El nuevo intento de instalar la idea de que existe proscripción por parte de Cristina Fernández de Kirchner en su discurso en Avellaneda y la descalificación generalizada del Poder Judicial debe ser claramente señalado y puesto en debate por la política argentina, sobre todo porque hay sectores de la militancia oficialista que al desarrollar la idea de que hay proscripción empiezan a señalar que las elecciones supuestamente viciadas no son el camino y amenazan con movilizaciones financiadas y organizadas con recursos del propio Estado, orientados a la posibilidad tanto de impulsar como de contener la protesta en las calles.
Si además tenemos en cuenta que esos mismos sectores se sienten herederos de una generación que abrazó la violencia política y la lucha armada, que llegó a pasar a la clandestinidad mientras gobernaba el propio peronismo y que asesinó a dirigentes gremiales y políticos en plena democracia, tenemos el imperativo político democrático de dar a fondo este debate.
Uno de los problemas más graves de nuestra vida política, una verdadera tragedia, ha sido la proscripción del peronismo durante los 17 años que van desde 1955 a 1973.
La proscripción excedió a la persona de Juan Domingo Perón para extenderse al conjunto de un movimiento tan popular como el peronismo y llegó al extremo de prohibir la mención de su nombre en los medios de comunicación y excedió en sus consecuencias el período mismo de su vigencia.
El impacto temporal de la proscripción fue el surgimiento espontáneo y natural que se expresa en el derecho a la resistencia a la opresión y el desconocimiento de un orden expulsivo.
Tal vez esté allí la razón de esa impronta en el accionar del peronismo: cuando no ganan las elecciones, entienden que no es por una voluntad popular sino una manipulación de los poderes concentrados y los medios de comunicación.
Terrible subestimación y desconocimiento de la voluntad popular que tuvo su expresión más clara en los últimos tiempos en la negación de la presidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner de entregar el simbólico bastón de mando al presidente Macri, tan elegido por el pueblo como ella.
Pero antes que eso, los 13 paros durante el gobierno del presidente Alfonsín, la hostilidad organizada en el conurbano al presidente De la Rúa, tal como la misma Cristina Fernández de Kirchner señalara en varias oportunidades, el hostigamiento al gobierno del presidente Macri y esa permanente dinámica de movilizar y enfrentar cuando se está fuera del gobierno, y sostener y no quejarse ni protestar ni parar cuando se está en el gobierno. Procura en el fondo dar la idea de que son los únicos que pueden gobernar una Argentina tan compleja.
La resistencia peronista fue la forma de luchar por un derecho cercenado y el procurar la organización para lograrlo.
Lo que fue tragedia entonces, impregnando de violencia a la vida política en la Argentina, hoy apunta a presentarse como farsa, como una nueva manipulación, como la invención de un relato y lo más inquietante, como una coartada para la construcción de alternativas de poder político prescindiendo de lo electoral.
Hoy no hay proscripción en la Argentina, la condena penal por administración fraudulenta a la vicepresidenta con su accesoria de inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos, no es de ninguna manera una proscripción a la condenada, que por otro lado tiene dos instancias más para avanzar en su propia defensa. Por sobre todo no es una proscripción al peronismo ni una reacción contra políticas supuestamente populares como sin fundamento alguno pregona la vicepresidenta condenada.
Cuando se excluye y se impide la participación, la dinámica no es de adversario, es de enemigo y la disputa política va adquiriendo el carácter de enfrentamiento, de batalla, en la que todos los caminos son válidos. Eso pasó y fue conducido o coordinado por Perón en el exilio. La resistencia tuvo distintas formas y llegó, a tono con un rasgo de la época, a la conformación de organizaciones armadas.
El peronismo en esta situación asumió como ilegítimos a los gobiernos, fueran militares o civiles consagrados en elecciones donde hubiera habido proscripciones.
Visto desde hoy, lejos de las pasiones y respuestas que generó el modo autoritario que fue adquiriendo el propio peronismo en el gobierno previo a 1955, la prohibición de la participación de los dirigentes opositores, el cierre y confiscación de diarios, el encarcelamiento del principal líder de la oposición en el Congreso de la Nación y la caracterización de apátridas de los opositores, me permito detenerme sólo en lo que pienso que fue conformando el ADN de amplios sectores del peronismo, el considerar ilegítimo cualquier gobierno que no sea peronista.
Lo más importante en términos políticos de la Hora del Pueblo fue precisamente que la oposición al régimen militar, sin dejar de sostener sus diferencias y su voluntad competitiva, superara la brecha más importante que impedía la vigencia de la soberanía popular al reclamar como consigna principal: elecciones libres sin proscripciones ni condicionamientos.
La Argentina tiene enormes desafíos por delante, la pobreza, la inflación, la inseguridad, el ahogo de los sectores productivos, la normalidad institucional, el imperio de la ley y el estado de derecho, la erradicación de la corrupción y la impunidad, la independencia del Poder Judicial, la ejemplaridad de la política, la austeridad y el equilibrio en el gasto público son solo algunos de los desafíos de la época.
Estamos llamados todos a hacer nuestra contribución para encararlos y superarlos, para eso es importante que llamemos a las cosas por el nombre que tienen. Cuando hay una condena por administración fraudulenta, la pena se llama inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos. El peronismo no está proscripto, la sugerencia de su proscripción es la lamentable coartada de una condenada que pretende culpar al conjunto del peronismo de los delitos por los que ha sido condenada.
Publicado en La Nación el 28 de febrero de 2022.