Enrique Tarrio, el cubano/floridense y presidente de Proud Boys (el autodenominado “ejército” de Trump), fue condenado a 22 años de prisión por la asonada del 6 de enero de 2021. Con esa condena se completa una serie de pesados fallos en contra de miembros del movimiento supremacista.
Proud Boys es una agrupación fundada por el periodista canadiense Gavin McInnes en 2016, un nacido en el Reino Unido que lleva la espalda tatuada con la leyenda: “Destrucción”. Este conjunto de desaforados que protagonizó el asalto al Capitolio, está siendo enjuiciado y encarcelado por el juez Timothy Kelly, de Washington, que ha desempolvado el cargo de sedición, muy pocas veces aplicado desde la Guerra de Secesión.
El grupo se hizo un nombre en Estados Unidos durante 2020 como una fuerza de choque que se opuso a la ola de protestas que siguieron al asesinato a manos de la policía del afroamericano George Floyd. En esas refriegas hicieron las primeras armas que los envalentonaron para emprender la insurrección, alentada, directa o indirectamente por Donald Trump que se negaba a traspasar el poder, y que aseguraba que la elección había sido robada. De hecho, el blondo magnate estuvo muy presente en el juicio de los Proud Boys, celebrado en el palacio de justicia E. Barrett Prettyman ya que fue decisión del juez admitir como prueba el vídeo en el que Trump daba una orden a los Proud Boys durante un debate electoral de las presidenciales. “Retroceded y permaneced a la espera”, les dijo.
Tarrio, el último líder de la agrupación, que no estuvo en el campo de los hechos porque la policía le había prohibido ingresar a Washington luego de haber quemado en esa ciudad una bandera de Black Matters, un mes antes, es un ex convicto volcado al negocio de la seguridad privada. Preso varias veces por robo, sirvió luego como soplón de la policía de Florida, fue definido en el fallo de Kelly como el “cabecilla de la conspiración”.
Poco antes, el mismo tribunal falló en contra de Dominic Pezzola – alias Spazzolini – otro ex convicto e infante de marina, condenándolo a 10 años de prisión; Zachary Rehl, líder de la agrupación en Filadelfia, ex infante de marina e hijo y nieto de agentes de policía de Filadelfia, a 15 años de cárcel; Joseph Biggs de Carolina del Norte, recibió 17 años de pena al comprobarse su liderazgo en el terreno durante el putsch, también es ex militar y ex convicto con una más larga trayectoria de militancia en medios de ultraderecha; y, finalmente, Ethan Nordean – alias Rufio Panman – que no es ex militar, aunque si un patovica violento, recibió 18 años.
Más de 1100 personas han sido acusadas de delitos federales relacionados con el asalto al Capitolio, 200 de ellas pertenecientes a Proud Boys. Más de 600 de ellas han sido condenadas y sentenciadas. Los últimos datos disponibles de Armed Conflict Location and Event Data Project (ACLED), que recopila información en tiempo real de incidentes de violencia política, indican que la actividad de Proud Boys en julio cayó un 75 por ciento con respecto a junio de este año. Lo que muestra que la acción de la justicia ha sido muy disuasiva.
Sin embrago, algunos especialistas advierten que el grupo no está en proceso de desaparición sino más bien de reconversión, diversificándose y abriendo más delegaciones que nunca en todo el país, centrando sus objetivos con una campaña de transfobia, homofobia y misoginia.
La sentencia de Tarrio, para quien los fiscales pedían 33 años de cárcel, no incluyó el agravante por terrorismo, que Kelly no aplicó, pese a que la fiscalía lo había solicitado para él como para todos los demás cabecillas acusados. El importante bufete del penalista de Florida y abogado de Tarrio, Nayib Hassan, dijo que su cliente no es un terrorista, sino un “patriota descarriado”. Otro de sus abogados, Sabino Jáuregui, argumentó vivamente para que no le fuera aplicado el agravante de terrorismo.
Pese a estas condenas severas, la popularidad de Trump no ha cedido, al contrario, aumentan sus chances electorales para 2024, porque los Proud Boys y otras agrupaciones supremacistas son la expresión – más allá de su composición de marginales – de la decadencia económica de vastos sectores de clase media y baja, del prolongado estancamiento del ascenso social en los EE.UU., de un mal humor y resentimiento que los líderes populistas de derecha capitalizan en todas partes del mundo para transformarlos en una rampa hacia la cúspide del poder.