La corrupción generalizada ha devastado los principios de la salud pública en nuestro país, principios en los que Argentina fue pionera a principios del siglo XX. Hoy, nuestro sistema de salud pública se encuentra en una situación crítica, con múltiples factores que han contribuido a su deterioro, dejando solo retazos de lo que fuimos. La principal causa de este retroceso ha sido la destrucción misma del concepto de salud pública, que abarca prácticamente todas las luchas que habíamos ganado y que hoy se presentan como un campo devastado.
Deterioro de la infraestructura y los servicios esenciales
El acceso al agua potable y el tratamiento de aguas servidas han sido minimizados por la corrupción en la obra pública. A su vez, la educación sanitaria y la higiene personal, valores fundamentales de la educación inicial, han desaparecido. Las escuelas han mutado en “merenderos” a cargo de personal sin la capacitación adecuada, bajo el pretexto de generar empleo. Esto ha desvirtuado la función educativa, olvidando que lo esencial era educar. La presencia del guardapolvo blanco, símbolo de higiene personal, era parte de los principios que se debían inculcar en la población.
La producción, distribución y consumo de alimentos seguros se vieron avasallados por la presencia de locales fuera de toda norma. Esto se justificó con frases como “¿qué prefieren, que estén robando?”, confundiendo el trabajo digno con el deterioro de la salud pública y generando cientos de intoxicados que terminan en hospitales ya sobrecargados.
La crisis de la profesión médica y la formación académica
En la enseñanza superior, vemos el preocupante fenómeno de la llegada de médicos con baja preparación de países vecinos, mientras no se hace nada para detener la emigración de talentos formados con los recursos de todos los argentinos, que ahora benefician a países extranjeros.
Por otra parte, la formación de nuevos profesionales en carreras sanitarias en el país se lleva a cabo ahora, no solo en las prestigiosas universidades públicas y privadas argentinas, sino también en nuevas universidades que se asemejan más a escuelas secundarias que a formadoras de agentes de salud. Bajo el pretexto de una educación igualitaria, se nivela hacia abajo.
A esto se suma un Ciclo Básico Común (CBC) de la UBA, que, a pesar de ser el segundo presupuesto de la universidad, no aporta la formación realmente relacionada con la carrera a cursar, engañando a miles de jóvenes que sueñan con una carrera profesional y que, tras un año de inversión, quedan sin una preparación adecuada para una utilidad práctica.
El reciente conflicto en el Hospital Garrahan, donde los residentes realizaron una huelga para exigir mejoras salariales y condiciones laborales dignas, es un claro ejemplo del deterioro de la profesión médica. Este tipo de protestas refleja el descontento y la precarización que enfrentan los futuros especialistas, evidenciando el desinterés de las políticas públicas por garantizar una formación de calidad y un futuro digno para los profesionales de la salud.
La corrupción en los sistemas de control
La corrupción en la obra pública nos dejó sin tratamiento de agua potable y efluentes. La corrupción en la educación eliminó de los programas los principios elementales de la vida saludable. Y la corrupción sistemática en la administración del poder de policía del Estado nos dejó sin los controles necesarios para tener alimentos y medicamentos confiables.
Las instituciones federales oficiales de control, como el SENASA, el INAL y el ANMAT, no escaparon a la lógica de la corrupción. La pérdida de profesionales capacitados y la falta de objetivos claros han devastado su propósito. Múltiples intereses políticos subalternos han formado capas de inspectores, auditores y personal de salud animal y humana con fuertes debilidades en su formación, gestión y, sobre todo, en su ética y responsabilidad. Esto les impide exigir a sus controlados condiciones de ética empresarial, trazabilidad, bienestar animal, cuidado del medio ambiente y otras habilidades en las que el mundo ha avanzado.
A nivel provincial, en el mejor de los casos, la situación es similar; en el peor, hay simples agentes públicos escasamente preparados, contratados como una forma de estipendio político mensual.
El Fentanilo: una manifestación de la crisis
El fentanilo que hoy tanto nos preocupa es solo una manifestación de esta crisis arrastrada por modelos de gestión en los que la salud pública no ha sido una prioridad para una clase política que ha subvalorado la inteligencia social. Recientemente, la crisis del fentanilo contaminado en los hospitales, vinculado al laboratorio LHB Farma, ha puesto de manifiesto la grave fragilidad del sistema de control y la falta de ética en el sector privado. Este incidente subraya la necesidad urgente de reformar los organismos de control para garantizar la seguridad de los medicamentos y alimentos.
La necesidad de un cambio profundo
Hoy, solo nos queda la posibilidad de lamentarnos o de realizar cambios profundos con un sentido ético en estas organizaciones si queremos salir de la anomia en la que nos encontramos.
Es fundamental abordar estas problemáticas de manera integral, fortaleciendo la formación de profesionales de la salud, combatiendo la corrupción en los controles sanitarios y mejorando la gestión de los recursos del sistema de salud pública, con propuestas nuevas y desafiantes. Solo así podremos garantizar un sistema de salud público eficiente y equitativo para todos los argentinos.
Como concepto general debemos tender a tecnificar los sistemas de control para no dejar a las personas que decidan por si o por no, ya que ello nos lleva a la tentación de corrupción.
La tendencia de este Gobierno es que todo aquello que pueda hacer el sector privado sea el responsable y no el Estado sin embargo no podemos dejar que el sector privado se controle asimismo ni permitir que un funcionario sin ética se permita favorecer a los intereses privados. Debemos facilitar pero no coimear.