Con el desmantelamiento del plan nuclear iraní, finalmente Donald Trump logró mostrar un éxito concreto.
Su política de mezclar golpes de efecto con la enunciación seria de propósitos ambiciosos había llegado al punto de que ya no se podía distinguir cuál era cuál. Posiblemente, fuera parte de su estrategia. O no.
El ataque contra las instalaciones nucleares en Irán —Natanz, Fordow y Arak— fue calculado, quirúrgico y sin afectar zonas civiles.
También fue ostentoso —más allá del secretismo inicial— ya que a la vez funcionó como un mensaje a sus principales rivales geopolíticos, China y Rusia, que no lograron intervenir más allá de algún que otro comunicado o gesto público.
En el caso de China, incluso hubo presiones directas sobre Teherán para que evitara represalias mediante un bloqueo del estratégico Estrecho de Ormuz. Por su parte, Vladimir Putin se apresuró a remarcar que mantenía buenas relaciones con Israel ya que allí viven casi dos millones de rusos.
Es que en círculos universitarios y mediáticos progresistas se había construido un relato épico sobre los BRICS y su potencial solidaridad interna. Sin embargo, cuando uno de sus miembros fue atacado, no hubo ni un atisbo de reacción por parte de sus socios.
Se sabe: los autócratas suelen ayudar a sus aliados cuando están en posición de ganar, no cuando son públicamente humillados.
¿JD Vance se despega de Israel?
Pero la relación de Trump con Israel tampoco ha sido sencilla.
Su último viaje a Medio Oriente ya había generado resquemores debido a su cercanía con algunos jeques árabes.
En el mundo político israelí sorprende que un sector republicano —particularmente conservador y representado por el vicepresidente J.D. Vance— ya no muestre la misma atracción por la defensa irrestricta de Israel, que durante décadas fue un rasgo distintivo de la derecha estadounidense.
Bibi Netanyahu —incombustible y aprovechando a fondo el panorama político fragmentado de su país para sostenerse en el poder— montó una telaraña perfecta para atraer a Donald Trump al conflicto.
Pero el presidente se hizo rogar: al estilo de Pedro Sánchez, se tomó unos días para pensarlo. Finalmente, cuando consideró que era conveniente, decidió sumarse al ataque, aunque siempre consciente de que no sería más que un touch & go.
Trump no quiere desestabilizar la región y, por eso, busca que Arabia Saudita se consolide como potencia regional.
El plan es que, junto a Israel, colaboren en la resolución de los conflictos en Medio Oriente, como socios políticos y comerciales. Otra gran ambición del norteamericano, aunque nada irreal, por cierto. Así Israel ya no sería el único niño mimado de Estados Unidos.
El ¿futuro? iraní
Una vez realizado el ataque, Donald Trump inmediatamente ofreció una mano al régimen iraní y, luego, criticó a Israel por no respetar el acuerdo de paz.
La TV mostró cuando le decía al secretario general de la OTAN, Mark Rutte que que Israel e Irán se comportaban como “dos niños en el patio de una escuela”.
Irán mientras tanto, es el que perdió por goleada.
Aún más, Irán está como esos boxeadores que en el pesaje amenazan a todos, se quieren pelear con su rival, gritan a viva voz que ganarán la pelea y que correrá sangre en el rincón opuesto. Pero apenas iniciado el combate, ya estaba knockout.
Más allá de las consecuencias internas aún por descifrar, quedó claro que su potencial militar estaba sostenido con alfileres.
También se vio que toda su estructura institucional, política, científica y militar estaba infiltrada por norteamericanos e israelíes. Un costo demasiado alto y un ridículo que sus rivales suníes en la región deben estar disfrutando al máximo.
Por eso, Irán no tiene más salida que lamerse las heridas y portarse bien, aunque todos saben que tarde o temprano volverá a la carga; es su naturaleza, como en la fábula de la rana y el escorpión.
Mientras tanto, Estados Unidos ya anunció que se iniciaron conversaciones con lo que queda del poder político iraní para monitorear el avance del plan nuclear.
De todos modos, hay que recordar que la bomba atómica a la que aspira Irán, como arma y como símbolo, es una tecnología antigua.
Construirla, probarla, transportarla y lanzarla requiere una combinación de logística aparatosa, recursos en grandes cantidades y un secretismo que, a juzgar por los últimos días, no parece estar entre las especialidades de los ayatolás.
Con el trabajo concluido, Trump se retiró de la mesa de juego como un ganador, listo para exhibirlo tanto ante propios como ante extraños. Porque los propios, muchas veces, son el hueso más duro de roer.
El juego sigue
A pesar de haberse anotado un punto valioso, a las 24 horas el tema ya no era “LA” noticia.
El tiempo es cruel y veloz. Además, comenzó a circular —CNN mediante— un informe del propio gobierno sosteniendo que el ataque no había desmantelado el programa nuclear iraní.
Esta versión fue desmentida de inmediato por todo el gobierno, al unísono.
Mientras, la agenda internacional no se detiene, y el presidente de EEUU deberá volver a enfocarse en finalizar el conflicto entre Rusia y Ucrania, su medalla más soñada.
Aunque la solución aún no se vislumbra, recibió una buena noticia: los países europeos agrupados en la OTAN finalmente aceptaron aumentar el gasto en Defensa hasta el 5% del Producto Bruto Interno con vistas al año 2035. Actualmente estaban en un 2%.
Aunque esta decisión no tendrá efectos inmediatos, representa un giro importante: Europa comienza a moverse hacia una postura más realista. Eso sí, ese dinero deberá salir de otros rubros de los Estados, lo que probablemente generará disputas internas y conflictos en varios países por el rumbo de los recortes.
Ágil para evitar problemas y seguro de que para 2035 ya no estará en el gobierno —no por falta de interés, claro—, Pedro Sánchez avisó que no piensa cumplir lo comprometido.
Trump, como era de esperarse, no perdió la chance de advertirle que al final terminará pagando el doble. Pero Sánchez es, para Trump, apenas un tema menor.
Trump sigue apostando a su estilo disruptivo, aunque con costos crecientes.
El frente económico interno empieza a mostrar señales de fatiga, las tensiones con Europa amenazan con escalar y la ambición por reordenar Medio Oriente avanza, pero a paso lento cuando no incierto.
Sin embargo, en Washington nadie duda de que, para Trump, el ruido es parte del método. Gobernar, para él, sigue siendo una mezcla de intuición, show y cálculo crudo.
Mientras el mundo se convierte en el escenario donde debe revalidar a diario sus promesas de cambio y refundación, el frente interno tampoco le da tregua.
Y mientras sus rivales intentan descifrarlo, él ya está pensando en su próximo golpe de efecto.
Publicado en El Observador el 27 de junio de 2025.
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