jueves 26 de diciembre de 2024
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EEUU después del atentado a Donald Trump: no es la economía, estúpido

La bala que rozó a Donald Trump, posiblemente, haya hecho más daño al sistema político norteamericano que a la mismísima oreja del ex presidente que recibió el impacto.

Es que la campaña electoral con vistas a las próximas elecciones presidenciales en los Estados Unidos está resultando una exposición a cielo abierto de los problemas estructurales que enfrenta el país. O, mejor dicho, de la incapacidad de su dirigencia para direccionarlo en forma medianamente virtuosa.

La importancia de los comicios a realizarse en el mes de noviembre exponen estas dificultades descarnadamente. Aunque no todos quieren verlo en su real dimensión.

A los tiros en la campaña

Es muy pronto para afirmar si el tiroteo terminará jugando a favor o en contra del ya nominado candidato republicano. Lo que no es tan errado pensar es que podría acelerar el camino de una polarización interna que parece carecer de reglas que la ordenen y la contengan.

Un enfrentamiento inédito, por lo menos, desde los tiempos de la guerra civil, porque no se caracteriza solo por su intensidad, como también ocurrió en otros momentos, sino por causas profundas en el proyecto de país de los contendientes.

Una interpretación muy difundida afirma que el atentado fue solo una muestra del contexto de violencia política reinante en el país. Esta versión resultó cómoda para la prensa cercana a la Casa Blanca y la intelligentsia académica norteamericana, más próxima al Partido Demócrata.

Este diagnóstico light les permite evadir las causas reales que alimentan los problemas y, por supuesto, sus propias responsabilidades en ellas. De paso, se puede culpar a la ultraderecha.

Muchos analistas buscaron en la frondosa historia de asesinatos y ataques políticos que ofrece el país del norte para centrarse, como es usual, en los más conocidos de la segunda mitad del siglo XX.

Sobresalen allí la trágica muerte de los hermanos John y Robert Kennedy y el ataque al que sobrevivió el expresidente Ronald Reagan. Pero estos sucesos, todos ellos conmocionantes en sus respectivas épocas, no parecen ser una referencia adecuada para entender la coyuntura actual.

Es que esos disparos en el acto republicano en Pensilvania no deben explicarse como los anteriores, por conspiraciones indescifrables, luchas de poder entre oscuras agencias estatales o por el rumbo de proyectos bélicos de Estados Unidos afuera de sus fronteras.

Tampoco por un loco en busca de impresionar a una actriz famosa, como el atacante de Reagan con Jodie Foster.

Más allá del hecho puntual del disparo, y todo lo que se debate al estilo panelista sobre lo que pasó, hay que observar una y otra vez el panorama general.

Lo que se ve es una suerte de placas tectónicas que chocan cada vez más seguido y con más impacto exterior como producto de cambios y rupturas profundas en la estructura social y política del país.

Esto deja sus huellas en temas como en la economía, demografía, cultura, religión y en la percepción subjetiva sobre la identidad nacional y la sociedad en la que viven los norteamericanos.

Y como si eso fuera poco, también es el telón de fondo de una confrontación entre diversas élites que buscan recorrer caminos radicales con destinos opuestos y contradictorios.

La combinación de ambos factores (los cambios y la crisis en la elite) es lo que podría desencadenar una suerte de tormenta perfecta en los Estados Unidos.

Por eso, quizás sea el magnicidio de Abraham Lincoln, ocurrido en un lejano 1865, el que arroje pistas más sugerentes para analizar lo que subyace al atentado contra Donald Trump.

Crisis ¿qué crisis?

Como en los tiempos de la secesión, lo que lleva actualmente a la división irreparable de la élite norteamericana no son problemas coyunturales, no es por la inflación o el desempleo que, por otra parte, hoy caminan en forma bastante razonable.

Lo que Estados Unidos no sabe cómo tratar (y mucho menos como resolver), son las diferencias insalvables en el terreno de lo político: cómo debe ser el país, cómo se debe organizar y tras qué valores hacerlo (y cómo incluir a los que no los comparten).

Estas son cuestiones que hasta el comienzo de la segunda década del siglo XXI no estaban en la agenda ni en la disputa política.

Explicar a Trump en esta coyuntura es más sencillo: es producto de la incertidumbre, los miedos, los enojos y los problemas concretos de sectores de la población con algunos cambios que está sufriendo el país. Sobre todo, con las respuestas que la “casta” ofrece ante esas transformaciones.

Estas respuestas, en primer lugar, porque ignoran las consecuencias sociales que hace tiempo se están produciendo. Algo parecido a lo que pasa también en Francia. En segundo lugar, no es solo ignorar, también estigmatizar y cancelar a quienes expresan ese rechazo y a sus agendas y relatos.

Es cierto que los enojos ante cambios que parecen inevitables no son una buena respuesta en problemáticas tan complejas. Tampoco aferrarse a un pasado idealizado y pretender que todo sea como esa imagen que nunca existió. Mucho menos los extremismos religiosos o mesiánicos como única forma de aferrarse a una idea del país que se licua como lágrimas en la lluvia.

Pero tampoco es racional exigirles a amplios sectores de la población que enfrentan las consecuencias de cambios en sus mundos subjetivos, que se comporten como sociólogos y reduzcan todo su malestar a análisis y palabras de ocasión. La corrección política es el castigo para los que pierden.

Quienes pudieron impulsar el atentado

Los conflictos con esa élite los representa mejor que nadie Joe Biden y sus soportes más cercanos.

Como botón de muestra basta mencionar lo absurdo que se vio a los dirigentes demócratas darse cuenta de los evidentes problemas de Biden para mantenerse en la candidatura recién en el debate presidencial. Eso dice mucho de su actitud ante la realidad y lo evidente.

Mientras tanto, en el mundo, el liderazgo norteamericano es desafiado sin importar el poder de quienes perciben este momento de debilidad de la gran potencia.

Pueden ser los chinos con objetivos estructurales e irreversibles o los Huties lanzando misiles en el Mar Rojo para llamar la atención.

En el medio, y desde que Biden llegó a la presidencia, cuanto conflicto estaba soterrado o contenido, no tardó en aflorar. La democracia retrocede y el crimen organizado no deja de avanzar hasta influir en la misma geopolítica global. Cuando el gato no está, los ratones bailan.

Pero Estados Unidos no puede salir de su propia crisis.

Está encerrado en un juego de suma cero en sus propias fronteras.

Dos modelos opuestos se enfrentan y los contendientes no parecen considerar la opción de acuerdos o salidas negociadas para volver a reconstruir un país donde todos los valores en disputa puedan coexistir. Y con justicia para todos.

Publicado en El Observador el 18 de julio de 2024.
Link https://www.elobservador.com.uy/espana/miradas/eeuu-despues-del-atentado-donald-trump-no-es-la-economia-estupido-n5951585

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