del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez (1922 – 2010, Acción Democrática, primera gestión entre 1974 y 1979) ayudó directamente en la liberación del senador Hipólito Solari Yrigoyen y recibió a otros exiliados vinculados a la Unión Cívica Radical, como Rodolfo Terragno, Adolfo Gass, Daniel Divinsky y Miguel Ángel Diez. Junto con exiliados como el uruguayo Ángel Rama fundaron diarios y revistas, editaron y dieron circulación a obras literarias y rehicieron sus vidas para luego regresar a suelo argentino, ya con la democracia reinstaurada por el gobierno de Raúl Alfonsín.
Esos roles se invirtieron, especialmente en los últimos 10 años. En 2014, muerto Hugo Chávez y con Maduro ya en la presidencia, hubo protestas estudiantiles masivas que el chavismo reprimió con toda su fuerza. Se desató así el primer éxodo masivo, con miles de venezolanos que comenzaron a llegar masivamente a la Argentina, con el aeropuerto de Ezeiza como principal puerta de entrada para personas que bajaban de aviones —en lugar de barcos— en búsqueda de refugio, comida, libertades y oportunidades.
El gobierno de Cambiemos (Pro, UCR, Coalición Cívica) lideró la denuncia que luego la Argentina, junto con Chile, Colombia, Perú y Paraguay se presentó contra la dictadura en la Corte Penal Internacional, donde hoy se lleva adelante una investigación por crímenes de lesa humanidad, nada menos.
Con el paso de los años la comunidad venezolana creció y es una de las más numerosas entre los inmigrantes que hay en la Argentina. Trajeron las arepas y los tequeños, comparten la pasión por el fútbol. Y cada vez que tienen una oportunidad denuncian lo que sucede en su tierra natal.
Una de las más numerosas manifestaciones que se vio en ese sentido ocurrió en enero de este año, cuando el gobierno de Javier Milei recibió en Casa Rosada a Edmundo González, presidente electo de Venezuela según las únicas actas disponibles de las elecciones que se hicieron en 2024.
Los cruces entre Maduro y Milei, por otra parte, son constantes. El dictador chavista no desperdicia una oportunidad para achacarle la represión contra jubilados, el desfinanciamiento a la educación o el ajuste social. El libertario, a su vez, lo señala como un fracasado comunista que volvió pobre a uno de los países más ricos del planeta. Comparten la similitud de insultar a quienes no piensan como ellos —los chavistas hablan de psicópatas, estúpidos, imbéciles, los libertarios de hijos de puta, ratas, cucarachas, mandriles— pero están, a priori, en veredas opuestas, que a lo sumo juntan semejanzas cuando más se acercan a extremos.
Así, las relaciones diplomáticas están completamente rotas. Maduro cerró su embajada en Buenos Aires y expulsó a la misión argentina de Caracas, donde la casa que fue durante años residencia del embajador argentino estuvo más de un año sitiada por agentes de inteligencia, que tenían como objetivo capturar a un grupo de colaboradores de Corina Machado que recientemente salieron rumbo a Estados Unidos, sin que se sepa si hubo una negociación o “extracción”, como propuso la Casa Blanca.
Al margen del gobierno de Milei, lo cierto es que más de 200.000 venezolanos en la Argentina no cuentan con una embajada para renovar pasaportes, apostillar documentos o solicitar algún tipo de asistencia. Los argentinos en Venezuela tampoco, justo cuando son perseguidos como presas por parte de policías y militares. Atacan a dos países que comparten una historia común de solidaridad en sus horas más oscuras. Es por eso que si hay algo en lo que a estas alturas no debería haber grieta alguna es en que toda la sociedad —incluidos por supuesto los partidos políticos y organizaciones de derechos humanos— debe exigir la caída de Maduro y su dictadura para que tanto Gallo como Giuliani y todos los venezolanos puedan volver a ser libres. Callar o mirar para otro lado solo servirá para quedar como cómplice de unos tipos que odian a su propio pueblo, y también, como no quedan dudas, al pueblo argentino.