La dictadura venezolana está representada en Nicolás Maduro, una mezcla entre Erich Honecker, Pablo Escobar y Cantinflas, lo que no subestima la brutalidad con que ha ejercido el poder, pero, de alguna manera, puede explicar la precariedad de sus ideas y de las decisiones que el régimen está tomando para sostenerse.
Los cubanos se dedicaron especialmente a implementar la estructura de dominación estatal bolivariana, particularmente con el accionar de sus grupos represivos y la cooptación de las Fuerzas Armadas. Tenían el know how y la expertise de años y años de dictadura para hacerlo.
Una vez consolidado internamente, el régimen inició una fuerte expansión y estableció asociaciones con grupos de izquierda de toda la región, a los cuales comenzó a estimular y promover con petrodólares.
El silencio y la complicidad de los progresistas
Tampoco se puede entender el chavismo sin poner sobre la mesa la complicidad y el acompañamiento que todo el arco de izquierda le ha dado desde sus primeros tiempos.
Chávez fue el motor de esta “izquierda del siglo XXI” que en aquel momento incluía a los Kirchner, al Frente Amplio uruguayo, a la Concertación chilena, a Evo Morales y Rafael Correa, y que se presentaba como aire fresco luego de los cuestionados resultados sociales que habían dejado los años neoliberales.
Este giro a la izquierda fue acompañado por una estética y una retórica romántica que fue recibida con respeto, cuando no con admiración, en importantes ámbitos políticos y sociales de Estados Unidos y Europa.
Y eso siguió así, aun mientras el chavismo mostraba su verdadero rostro.
La combinación de un discurso antimperialista y recursos que parecían no tener fin logró que el eje Chávez-Cuba permease en casi todas las organizaciones regionales de izquierda.
Eso se vio en los medios de comunicación, los movimientos sociales y los líderes políticos, pero, sobre todo, en sectores culturales, intelectuales y académicos que se convirtieron en la primera línea de defensa del régimen.
Pero, además, existe en la izquierda una suerte de acuerdos básicos entre todas sus ramas, sean democráticas o no democráticas, extremas o moderadas.
El Foro de São Paulo fue el instrumento para gestionar esos consensos. Por eso todos estos grupos se han mostrado más interesados y activos cuando se trató de derrotar a las diferentes formas de la derecha (aunque fueran democráticas) antes que ponerle limites a los autoritarios propios.
Por ejemplo, Pedro Sánchez, Manuel López Obrador y Lula utilizaron toda su virulencia contra Javier Milei pero solo ofrecieron calculada prudencia cuando se trató de la dictadura de Maduro o el frustrado autogolpe boliviano.
Incluso el gobierno centrista de Emmanuel Macron –posiblemente más preocupado por sus futuras relaciones con el izquierdista Jean-Luc Mélenchon– se ha mostrado más escandalizado con los cánticos de la selección argentina de fútbol que con las acciones del chavismo en el reciente proceso electoral.
La izquierda ha logrado construir esos lazos a partir de un sentido de pertenencia que incluye desde los cubanos hasta los socialdemócratas europeos pasando por Podemos, el Papa Francisco, el activismo propalestino, el medioambiental, y todo tipo de grupos antioccidentales, contrarios al capitalismo y al liberalismo.
El chavismo se mueve en esas redes como en su propia casa.
La derecha y los liberales, en cambio, se han mostrado mucho más renuentes a una solidaridad entre sus distintos grupos, como se ve en España, Alemania y Francia, y por eso también su impacto transnacional aparece más fragmentado y desorganizado que el de la izquierda.
A este escenario apuesta Maduro como una de las cartas de salvación para su régimen.
El chavismo aun es funcional
El gobierno de Maduro aún es funcional para diversos grupos y lideres.
Para Lula, el chavismo es un movimiento autoritario pero propio. Al mismo tiempo, cuanto más parezca radicalizarse, mejor, ya que el brasileño se presenta como quien puede controlarlo y ponerlo en su lugar.
Para otros actores, Maduro sirve porque desafía a los norteamericanos y les ahorra el costo de hacerlo ellos mismos.
Para grupos de la izquierda iberoamericana, sigue siendo una fuente de financiamiento.
También es un puente de oro para la expansión de chinos, rusos e iraníes en la región. Y, por supuesto, para muchos sigue siendo un proveedor de petróleo, y temen que problemas en el país puedan generar ruido en esos mercados.
Es difícil pronosticar el futuro en Venezuela. La dictadura solo caerá por una combinación de presión en las calles, la división de los militares y una acción política externa que no muestre fisuras.
Pero mientras la protesta interna comienza a crecer, los militares no exhiben signos de fractura y el liderazgo de Estados Unidos, Brasil y Europa no parece estar muy comprometido con forzar al chavismo a reconocer su derrota.
De todos modos, Maduro, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López se mantendrán firmes hasta el final.
La imposibilidad del régimen de retirarse no es ideológica; se debe a que sus líderes están comprometidos con la corrupción, el narcotráfico, el mercado negro de armas y graves violaciones a los derechos humanos.
No hay lugar para ellos en una sociedad democrática donde no ostenten todo el poder para garantizar su impunidad.
El chavismo no tiene plan B. Eso lo hace peligroso pero previsible. No se irán hasta que los echen.
Hoy, la mayor presión desde afuera la ejercen algunos países latinoamericanos (Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay).
Es lógico, lo que se está jugando en Venezuela es el futuro de la democracia en la región.
Publicado en El Observador el 31 de julio de 2024.
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