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Opinión 30 01 2023

Cuarenta años no son nada


Autor: Ezequiel De Francesco









En algún momento de estos últimos cuarenta años te perdiste. Es difícil señalar el día exacto en el que dejaste de ser vos.  El brillo que irradiaban tus promesas se fueron apagando poco a poco, tan lentamente  que pocos se dieron cuenta.  Tu idílica ilusión chocó de frente con una realidad demasiado honesta. Te empecinaste en   lotear grandes trozos de tu identidad, al punto tal que se hace difícil reconocerte.  Hasta tuvimos que ponerte apodos para llamarte porque ni tu nombre reconocías. Fuiste dejando de lado  muchas de las esperanzas que traías  puestas. Sobrevuela en el aire la dolorosa intención de atar  nuevamente  tu alma a la brutal y sombría represión  de  antaño, para  que dejes de existir definitivamente.

Con la nostalgia del que extraña lo que jamás existió, languideces  buscando restos de amor  en los ojos que prometieron estar con vos para toda la vida.  Rompes tu esencia en mil  pedazos esperando pactos que nunca llegan. Ya no  para coexistir, sino para intentar sobrevivir a las lágrimas del que toma el  frio camino  de la  soledad,  siempre ligado a lo más esencial de los recuerdos ordinarios y al dolor que provoca el destierro.  Los que no tienen otra opción que verte marchitar suavemente, son los que más sufren tu crisis existencial ,tu ausencia prepotente, altiva y violenta. Casi  como una crónica de lo que jamás se desea te estás yendo, pocos los ven y otros pocos  entusiastas no se resignan a perderte y siguen lamiendo tus heridas esperando que puedas cambiar algún día.

La esperanza de que podamos encontrarnos y cambiar  todos juntos es la utopía que aun nos hace vivir. La hoya de oro al final del arcoíris  parece estar cada vez más lejos, pero es el impulso vital que nos regala la  dulce esperanza de tener algo que esperar.  Ojalá podamos existir vos y nosotros, tropezar nuestros horizontes en este largo camino de la vida. Para reencontrarnos y dejar de estar perdidos porque “Ya no es posible ignorar el hecho que cada vez más personas reflexivas y bien intencionadas están, lentamente, perdiendo su fe en lo que alguna vez fue para ellos el ideal inspirador de la democracia” (F. Hayek).