sábado 8 de noviembre de 2025
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Como dos hermanos: capitalismo y democracia

El capitalismo y la democracia nunca se llevaron bien. Recuerdan aquella canción de Víctor Heredia: el viento y la lluvia eran dos hermanos, corriendo furiosos por el terraplén. Capitalismo y democracia son como dos hermanos de animadversión recíproca y forzada convivencia, corriendo furiosos por el terraplén social.

A través de su forzada cooperación la sociedad extrae de sí misma cosas que tanto necesita. En los casos en que el vínculo ha sido más exitoso, fue el Estado de Bienestar el que proveyó el eslabón principal. Sin sus instituciones no habría sido posible que el capitalismo brindara prosperidad y la democracia integrara socialmente, legitimándose ambos. Pero esto no supone que los hermanos hayan dejado de detestarse.

Muchos creen que el capitalismo puede vivir mejor si no soportara a la democracia, y muchos son los convencidos de que para la democracia el capitalismo es una camisa de fuerza. Sostenemos aquí la posición contraria. Pero, lejos de haber surgido y haberse desarrollado espontáneamente, el eslabón del Estado de Bienestar fue construido. Y es la política la que se lleva los laureles de su forja.

La política asimila y sufre las tensiones inevitables de mantener unidos dos hermanos pendencieros y forzarlos a cooperar. La prosperidad capitalista y la igualdad democrática son resultado de esta cooperación forzada.

Los “30 gloriosos” de Europa Occidental son el paradigma – aunque no el único ejemplo. Pero aun atribuyendo a los partidos políticos un papel central en organizar la cooperación, hay otros protagonistas de primera línea: actores que, por fuera o independientemente de los partidos, pero dentro de los marcos democráticos, tuvieron un rol muy activo.

Se trata de la política ciudadana, cívica, genéricamente republicana, que abarca un variopinto conjunto de organizaciones y asociaciones – ilustrativas para muchos de “los excesos de la democracia” (excesos contra el capitalismo, por supuesto).

Desde las organizaciones de los trabajadores – históricamente las más potentes – hasta las expresivas de valores sociales nuevos.

Si capitalismo y democracia pudieron cooperar y proveer con tan buena fortuna es porque la política – en los partidos y por fuera de ellos – representó (en sentido estrictamente político) y expresó expectativas, demandas, necesidades, y creó derechos y deberes, que resultaron en la legitimación de un orden democrático y capitalista.

Para completar este pantallazo idílico agreguemos que las instituciones no funcionan por sí mismas, ni las del capitalismo ni las de la democracia. La sangre que circula por sus venas es la de los hombres, la de su virtud (esto es tan viejo como Aristóteles). Los incentivos y las restricciones son institucionales, pero para que se produzcan los resultados esperados se requiere de la virtud humana. La mejor política es virtud cívica: pasión, reflexión y acción.

Sabemos que la política ha estado fallando en las últimas décadas y se ha dejado arrinconar por las peores versiones ideológicas del capitalismo. Aquellas que le instilan la insensatez necesaria para devorarse a sí mismo.

Remiten todas ellas a una raíz común: más que a la supresión de la política democrática, a la convicción de que debería ser suprimida la política a secas. Sería así la ley de la versión más desnuda del mercado (una entelequia) la que debería imperar. Desde esa raíz se hacen transacciones, siempre muy curiosas, según el caso; se enamoran sin la menor vergüenza del tirano benevolente, del déspota populista, de la tecnocracia pura y dura, de la IA al poder.

Hay una ola mundial de regresión de la democracia capitalista y su espíritu. Las nociones más recalcitrantes, y los líderes políticos más radicalmente opuestos al liberalismo democrático han ganado terreno intelectual y arraigado en el sentido común. Saben lo que hacen: la incompatibilidad entre el capitalismo de mercado despojado de la llama política, y el liberalismo democrático, es patente.

La vida política democrática se ha fragilizado en el marco de esta regresión. Los partidos están amedrentados frente a “los mercados” (en especial financieros), que tienen la cancha inclinada a su favor, gracias a que sus intimidaciones a los propios partidos fueron efectivas (tras un período en que los salarios crecían más rápidamente que la productividad media de los países).

Así la economía política ha sido retirada de la agenda pública y de los debates y conflictos políticos y económicos. Los vacíos han sido ocupados, conspicuamente, por la dogmática del mercado (que logró la hazaña de superar hasta al neoliberalismo), por un lado, y por otro por la expresión de valores e identidades que consiguieron progresos palpables (como el feminismo y la diversidad sexual), pero también crearon variantes desenfrenadas de identitarismo.

Estas por su vez suscitaron ásperas reacciones de la derecha radical. Todo esto ha acentuado la desafección ciudadana, el eclipsamiento de liderazgos democráticos y la proliferación de demagogos de perfiles otrora insólitos.

Emplear los instrumentos que nos quedan en la vida política para reestablecer el capitalismo democrático no es tarea fácil (la vocación progresista ha perdido poder relativo en el mercado y en la política). Pero es posible, porque más temprano que tarde una ola contraria a la regresión se formará, se elevará y cobrará fuerza. Conjetura sin más evidencia empírica que la percepción de un malestar disperso, impreciso; vientos de direcciones cambiantes.

Publicado en Clarín el 9 de octubre de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/hermanos-capitalismo-democracia_0_3ZhLnWPYws.html

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