A partir de un spot bochornoso del Gobierno Nacional, esta semana tomó fuerza un debate que no es nuevo y también nos afecta profundamente: el miedo como método de gobierno. No estamos hablando de algo desconocido.
Nicolás Maquiavelo, considerado padre de la ciencia política, escribió en el siglo XVI sobre la conveniencia de un gobernante de ser amado o temido por su pueblo. La historia está llena de ejemplos de gobiernos autoritarios que se sostuvieron (o pretendieron hacerlo) en base al miedo.
Nunca antes los estados del mundo globalizado e interdependiente en el que vivimos necesitaron la asistencia de la ciencia de una manera tan inmediata. No había un manual de instrucciones para enfrentar algo que jamás había ocurrido a semejante escala. Ante el desastre sanitario y humano que fue dejando el Covid-19 en Europa, la gran mayoría de la sociedad comprendió rápidamente la importancia de cumplir los protocolos recomendados.
Ahora bien, ante el interrogante de cómo convencer a la gente de continuar cuidándose en medio de una cuarentena interminable y de una crisis económica y social que no afloja, el Gobierno eligió el peor camino. Lo que hasta hace algunas semanas eran declaraciones aisladas de funcionarios irresponsables, hoy parece ser una corriente mayoritaria entre los funcionarios nacionales y de la Provincia de Buenos Aires. Distribuir miedo y amenazas a diestra y siniestra cada vez que asoma una oportunidad.
El ministro de Salud de la Provincia, Daniel Gollán, parece haber pagado derechos exclusivos a la Real Academia para el uso de la palabra colapso. Viene amenazándonos hace meses. Como Sergio Berni, hace catarsis en los medios antes de entrar a una reunión. No se trata de maquillar una realidad que indiscutiblemente es muy dura; es una responsabilidad indiscutible del Gobierno la de comunicar con información fidedigna y sensatez cada medida implementada.
Prolongaron imprudentemente el paternalismo del Estado frente a una sociedad inmersa en la incertidumbre, y no aprovecharon el aislamiento estricto para la construcción de una responsabilidad ciudadana —individual y colectiva— para cuando comenzaran las flexibilizaciones. Fue el hartazgo social quien impuso las condiciones; el Gobierno que creyó haber descubierto la pólvora con la extensión de la cuarentena se quedó sin herramientas y se agarró del miedo como agente disciplinador, para evitar —o retrasar— una eventual explosión de contagios.
Esta campaña oficial del miedo no es gratuita. Habría que preguntarles a los trabajadores de la salud estigmatizados. A las personas que viven en los barrios populares donde hay focos importantes de contagios. A quienes tienen terror de sus propios vecinos o familiares. Cuando desde las autoridades que deben cuidarnos emanan mensajes cargados de pánico, suceden estas cosas.
Los efectos de una política basada en el miedo son nocivos a corto y largo plazo. El cuidado personal y la solidaridad colectiva son los mejores instrumentos de la sociedad ante un Gobierno que, víctima de sus propias decisiones, se divorció de la realidad que viven millones de argentinos. El partido se está jugando en los hospitales, en los merenderos y en las pymes que hacen lo imposible para no bajar las persianas, no en la ampliación de la Corte ni en la intervención de una cerealera.
Es por esto que el gobierno debe cambiar el foco, cambiar miedo por la esperanza; porque el miedo es una amenaza que actúa de manera coercitiva causando efectos adversos en la sociedad como la angustia y la ansiedad. En cambio la esperanza genera sentimientos positivos y un horizonte que ante tanta incertidumbre nos sirve como un faro.
En síntesis, en el último spot el gobierno nos dice:” Si no cumplís con lo que te decimos te vas a morir”, en vez de decirnos “Cuidate y se solidario que de esta salimos todos juntos”. Un mensaje positivo y de esperanza basado en la ciencia y no en el miedo, sumado a la ejemplaridad de nuestros gobernantes, es el camino que tenemos que seguir.
Publicado en Perfil el 31 de julio de 2020.