El Caribe tiene resonancias diversas y contradictorias. Su geografía, su historia y su gente inspiran imágenes, sabores, músicas, acontecimientos y leyendas de belleza. También de crueldad. Se ha escrito que “Todo lo que a sus costas se acerca queda tocado por manos azules, pintadas sobre la calidez de sus olas. Espeja al Mediterráneo en el encuentro entre los mágicos mundos de los tiempos antiguos y los nuevos tiempos”.
En el Caribe navega Cuba. Una pequeña gran isla apaisada, de romántica presencia emocional para muchos corazones. Habitada por un “oscuro pueblo sonriente”, de “sencilla y tierna gente”. Atravesada por conquistas y corrientes -la española, el tráfico de esclavos, la piratería y las imposiciones norteamericanas-, las luchas continuas por su independencia han sido su sello. Aunque en realidad, quizás sería más exacto decir que fue la búsqueda continua de libertad la bandera que la isla levantó siempre. La patria del poeta José Martí ( 1853-1895), se resumió así en un solo grito ¡Cuba libre!
Hace poco más de medio siglo, la madrugada del 1 de enero de 1959, Fidel Castro (1926-2016), derrotó finalmente a Fulgencio Batista (1901-1973). Ese amanecer iluminó a Sudamérica. Nació entonces la ilusión de alejar a dictadores y a dominaciones injustas del imperialismo. Las encrucijadas del tiempo desviaron gradualmente la dirección genuina de su sendero hacia la libertad, condicionándolo por la geopolítica mundial, hasta encerrarlo en bloqueos, crisis misilísticas, e intereses ajenos.
El verde oliva inicial de la revolución, se fue transformando en algo de compleja interpretación, hasta que -decididamente- tomó el rumbo de estado organizado y dirigido por un solo partido. Pero la epopeya cubana quedó fijada en el imaginario colectivo con la impronta relevante de Fidel Castro y del Che Guevara.
Cuba es una presencia insoslayable entre los íconos de honesta rebeldía, que ha procurado flotar contra la corriente. Hay un antiguo refrán -creo recordado por Alfonsín-, que dice: “El único pez que sigue siempre la corriente es el pez muerto”. No es éste el caso. Cuba sigue viva como una llama encendida en medio del mar con la admiración de algunos y el temor de otros.
Es de recordar las justas críticas que ha merecido el desempeño de sus gobernantes, desde 1959 hasta el presente, en cuanto a personalismos, discriminaciones e injusticias. Y es manifiesto su impulso a generar estrategias continentales, ahora señaladas como “Castro-Chavistas”.
Pero hay algo que aún convoca a observar con atención singular –cuando no con atracción- al fenómeno cubano en sí mismo, visto como intento orgulloso ante los poderosos del mundo. Famosas utopías y distopías se han dibujado en espacios soñados o insulares. La Arcadia, la Atlántida, la Utopía, de Tomás Moro (1478-1535), “La Ciudad de Dios”, de Tommaso Campanella (1568-1639). Quizás sea la ajenidad de lo real inmediato, lo que convierta a esos espacios imaginados en lugares atractivos al pensamiento ideal, que es su territorio natural.
A propósito de escapar de lo real, se ve a nuestro Presidente llamativamente acosado y acuciado por las tribulaciones de su propio interrogante existencial, acerca de ser o no ser –that is the question- lo que dice la Constitución. En medio de las borrascas impiadosas de la Pandemia, lo mandaron a subir zoombando al Olimpo de los poderes concentrados, el punto omega de Davos.
Llevó como escudo el mensaje del intermediario de Dios en la tierra: un “pacto solidario global”, impuesto por “la fraternidad, (que) debe ser el nuevo nombre del desarrollo, la solidaridad y la paz social”. Catequesis para “volver buenos” a los capitalismos del este y el oeste. A lo Moisés, mencionó las tablas metafóricas y preceptos de Un mundo infeliz, de Luigino Bruni.
Luigino, se define “…con un creciente interés por la ética, los estudios bíblicos y la literatura…”. Nos habla allí del nuevo espíritu de la economía de nuestro tiempo y de las consecuencias que estamos viviendo; entre ellas, la pérdida de la alegría de vivir. “Los seres humanos tienen muchos méritos, muchos más de los que ven y recompensan las empresas. (…) Mientras sigamos produciendo visiones reductivas de los hombres y de las mujeres, seguiremos generando lugares de trabajo y de vida demasiado pequeños para ese animal enfermo de infinito que se llama homo sapiens”.
Es bueno plantear la multifraternidad global. Para exhortarla, previamente se debería practicar el multilateralismo global. Sin encerrarse en un sectarismo global, reducido a los feligreses simpáticos para los preconceptos ideológicos de encierro y sentido adversarial permanente con lo que diferente.
“Un mundo infeliz”, de Bruni, da vuelta el título de: Un mundo feliz de Aldous Huxley (1894-1963), utopía irónica -publicada en 1932- que muestra la apariencia de una sociedad muy avanzada de felicidad eterna, pero cuyo resultado final es gravemente desfavorable para la condición humana. Hay quienes rastrean ese mensaje hasta “La tempestad”, de Shakespeare.
Cuba tiene un pueblo bueno e hidalgo -que se entretiene disfrutando de su propia compañía- en silenciosos atardeceres frente al mar. Sin olvidar los males del sistema de poder que lleva ya sesenta y dos años, deberíamos recordar que su educación, salud, e índices de equidad comparada, y hasta sus modestas labores agrarias y artesanales, lo muestran con mejores resultados de desarrollo humano que muchos otros países. Países que presumen de grandezas mientras caminan sobre tremendas manchas de pobreza, indigencia e involución.
Alguna vez citamos a Thomas Scanlon, uno de los estudiosos del sentido de “moralidad” comparada entre los países del mundo, quien piensa que la medida de su legitimidad varía de una sociedad a otra. Que hay muchos elementos que alimentan la disposición de las personas a aceptar a su gobierno. Preguntado por Cuba, sugirió que “…los ciudadanos prefieren el orgullo del país al crecimiento de la economía” (…) Que el gobierno obtiene legitimidad del orgullo de ser una nación independiente de los Estados Unidos… (…) y para ellos es más importante que el progreso económico…”.
Nivel y calidad de vida son distintos. El primero se refiere a frías estadísticas matemáticas derivadas del PBI total divido por la cantidad de habitantes; mientras que el segundo hace alusión a otros asuntos más subjetivos como el bienestar emocional y social. La percepción que cada uno tiene de su lugar de existencia, del contexto de la cultura y sistema de valores en que vive. Alcanza aspectos psicológicos y el grado de armonía –de cada ser- en sus relaciones personales, ambientales y comunitarias.
Sumados y coordinados, los países poderosos de la tierra tienen los medios científicos, económicos, técnicos y sociales, para enfrentar, controlar y contener la pandemia. Sin ello no habrá tampoco recuperación económica posible. ¿Por qué no lo hacen con la urgencia y eficacia que permiten sus medios y recursos? Sin caer en conspiraciones fantasiosas, pareciera que los factores dominantes del mundo, las leyes del mercado y sus dogmas economicistas, no quieren o impiden hacerlo. La peste profundiza el cuestionamiento al modelo globalizador pro mercado.
Según The Economist, los cincuenta profetas del mundo tecno-capitalista de la Inteligencia artificial en marcha, chino, occidental o ruso, desde aquí al 2030 vaticinan desempleos globales edulcorados, que descartarán a varias generaciones, por falta de aptitud etaria o socio-cultural. Imaginemos el daño material, psicológico y moral que supone esa enorme exclusión y su periferia afectiva. Cómo llamar a esta nueva máscara del fenómeno de creación destructiva ?
La democracia política y la libertad con desigualdad, y viceversa, igualdad sin libertad ni democracia política, son y serán un oxímoron de contradicciones perpetuas entre sus fines y contenidos, mientras no consigamos conciliarlos. A Dios rogando y con el mazo dando!