Hace solo un mes me recibí de Licenciado en Ciencia Política. Fueron cuatro años y medio de estudio casi diario, con lecturas, trabajos y debates que me acompañaron a toda hora. Hoy me siento a escribir, y entre todos los temas que podría elegir, siempre aparece el mismo: la democracia.
En nuestra carrera, la democracia es probablemente el concepto al que más tiempo dedicamos. No hay mucha discusión sobre su centralidad: es el régimen que todos defendemos. Pero pronto aprendemos que “la democracia” no es una sola, sino muchas.
Muchas democracias, muchos matices
¿Cómo que hay muchas democracias? Exacto. Las hay plenas, híbridas, competitivas, no competitivas, poliarquías, degradadas, delegativas… y la lista sigue.
Para que un país pueda considerarse democrático debe cumplir ciertos requisitos. La cantidad y el detalle varían según el autor, pero uno de los más reconocidos, Robert Dahl —politólogo estadounidense de enorme influencia— propuso siete condiciones básicas:
- Libertad de asociación, ya sea a través de partidos políticos u otras organizaciones.
- Libertad de expresión.
- Derecho a votar.
- Derecho a ser elegido para cargos públicos sin proscripciones arbitrarias.
- Derecho a la competencia polí
- Diversidad en las fuentes de información.
- Elecciones libres, justas y transparentes.
Con estos parámetros, me pregunto: ¿tenemos una democracia plena en Argentina? Veamos punto por punto:
- Libertad de asociación: Sí, podemos organizarnos y presentarnos a elecciones.
- Libertad de expresión: También, aunque declaraciones como la del presidente —“No odiamos lo suficiente a los periodistas”— prenden luces amarillas. Por ahora no hemos pasado de la violencia verbal a hechos concretos.
- Derecho a votar: Sí, a partir de los 16 añ
- Derecho a ser elegido: Sí, salvo para quienes fueron condenados judicialmente con inhabilitación para cargos públicos, lo cual está previsto por la ley. El caso de CFK es claro: no es proscripción, es inhabilitación.
- Competencia política: Existe formalmente, aunque en la práctica no todos acceden con las mismas facilidades. Sin embargo, hay multiplicidad de opciones y se ha dado la alternancia en el poder durante estos 40 añ
- Diversidad informativa: Hay medios de distintos signos, pese a un fuerte aparato mediático cercano al gobierno.
- Elecciones libres, justas y transparentes: Sí, al menos en términos nacionales y subnacionales.
Argentina, una democracia defectuosa según The Economist
Si nos quedamos en Dahl, parecería que Argentina practica una democracia plena. Sin embargo, para algunas evaluaciones internacionales esto no es así. El Democracy Index que elabora cada año el diario inglés The Economist nos clasifica como una democracia defectuosa, junto a países que, si bien cuentan con elecciones libres y derechos básicos, padecen debilidades institucionales, problemas en el funcionamiento del gobierno y bajos niveles de confianza pública.
En su última medición (2024), Argentina obtuvo un puntaje de 6,51 sobre 10, ocupando el puesto 54 entre 165 países. El índice se construye evaluando cinco dimensiones:
Dimensión | Puntaje | Observaciones |
Proceso electoral y pluralismo | 9,17 | Fundamentos electorales sólidos y pluralismo formal. |
Libertades civiles | 8,53 | Derechos de expresión y asociacion garantizados en lo formal. |
Funcionamiento del gobierno | 5,00 | Gobernabilidad débil, bajo consenso político e institucional. |
Participación política | 6,11 | Participación existente pero con limitaciones. |
Cultura política | 3,75 | Baja confianza, polarización y poca cohesión social. |
O’Donnell y la democracia delegativa
Aquí es donde entra en juego Guillermo O’Donnell, tal vez el mayor referente de la Ciencia Política en nuestro país, quien sostuvo que en América Latina hacen falta condiciones adicionales para que esa democracia sea realmente efectiva.
O’Donnell desarrolló incluso una categoría específica para nuestro subcontinente: democracias delegativas. Son sistemas con altos índices de patronazgo y clientelismo, grandes bolsones de pobreza y un Estado que no garantiza plenamente el imperio de la ley, permitiendo lo que él llamó “zonas marrones”: lugares donde rigen otras leyes o directamente no rige ninguna.
Las condiciones que O’Donnell agrega a las de Dahl son:
- Estado de derecho en todo el territorio.
- Igualdad ante la ley.
- Ciudadanía plena.
- Agencia democrática (capacidad real de la ciudadanía para influir).
- Accountability horizontal (controles efectivos entre poderes para garantizar el contrapeso republicano).
- Presencia estatal sin “zonas marrones” donde el Estado no actúa.
Según O’Donnell, cumplir con Dahl no alcanza: en nuestra región, la democracia también debe traducirse en igualdad real, justicia efectiva y un Estado presente en todo el territorio.
Alfonsín y la utopía democrática
En este contexto surge como inevitable recordar las palabras fundacionales de quien fuera el primer presidente de la democracia recuperada. Alfonsín nos decía en 1983: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. Hoy, para muchos, esa frase suena a frustración: tenemos más del 40 % de la población por debajo de la línea de pobreza. Pero quizás la pregunta sea otra: ¿fue aquello una promesa electoral incumplida o la expresión de una meta a la que debíamos aspirar? Prefiero pensar lo segundo. Alfonsín hablaba de una democracia ideal, una en la que los derechos políticos se complementen con derechos sociales efectivos. Una democracia que no solo nos permita votar y expresarnos, sino también vivir con dignidad. En una frase sencilla, unía las condiciones de Robert Dahl y las de Guillermo O’Donnell, sumando a lo académico la sensibilidad social necesaria para que los argentinos volviéramos a confiar en el sistema que debía sacarnos de décadas de frustración.
Schumpeter, Milei y la democracia mínima
Cuatro décadas después, esa utopía está en tensión con otra visión muy distinta: la de Joseph Schumpeter, economista y teórico político, quien en Capitalismo, socialismo y democracia (1942) redujo la democracia a un simple procedimiento para elegir y remover gobernantes, sin prometer transformaciones sociales. Es la llamada democracia mínima: reglas electorales claras, sí, pero sin garantías de que esas reglas se traduzcan en bienestar, igualdad o justicia.
Hoy, el presidente Javier Milei encarna, consciente o no, esa versión mínima de democracia. Su discurso celebra la competencia electoral pero reniega de la idea de que la democracia deba ocuparse de “curar, comer o educar”. En su ideario, la política no está para ampliar derechos sociales, sino para proteger un orden de mercado.
Pero si algo nos enseñan la historia argentina y nuestra propia experiencia como ciudadanos, es que una democracia reducida a su esqueleto procedimental corre el riesgo de vaciarse de contenido y perder legitimidad social. La democracia, para sostenerse, necesita ser algo más que un método: debe ser también un proyecto colectivo que apunte a la igualdad y la dignidad.
La utopía alfonsinista sigue caminando
Porque, como decía Eduardo Galeano, la utopía sirve para caminar. Y aunque muchos quieran convencernos de que debemos conformarnos con la versión mínima, la Argentina que vale la pena soñar —y defender— es aquella donde la utopía democrática no se rinde ante el realismo cínico, sino que lo desafía todos los días.