I. La inequívoca sensación de que se hizo justicia. Ni alegre ni triste, pero sí satisfecho. Hubo un “Nunca más” a los militares; hoy somos testigos de un “Nunca más” a los corruptos. A veces, muy de vez en cuando, los poderosos, o las poderosas en este caso, pagan. Supongo que resulta inútil explicarle a Cristina y a su círculo áulico que no está condenada por sus ideas o por su militancia política o por su aguerrido compromiso nacional y popular o por el riesgo que su presencia podría ocasionar al capitalismo, sino por ladrona y corrupta. Su condición de delincuente ya no es una fantasía de los “gorilas”, un deseo de sus opositores, una sospecha insidiosa. Ahora su condición de delincuente se exhibe altiva y orgullosa a la luz del sol. Mal que le pese a la condena no la profirió un hincha de fútbol o una mesa de muchachos en un bar, sino jueces que recogieron una multitud de pruebas. Hablamos de un juicio que se extendió durante años, en el que participaron más de diez jueces, siete fiscales en cuatro o cinco instancias judiciales. Hablamos de que fue condenada en dos instancias cuando ella era vicepresidente de la nación. No fue un déspota el que la condenó; tampoco un presidente, mucho menos Javiel Milei o Mauricio Macri. Fueron jueces. Y la resolución de la Corte Suprema fue aprobada por unanimidad. ¿Importa algo informar que dos de esos jueces son peronistas convictos y confesos? Ricardo Lorenzetti fue auspiciado por los Kirchner; Horacio Rosatti fue ministro de la parejita gobernante hasta que el espectáculo que vio lo enfermó de asco. Cristina es inmune a todos estos detalles. Ella y sus seguidores. En sus arengas se compara con los fusilados de los basurales de León Suarez en 1956, lo cual es una falta de respeto a los fusilados; su pretensión de instalar su persona en un marco histórico que se inicia con Mariano Moreno, continúa con Dorrego y San Martín, se detiene en el Chacho Peñaloza y pasado al siglo veinte acicala su figura con los apellidos de Yrigoyen y Perón es desmesurada, mentirosa y en algún punto ridícula. Tía Cata miraba los noticieros televisivos demudada. Supuse que estaba contenta pero me equivoqué. Estaba asombrada y algo avergonzada. Después señalando a Cristina en la pantalla me dijo: “¿No le da vergüenza?, balbució. Después agregó: “Esta chica nos está haciendo quedar como la mona en el mundo”. Y se acordó de su amiga Chichina que vive en París: “Pobre…como si la estuviera viendo…ella que defiende con orgullo su condición de argentina…no debe de tener ganas ni de salir a la vereda…¡la presidente de Argentina presa por ladrona!”…decime si no da vergüenza”.
II. Cristina estima que la quieren proscribir cuando en realidad el círculo de Milei estaba más tentado a facilitar su presentación porque sabían muy bien que le ganaban, que Cristina es de alguna manera una sombra de lo que fue electoralmente en el pasado y que sin la existencia del espantajo de Cristina las posibilidades ganadoras del actual gobierno de seguir polarizando, se reducen, lo cual no es lo más conveniente. Una consideración indiscreta a los legisladores peronistas o a los aspirantes a legisladores. Si Cristina, como ellos dicen, fue proscrita, lo que corresponde a leales soldados de la causa es abstenerse. Pregunta a mis lectores: Conociendo el paño, ¿ustedes creen que los legisladores o aspirantes están dispuestos a dar ese paso? Curiosamente muchos peronistas que defienden la libertad de Cristina lo hacen no solo por una lealtad partidaria, sino porque en realidad se quieren sacar a Cristina de encima de una vez por todas, aunque saben que una Cristina proscrita se victimiza y se transforma en una bandera de lucha del peronismo que posterga las aspiraciones de quienes aspiran a sucederle. Kicillof en primer lugar. Lejos de mi parte de compartir la conclusión de una Cristina condenada y devenida en un Perón mítico dirigiendo al peronismo desde Puerta de Hierro. La crisis de 1955 no tiene nada que ver con la actual. Cristina no es Perón y Milei no es Aramburu. En 1955 Perón y el peronismo fueron proscritos y algo más; hoy el peronismo no está proscrito y Cristina está condenada no por ser la líder nacional y popular de América Latina, sino por sus delitos. La acompañan en esta excursión presidiaria, entre otros, Lázaro Báez y José López. Lázaro, el cajero que honró a Néstor con un mausoleo que inauguró con una Cristina debidamente enlutada. Atenciones y honores que se dispensan entre socios o compinches que les sobra la plata. López es el mensajero de la Providencia, el que se desliza por las sombras en las orillas de un convento para arrojar bolsos con millones de dólares; bolsos bendecidos por piadosas monjitas.
III. No son los ideales de Cristina los que están sancionados sino los montos ilegales de su cuenta corriente. Lo suyo no es una gesta revolucionaria, es un sórdido prontuario. No va a la cárcel o a la prisión domiciliaria como una luchadora, sino como una delincuente. No es la primera vez que se recurre a la mitología para mentir o para montar una farsa. Para esos menesteres el peronismo siempre está dispuesto. A esas mascaradas Cristina las viene haciendo desde hace rato. Lo raro no es que lo haga, lo raro es que cientos de miles de argentinos le crean, la justifiquen, incluso la disculpen y derramen cálidas lágrimas por su destino. Los delitos de Cristina son los delitos de una casta (ya que la palabra está de moda vamos a usarla) que montó una cleptocracia para beneficiarse ella y su familia y sus cómplices. Por la situación, el contexto y las relaciones de poder en juego estos delitos tienen una inevitable dimensión política. Sin exageraciones podría decirse que en estos días la posible condena de Cristina es el principal hecho político de la actualidad. Y lo es por la presencia de Cristina y por el impacto que su condena provoca en el peronismo, en el gobierno, en la oposición no peronista y en la sociedad en su conjunto.
IV. Imposible controlar todas las derivaciones de esta condena. Tampoco estoy en condiciones de anticipar qué puede pasar con el tendal de juicios que le aguardan en el futuro inmediato. Pienso en Hotesur y los Cuadernos. “A esta chica se le vino la noche”, observó tía Cata. No lo sé. Como persona que no tiene acceso a los tribunales, a los despachos de la Casa Rosada, a los salones de la Residencia de Olivos o a los archivos de los viscosos servicios de inteligencia, me aferro a mi condición de ciudadano y afirmo que se hizo justicia, que se cumplió con la ley, que se probó de una buena vez que no hay impunidad para los poderosos y que Cristina de aquí en más vestirá simbólicamente con traje a rayas. No sé si esto beneficia a la derecha o a la izquierda; si le conviene a Kicillof o lo perjudica a Milei; si dispersa al peronismo o lo prepara para una nueva mutación. Lo que sé es que esta vez a una exponente rancia de los poderosos le llegó la hora de pagar por sus delitos. Lo que presiento es que hoy la Argentina es un poquito más justa y un poquito más republicana.