Autor: Ezequiel De Francesco
En algún momento de estos últimos cuarenta años te perdiste. Es difícil señalar el día exacto en el que dejaste de ser vos. El brillo que irradiaban tus promesas se fueron apagando poco a poco, tan lentamente que pocos se dieron cuenta. Tu idílica ilusión chocó de frente con una realidad demasiado honesta. Te empecinaste en lotear grandes trozos de tu identidad, al punto tal que se hace difícil reconocerte. Hasta tuvimos que ponerte apodos para llamarte porque ni tu nombre reconocías. Fuiste dejando de lado muchas de las esperanzas que traías puestas. Sobrevuela en el aire la dolorosa intención de atar nuevamente tu alma a la brutal y sombría represión de antaño, para que dejes de existir definitivamente.
Con la nostalgia del que extraña lo que jamás existió, languideces buscando restos de amor en los ojos que prometieron estar con vos para toda la vida. Rompes tu esencia en mil pedazos esperando pactos que nunca llegan. Ya no para coexistir, sino para intentar sobrevivir a las lágrimas del que toma el frio camino de la soledad, siempre ligado a lo más esencial de los recuerdos ordinarios y al dolor que provoca el destierro. Los que no tienen otra opción que verte marchitar suavemente, son los que más sufren tu crisis existencial ,tu ausencia prepotente, altiva y violenta. Casi como una crónica de lo que jamás se desea te estás yendo, pocos los ven y otros pocos entusiastas no se resignan a perderte y siguen lamiendo tus heridas esperando que puedas cambiar algún día.
La esperanza de que podamos encontrarnos y cambiar todos juntos es la utopía que aun nos hace vivir. La hoya de oro al final del arcoíris parece estar cada vez más lejos, pero es el impulso vital que nos regala la dulce esperanza de tener algo que esperar. Ojalá podamos existir vos y nosotros, tropezar nuestros horizontes en este largo camino de la vida. Para reencontrarnos y dejar de estar perdidos porque “Ya no es posible ignorar el hecho que cada vez más personas reflexivas y bien intencionadas están, lentamente, perdiendo su fe en lo que alguna vez fue para ellos el ideal inspirador de la democracia” (F. Hayek).