Se aproxima la primera vuelta de las elecciones generales en medio de un clima de incertidumbre, inflación desbocada e inseguridad rampante.
Cada día asistimos a una batalla entre lo nuevo y los viejo. Lo nuevo promete el milagro de cambiar la Argentina que nos duele a puro golpe de voluntad atropelladora, revestida del ropaje anarco-liberal. Poco importa a la gran mayoría de los votantes de Milei el bagage intelectual del candidato. Para ellos, el nombre de Murray Rothbard es el de un ilustre desconocido rescatado de la década del ‘50. Lo que cuenta es que les promete arrasar con todo lo que castiga sus vidas.
Hace mucho tiempo que la sociedad argentina percibe que el Estado no produce bienestar, gasta mucho y gasta mal porque no mejora ni la infraestructura ni el transporte ni la provisión de agua potable o de energía eléctrica; porque el narcotráfico se fortalece sin controles, la delincuencia asola cada día y los salarios y los planes son carcomidos por la inflación. La degradación de la educación pública fabrica niños que no comprenden lo que leen. Se llora por Argentina, a pesar de Evita, como solía decir Manuel Mora y Araujo, una década atrás.
En este contexto, Milei promete respuestas específicas, poco importa cómo pueda implementarlas. Lo que importa es cómo dice Milei y no lo que dice. Milei ruge, es un león que convoca a seguidores que convierte en leones, para devorar a los gladiadores de la casta y liberarse de toda opresión. Tal vez por eso predomine entre los varones.Es el grito de la selva en que ha sido convertida esta sociedad, tras años de degradación social, económica, política, cultural.
Lo viejo engloba al resto del arco político. Un peronismo en crisis: un presidente que no preside, una vicepresidenta que no cesa de viajar y un ministro candidato que no deja de cometer errores. Nunca el peronismo gobernó tan pocos distritos como los que hasta ahora ha conseguido.
Nunca obtuvo un resultado electoral tan magro como en estas PASO para situarse como tercera fuerza. Nunca su dispersión fue tan manifiesta.Una oposición mal unida en JxC, que tras una interna feroz, quedó situada entre dos extremos.
A su derecha, el mileismo milagroso de quien se dice libertario y en nombre de la libertad, actúa como un autócrata, rodeado de miembros de la casta gerontocrática que supo ser menemista en los noventa y dispuesto al asalto del Estado-Bastilla para terminar con los privilegios de los que denomina la casta.
Por cierto, un concepto vago que no deja saber a quiénes comprende y que a medida que se aproximan las elecciones decisivas, acorta su extensión. Una parodia de la revolución francesa. A la izquierda, un peronismo- kirchnerismo que se dice progresista porque distribuyó riqueza cuando el viento de cola del mundo ayudó y supo hacer del Estado el coto de caza de propios y leales a costa de fabricar pobres cuando la bonanza terminó.
En este escenario, Juntos por el Cambio quedó ubicado en el medio de estos extremos que se perciben groseramente como derecha e izquierda o bien retrógrados y progresistas y que parece más sensato definir como cambio versus statu quo. En este nuevo clivaje que ordena la puja electoral, Patricia Bullrich enfrenta el desafío de convencer a los ciudadanos de que los extremos no nos abrirán las puertas de futuro. Su trayectoria de vida se nutrió de la autocrítica a los extremos que ella conoce muy bien.
Es en el centro, entre los votantes moderados del centroderecha y el centroizquierda del espectro partidario donde ella puede encontrar el territorio de caza propicio para llegar a destino. Si en la interna de JxC su fórmula del cambio como el cambio “es todo o no es nada” fue rápidamente deglutida por Milei.
Hoy, su llamado debería ser a la moderación: nada puede seguir igual, pero tampoco se trata del asalto a la Bastilla. No queremos un Robespierre ni un Termidor Tenemos una Constitución y 40 años de democracia en paz y libertad. Queremos seguir viviendo en paz y en libertad. Los milagros sólo ocurren en los cuentos de hadas.
Es imperioso que Patricia Bullrich interpele a mujeres y hombres desencantados a los que antes que un plan económico detallado-que pocos leen cuando existen- lo que les importa es que conmuevan sus corazones, que les den razones capaces de despertar la esperanza de que el día de mañana llegará en que todos tendrán su oportunidad. Que la empresa de salir de este pantano será difícil y dolorosa, pero que habrá luz al final del túnel. La Constitución es su mejor arma. La calidad de sus equipos, un reaseguro. La austeridad que distingue su vida, es su mejor carta de presentación.
La Argentina se encuentra, una vez más, en una encrucijada. Estas elecciones presidenciales son decisivas: o confiamos en un demagogo que ruge, o nos resignamos a un peronismo degradado para que continúe su lenta agonía a costa de la sociedad argentina o encontramos una alternativa de cambio sin leones que rugen, pero con funcionarios políticos y judiciales probos y capacitados para ejercer sus funciones en el marco de la Constituciòn y con el espíritu de compromiso que supone deponer las pasiones partidistas para el logro del objetivo compartido de reconstruir el país en medio de las ruinas.
De eso se trata la política. Y para eso hace falta razón y emoción, tolerancia y esperanza encarnados en un liderazgo que comience el arduo y largo camino de encontrar el porvenir. Y comienza como supo hacerlo Raúl Alfonsín, con el prólogo de la Constitución. Hoy, en el marco del Estado de Derecho, para reconstruir un Estado limpio al servicio de las necesidades de los ciudadanos se impone la sensatez, la inteligencia y la probidad.
Publicado en Clarín el 7 de septiembre de 2023.
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