Gran parte de la gente encuestada contesta que no sabe o que no hay alternativa, tal es la dimensión de la crisis de representación por la que atravesamos.
Una sociedad sacudida por el escándalo de una jueza exhibicionista decidida a hacer “justicia divina” en el juicio por Maradona. Una sociedad sorprendida por el precio de la docena de empanadas que Ricardo Darín le comentó a nuestra diva Mirtha Legrand. Ninguneado en palabras del ministro Caputo, que apeló al diminutivo para achicar la estatura del actor, el “pecado” de Darín no fue mencionar empanadas que sólo pocos pueden consumir, sino el haber colocado la carestía de la vida en el centro de la atención.
La Argentina es cara para la mayoría de los bolsillos, aun si se quieren comprar las empanadas más baratas del mercado, de eso el Gobierno no habla. Los ejes de su campaña siguen siendo la caída de la inflación y el orden, “el que las hace las paga”.
Los argentinos ganan más en dólares pero su poder adquisitivo decae. De eso no habla el Gobierno. El peso sobrevaluado vale poco. Durante la convertibilidad de Menem-Cavallo un peso equivalía a un pollo, hoy te alcanza con suerte para un cuarto de pollo.
El costo del ajuste hay que pagarlo, aunque mal nos pese que unos paguen mucho más que otros. La búsqueda de la estabilidad macroeconómica implica sacrificios, pero lo cierto es que los sectores de la clase media hoy ven derrapar su nivel de vida y mientras las estadísticas de la pobreza dan importantes reducciones del contingente de pobres, gracias a la drástica caída de la inflación, el nivel de vida de las clases medias -sobre todo de la clase media baja-, cae y crece la franja de los que apenas flotan por encima de la línea de pobreza..
Y sin embargo, la idea de que no hay alternativa a la vista hace del mundo Milei, el mejor de los mundos posibles en el sentido en que Leibniz, que era un pesimista, calificaba a su época. Para él, las alternativas eran peores, para nosotros no se avizoran,
Gran parte de la gente encuestada contesta que no sabe o que no hay alternativa, tal es la dimensión de la crisis de representación por la que atravesamos. Una oposición fragmentada tras el estallido de Juntos por el Cambio, un horizonte en el que LLA se fagocita al Pro -empresa en la que ha mostrado éxitos tras la reciente elección en la Ciudad de Buenos Aires- y la UCR, en su camino de irrelevancia, atravesada por un faccionalismo rampante.
Asoma el clivaje entre LLA que avanza, con motosierra y además, aspiradora en mano recolectando adherentes- y el antimileismo identificado con el kirchnerismo como el mal absoluto. “Todos contra el kirchnerismo en nombre de la libertad” es la consigna que anima la elección que se avecina en la estratégica provincia de Buenos Aires, reducto de Cristina Kirchner, hoy desafiada por quien fuera su delfín, Axel Kicillof.
Asistimos a una polarización que socava la emergencia de liderazgos alternativos. Los extremos se fagocitan al centro. Paradoja de la política argentina: en la economía, LLA y el kirchnerismo son polos opuestos.
Milei retoma la destrucción creadora schumpeteriana emprendida por Carlos Menem para dejar atrás el proteccionismo distribucionista que agonizaba en la última gestión kirchnerista. Sin embargo, en los métodos de hacer política y construir hegemonía, son almas gemelas que se quieren adscriptas a signos políticos antagónicos.
Milei tiene su Agustín Laje, como Cristina Fernández tuvo al maestro Ernesto Laclau, la política no es disociable de las ideas. Si se pone el foco en proteger la libertad como un valor superior y no como ausencia de restricciones, a la postre, se elimina toda libertad en nombre de una libertad superior.
Los totalitarismos serían el resultado de abrazar esta idea. LLA, como el kirchnerismo, nos somete a la misma confusión que introdujeron los jacobinos. Las diferencias de opinión son una expresión de egoísmo, perversión o estupidez.
Los interrogantes que hoy se plantean son muchos: cuál será el impacto del tiempo que transcurre entre la ya emprendida destrucción creadora y el surgimiento de un nuevo orden anhelado en el que se supone que todos tendrán una oportunidad o al menos una caña de pescar en aguas con abundancia de peces. Los sectores de la economía empleo intensivo no crecen; la industria y la construcción sufren caídas brutales. El crecimiento en el nivel de actividad oculta la heterogeneidad interna: por cierto, la minería y el agro crecen. Y así estamos, colgados de un hilito finito.
Con el extraordinario respaldo de Trump, porque como bien señala Anne Appelbaum en su último libro, las autocracias se sostienen mediante una red de estructuras financieras cleptocráticas, de tecnologías de vigilancia y de propagandistas profesionales que operan más allá de las fronteras. Las compañías corruptas de un país hacen negocios con las compañías corruptas de otro y la policía de una autocracia entrena y forma a la de otro.
En este escenario mundial trastocado, acaso la aceptación de la iracundia presidencial, y el hacer del insulto y la degradación del adversario habrán de imponerse. Acaso la idea de “es lo que hay” mantendrá la esperanza resignada en un mañana mejor y los seguidores en las redes consagrarán su adhesión a quien perciben como honesto portavoz de sus deseos, aupados por el gigante de EEUU, otrora denostado.
La polarización crece y LLA avanza, pero el pluralismo que supimos instalar en 1983 está en peligro. Un mundo dividido entre mileístas y “zurdos de mierda” es una fenomenal regresión de los logros conquistados con el retorno de la democracia. Aquí, como en otras experiencias de la ultraderecha en el gobierno, el autoritarismo avanza con la bandera de la libertad.
Publicado en Clarín el 2 de junio de 2025.