El desarrollo en el siglo XXI es la integración de la actividad empresarial con la ciencia y la tecnología para crear productos y procesos innovadores. El centro de la acción está en el conocimiento, la creatividad, la innovación y la mejora de la productividad, con atención a la preservación del medio ambiente.
Todo con una mirada del mercado internacional, no solo de los de los cambios en productos y procesos derivados del ritmo de innovación, sino también de los cambios de los consumidores, tanto empresas como personas.
Está en juego la velocidad de esa innovación, y también la velocidad de su difusión en el entramado productivo. Para responder al ritmo de la destrucción creativa, las empresas, países, regiones (provincias) y ciudades, no buscan ser los mejores en todo, buscan desarrollar perfiles de especialización.
Esa especialización, por un lado, determina la integración del proceso productivo local en cadenas globales de innovación, producción y distribución, y por el otro lado, abre la posibilidad de desarrollar formas de diversificación dentro de la especialización, lo que ―a su vez― amplía los citados perfiles de especialización y complejiza todo el sistema productivo.
Los actores centrales son las empresas, con su gente, pero también los gobiernos de los países que lideran los cambios: hablar de ciencia y tecnología es también hablar de la formación de la gente, desde el preescolar.
En última instancia, la competencia entre los países es una competencia entre sistemas educativos.
Más ampliamente, a través de los estados se ponen en juego los marcos institucionales que organizan (o desorganizan) el desempeño de las sociedades. Esos marcos institucionales determinan los incentivos de las sociedades para enfrentar los desafíos del desarrollo. Hablar de instituciones es referir a las normas (formales e informales), y a las organizaciones, públicas y privadas que gestionan el desarrollo.
La dinámica del desarrollo requiere equilibrio macroeconómico. Pero si ese equilibrio viene asociado con el estancamiento de la educación y el achicamiento de las organizaciones científicas y tecnológicas, la Argentina se auto condena a la miseria.
En todos los países el Estado está presente: además de educación, salud, seguridad y ciencia, produce bienes públicos que habilitan el desarrollo, desde su posicionamiento en foros internacionales, hasta acuerdos comerciales que eliminen barreras arancelarias y paraarancelarias, desde infraestructuras críticas hasta la formulación y ejecución de las leyes.
Estados Unidos lidera la innovación porque de sus universidades y de sus organizaciones públicas salieron unos cuatrocientos Premios Nobel, y el sector privado -además de investigar- supo incorporar ese conocimiento al sistema productivo. Las universidades y empresas chinas pelean la delantera: hoy triplican a los Estados Unidos en las solicitudes de patentes y son los primeros en un número creciente de innovaciones de base científica y en nuevos productos y procesos.
Nuestro sistema científico tecnológico tiene una débil vinculación con el sistema productivo, un tema crítico que requiere mejoras. Pero organizaciones como el INTA y el INTI fueron creados y funcionan integrando la investigación con la aplicación en el terreno. En ambas organizaciones, los gobiernos kirchneristas hicieron desastres tratando de politizarlas, a costa de la excelencia.
Eso determina la necesidad de cambios importantes, para que recuperen sus mejores momentos. Ya esos gobiernos eliminaron al sector privado del estamento de dirección del INTI. Y ahora, además de recortes presupuestarios, carentes de estudios serios, se busca restar representatividad privada y académica al INTA, para aumentar la presencia del Estado nacional en el directorio. Una fórmula que puede poner en un peligro adicional la calidad de la investigación científica y tecnológica del organismo.
Asusta la ignorancia de las propuestas de motosierra en una entidad cuya institucionalidad obliga a sus profesionales a mejorar su capacidad académica y obliga también a concursos internos regulares, para que los más formados y capaces estén a cargo de las responsabilidades más exigentes. Un mecanismo que debería estar en todo el sector público… y privado.
En lugar de jugar a perdedor y, además de fortalecer a todo el sistema de ciencia y tecnología, se debería robustecer al INTI y al INTA con, por ejemplo, observatorios en Europa, China y Estados Unidos para no demorar la adaptación de los mejores desarrollos (la innovación corre a la velocidad de la luz en Inteligencia artificial, bioeconomía, robotización y física cuántica). Se trata de no perder el tren: acompañar y liderar la Innovación.
En bioeconomía, con el INTA, las organizaciones de productores, y los nuevos start ups, que se formaron en las universidades y en el sistema científico, la Argentina está en condiciones de pelear en la punta. Se trata de no perder esa riqueza.
Publicado en Clarìn el 9 de junio de 2025.