Javier Milei se desentiende de su rol de Jefe de Estado y, nuevamente por un capricho personal, tensa las relaciones internacionales e institucionales fuertemente construidas a lo largo de décadas, independientemente del gobierno de turno. No participar en la Cumbre del Mercosur ya es un error, agravado por el hecho de asistir en su lugar a un acto proselitista. Estas son conductas que lejos de marcar un cambio están dejando una herida en el país con un daño profundo.
Según nuestra Constitución Nacional (sería lindo que se lea más de lo que se la menciona) el Presidente es (artículo 99 inc. 1) el “jefe supremo de la Nación, Jefe de gobierno y responsable político de la administración general del país”. Por lo tanto, Milei debe comprender el rol que ocupa realmente y entender que sus decisiones son de Estado, representando a todos los argentinos – lo hayan votado o no –. Debe salir de una vez por todas de su rol de panelista televisivo ávido de rating y entender que sus decisiones no deben guiarse por caprichos sino defender los intereses de la Nación Argentina.
Si algo he criticado mucho fue la falta de políticas de Estado, práctica por cierto característica del populismo. El mismo que pondera el corto plazo, por realizar acciones que lejos de medir los costes institucionales, priorizan la “alegría” del pueblo sin detenerse en daños institucionales. Pues bien, las decisiones del primer mandatario son populistas con un nivel de salvajismo preocupante.
Pero si en algo podía verse que Argentina tenía coherencia, era en su política internacional. Pudo haber alineaciones hacia uno u otros gobiernos, pero jamás el hecho de romper relaciones diplomáticas se había vuelto un hobbie. España, el mejor aliado europeo que teníamos, retiró a su embajador y lo mismo podría ocurrir con Brasil, principal socio comercial latinoamericano.
No hacer ningún tipo de mención frente a un intento de golpe de Estado, poner en juego algo tan preciado como el Mercosur, son hechos que no deben pasar por inadvertido. Más aún, viajar por el mundo sin constituir una agenda pública y de Estado más que la personal, debería tener una fuerte condena de la administración pública, por el simple hecho que nos perjudicamos como argentinos. Deberíamos tener una Cancillería atenta a marcar estos mamarrachos.
A veces pienso por qué la opinión pública local no define al gobierno por lo que es, populismo de extrema derecha, y sustituirlo por palabras amables como “cambio”. Cuesta también ver como muchos desertores del populismo no vean al primer mandatario como tal. Su rol de populista de derecha lo corre de su ropaje de liberal para transformarlo en un anarco capitalista libertario – algo completamente alejado de la doctrina liberal por cierto –.
Para finalizar, no hay que dejar de remarcar que asistir a una agenda internacional personal, desconociendo protocolos y bases de la diplomacia, no es de izquierda o derecha. Es simplemente una práctica caprichosa e infantil que, además, nos puede traer muchos problemas como país, y que deberán acarrear futuros gobiernos.
Todas las acciones descritas refuerzan la idea que estamos en presencia de un populismo de extrema derecha en nuestro país. Quizá llamar las cosas como son nos permite reflexionar sobre el fenómeno en sí y sus dimensiones. Y entender que si no reparamos sobre esto podemos caer en la ruina como Nación.