jueves 2 de enero de 2025
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Desracializar y desculturalizar, los primeros pasos para superar el conflicto en Medio Oriente

Encuentro la respuesta del gobierno de Israel a la masacre del 7 de octubre hasta hoy, completamente insensata, desmesuradamente sanguinaria e irresponsable en cuanto a las consecuencias para palestinos e israelíes. Esto no me hace dudar de la atrocidad cometida por Hamas el 7 de octubre pasado. Simplemente, repudio cualquier lógica justificatoria de causa y efecto en este terreno, e intento, en lo que sigue, atender una cuestión política necesaria.

En semanas recientes hay información de prensa, con cierta frecuencia, sobre agresiones antisemitas en distintos lugares del mundo, incluyendo nuestro país. También circulan mediciones sobre grados de antisemitismo y racismo en general. Tales informaciones no me parecen del todo confiables. Pero, por supuesto, son un motivo más para mantenernos atentos. Más todavía, se dice que el antisemitismo habría crecido una vez desatada la crisis de Gaza, debido a la respuesta violenta del gobierno israelí en la franja. Encuentro tal opinión o tales mediciones menos confiables todavía. Encuentro, para empezar, que al atroz ataque de Hamas de octubre de 2023 es por supuesto imposible proporcionarle una justificación, así como también es imposible hacerlo con la masiva e increíblemente destructora respuesta del gobierno israelí en Gaza que se sucedió desde entonces abriendo un escenario sombrío e impredecible.

Para mí, esto es simplemente obvio. La respuesta israelí no es en verdad una respuesta sino una decisión tomada sobre una base puramente interna, una base definida por dinámicas internas del gobierno israelí y modos de entender las opciones disponibles a futuro. Fue así un acto libre, no forzado, de un gobierno, y bien podríamos por ende decir, desgarrados, que se trató menos de un crimen que de un error.

Ante la agresión terrorista en Gaza una respuesta debía ser dada, de eso qué duda cabe, pero, como fue dicho y publicado por distintos conocedores del conflicto desde el 7 de octubre en adelante, había respuestas mucho mejores para Israel (aunque mucho peores para algunos de sus gobernantes, especialmente aquellos que revistan en las filas anexionistas). No era, aquella, una situación en la que un gobierno no tuviera más alternativas que hacer lo que ha hecho.

Pero, y es este el punto en el que quiero enfatizar primero, nada de esto “explica” el racismo, sea que este haya crecido recientemente sea que no. El racismo antisemita se explica por sí mismo, como cualquier racismo. Las personas o los grupos racistas pueden encontrarse justificados a sí mismos – lo sepan o no – no solamente por la violenta entrada de las fuerzas militares israelíes a Gaza, sino también por el ataque terrorista de Hamas. Para un racista consecuente, los judíos agredidos, de un modo u otro todos, fueron las víctimas de sí mismos, en última instancia por ser judíos, y no las de aquellos que el 7 de octubre los masacraron. Lo que hace más grave todavía este tipo de ataques saturados de la violencia más atroz. Los terroristas parecen no ignorar en absoluto este fenómeno siniestro, o al menos parecen conocerlo mejor que los gobernantes israelíes o, en el mejor de los casos, estos últimos se hacen los tontos o simplemente no les importan las consecuencias más allá de las inmediatas.

Y, palos porque bogas y palos porque no bogas, la respuesta militar posterior a la masacre también es una “demostración” para el racismo militante. ¿Por qué ocuparse de esto? Bueno, intento poner un marco, entre los muchos posibles, a un fenómeno que tiene una gran complejidad y de repercusiones globales y que, desde luego, importa e interesa a nuestro país, en diferentes planos.

Creo que el gran esfuerzo que deberíamos hacer, es por politizar el conflicto, desracializarlo, inclusive desculturalizarlo, en lugar de seguir revolviendo la olla en la que el guiso del odio se cuece constantemente. Esto no puede hacerse a voluntad, por supuesto, pero debe intentarse y cualquier progreso en ese camino servirá.

Hay varios primeros pasos para eso que están al alcance de distintos actores, dentro y fuera de Israel, y uno que podríamos hacer como argentinos, siendo además que contamos con comunidades de origen judío y árabe (de diversas religiones, condición migratoria, etc.), de una riqueza sociocultural extraordinaria. Me refiero a proponer cierta precisión para las palabras.

En una cuestión que, por las dimensiones que la componen, las palabras son delicadísimas. Las palabras sirven para muchas cosas, para distinguir, aproximar o fusionar sentidos, atrapar pensamientos, solidificar modos de pensar.

Vamos al caso. No fueron los palestinos los que perpetraron los actos terroristas de octubre pasado; fueron miembros del grupo terrorista Hamas. Diría que la oración se refiere correctamente a lo sucedido. Aunque todos hemos leído declaraciones espantosas, como aquella referida a que “no existen palestinos inocentes”, difícilmente alguien pueda sin darse cuenta cruzar los límites semánticos e identificar a los palestinos con terroristas. No obstante, esta especie de sinécdoque peculiar (altera sustancialmente el significado del conjunto, a diferencia de otros que no lo hacen, como mortales por seres humanos), como mínimo matrera, es bastante común y suele pasar desapercibida. El resultado es doblemente malo, ayuda a cometer errores conceptuales y traba el pensamiento.

A veces se termina “no pudiendo decir” cosas que deben decirse. En el Diccionario de la Real Academia existe un término que es especificado como “comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etc.”. Se trata de la palabra etnia. Como cualquier lector podría comprobar, entre etnia y raza la RAE establece una relación, imperfecta, parcialmente circular, ya que en la definición de etnia se introduce entre otros el término raza, y en la de razaetnia – eso no hace más que demostrar la radical imprecisión del término raza, ya que lo racial alude principalmente a lo biológico y es precisamente en ese terreno donde el término no encuentra ningún fundamento.

El término etnia resulta más preciso. Y asimismo lo es el término pueblo, que admite significados más vagos, pero en el rango de las condiciones culturales. Intento, de este modo precisar las palabras a emplear en esta cuestión tan llena de espinas.

El pueblo judío no es una raza. No hay tal cosa como una raza judía, como no la hay en ninguna otra condición colectiva. Los judíos son un pueblo, o bien una etnia, creo que ambos términos son apropiados. El pueblo judío tiene, más o menos como todos, un conjunto de peculiaridades históricas, a las que no me referiré aquí, salvo a tres: la diáspora, el antisemitismo y el Holocausto (creo que es relevante distinguir entre antisemitismo y Holocausto).

Una parte importante del pueblo judío, proveniente de distintos países en que este se encontraba disperso, y también establecido con anterioridad en Palestina, creó el Estado de Israel (recuerdo al lector que no estoy haciendo un relato histórico, sino exclusivamente tomando unos hechos que considero relevantes para precisar el lenguaje).

Esa creación fue concomitante con la de un régimen político (una democracia representativa parlamentaria). Estado, régimen y liderazgos públicos (los líderes reconocidos como padres fundadores) fueron el trípode embrionario del desarrollo político, estatal y social israelí, en un proceso con elementos comunes y distintivos al de otros muchos – que hizo posible la ciudadanía (civil, social, política) y el gobierno que, es obvio, no puede identificarse como una misma cosa con el régimen político, ni con el Estado, ni con los israelíes ni con el pueblo judío.

No obstante, ha sido común escuchar o leer “los judíos entraron en Gaza”, “la respuesta judía a la masacre del 7 de octubre”, y cosas por el estilo. No todos los que así se expresan, a mi juicio, están dispuestos a emplear un lenguaje antisemita.

Ese es parte del problema; que cuando las palabras están como dados cargados por el diablo, es fácil terminar diciendo lo que no se quiere decir, por un lado, o prefiriendo no expresarse, por el otro, por temor a ser considerado como antisemita.

Las terribles decisiones en respuesta a la masacre del 7 de octubre pasado no fueron tomadas sino por el gobierno del Estado de Israel. En cuanto a la dimensión de la responsabilidad política, más inasible, tampoco se puede eludir. Sólo que es mucho más controversial. No quiero dar ejemplos históricos pero nunca es fácil dilucidar las responsabilidades de los ciudadanos (en un régimen representativo) o la falta de las mismas.

El tiempo y los acontecimientos dirán lo suyo. Lo cierto es que tras estas precisiones me parece que se puede hablar más claro. Puedo criticar, entonces, con toda franqueza y la contundencia que me es posible, al gobierno del Estado de Israel. He precisado definir los términos y sus sentidos, para separar las aguas: considero enormemente desatinado y humanamente inaceptable el paso que comenzó con la entrada de las fuerzas militares en Gaza y que aún continúa.

Y creo que es importante que los que pensamos de este modo lo digamos. Porque hay una influyente comunidad judía en la Argentina con la que el diálogo es central, así como con la comunidad árabe, actores que en un mundo globalizado como el de nuestros días están más cerca del escenario de los acontecimientos de lo que parece.

Mi oposición a la política llevada adelante desde octubre involucra decisiones de un gobierno, que esté o no apoyado por una mayoría de ciudadanos (creo que ya no lo está). no puede identificárselo con régimen, Estado o pueblo como tales.

El bombardeo generalizado que se ha lanzado contra Gaza, por ejemplo, ha sido una decisión gubernamental. El tipo de respuesta, a mi entender muy equivocada (y que se expone a las imputaciones del Tribunal Penal Internacional, entre otros muchos graves problemas), que se ha dado a las acciones criminales del 7 siete de octubre, tienen un decisor: el gobierno de Israel, parte de cuyos miembros están siendo acusados, a su vez, de criminales.

Cualquier extensión de la responsabilidad por la decisión perjudica a todos, al pueblo israelí, y a los que criticamos esos hechos indebidamente cruentos, los de los militares de Israel en Gaza y los de Hamas desde luego, y también perjudica a los palestinos (aunque beneficie a los integrantes de Hamas); los perjudica porque los gazatíes más probablemente se involucren en el círculo vicioso de odio en el que están junto a los israelíes.

Muchos ciudadanos israelíes pueden tener una responsabilidad política por la respuesta comenzada con la entrada en Gaza, pero la responsabilidad por la decisión es de su gobierno. Si olvidamos esto, cultivamos un malentendido que en muchos es intencional: los que quieren llevar agua al molino del antisemitismo, eso es obvio, pero también los que defienden la causa israelí pero desean que los críticos del gobierno y su política regional violenta se callen la boca: “ustedes son parte de quienes quieren la destrucción del Estado de Israel, por eso lo critican, si atacas a Israel, eres antisemita”.

El problema me recuerda unas frases de Thomas Friedman, que observa que mientras el gobierno de Israel solicita ayuda a sus mejores aliados, les pide también que hagan la vista gorda mientras construye asentamientos en Cisjordania, siendo el primer gobierno que hace de la anexión un objetivo declarado, lo que es “estratégica y moralmente incoherente”. No se puede admitir que decisiones que son como tales de la responsabilidad del gobierno de Israel, no puedan ser criticadas, bajo la imputación de que hacerlo es hacer antisemitismo.

La respuesta de los que queremos criticar al gobierno por sus decisiones, por su responsabilidad, creo que debería pasar por alto la absurda acusación de antisemitismo, y dejar de criticar al estado de Israel, y a Israel como nación, que son niveles peligrosamente ideológicos, y criticar al gobierno de Israel con toda energía.

Esto me remite a lo dicho al principio: de trata de politizar el conflicto, de desculturalizarlo y sobre todo de desracializarlo. No ignoro que algo así es tanto para palestinos como para israelíes casi imposible. Pero el resultado catastrófico de esta experiencia quizás pueda servir para un cambio no hacia un odio mayor, sino hacia un camino de entendimiento político. La tolerancia, después de todo, es un paso anterior, previo, al respeto por la diversidad y este a su vez lo es en relación a estima por la diversidad. Pasos que sólo pueden hacer su propia trayectoria bajo el principio rector de dos naciones y dos estados.

Publicado en www.tn.com.ar el 7 de julio de 2024.

 

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