Existe consenso académico sobre las generalidades rectoras del proceso de formación de la modernidad. Sin identificar necesariamente un punto de origen, fecha de inicio o lugar de nacimiento, la lógica de los tiempos actuales obedece a una dinámica de separación entre la Iglesia y el Estado. El desacople secularizador obrado entre lo sagrado y lo terrenal alumbró la gestión de lo público conforme pautas reconocidas de manera casi universal. La política moderna es, en suma, un asunto temporal sin asomos de eternidad. O debería… “Vilma Ibarra me hizo una carta astral […] y dijo que estoy predestinado a […] construir sobre las cenizas” (1).
La irrupción de un destino político escrito en el firmamento introduce inesperados elementos premodernos en la órbita de la máxima conducción nacional. Cuando en el presidente la religión católica toma contacto con lo pagano y el dogma monoteísta se abraza con la astrología, los hechos políticos adquieren estatura salvífica y la Iglesia politiza su ‘pastoralismo’. Absorta en este ciclo de simbiosis donde se desvanece la frontera entre proselitismo y catequesis, la sociedad argentina toma conocimiento de la existencia de propósitos ultraterrenos actuando en la conformación de lo electoral. Ante semejante muestra de los hados, el triunfo de 2019 debe leerse con la humildad de los que atestiguan la participación de fuerzas superiores en el diseño de los asuntos cotidianos. Lo previsto por el sino escapa a la simple comprensión de los mortales, a quienes sólo resta acogerse a la manifestación de lo trascendente.
La certeza sobrehumana de las profecías conmina a la calma ciudadana. Sobre todo, las de orden autocumplido. En este cuadro de situación místico, la cuarentena eterna reporta diferentes significados de acuerdo al nivel exegético con el que la abordemos. Puede tratarse de una medida socio-sanitaria de enigmáticas consecuencias. El misterio cubre de velos sucesivos tanto su extensión como su eficacia. Pero el error está descartado de cuajo por distintos motivos. El primero es claramente astrológico. Contra los planetas y las estrellas nada puede la humana condición. El segundo lo depara la bendición vaticana. La infalibilidad del sumo pontífice, siempre en santa sintonía con la Kasa Rosada, compensa la heterodoxia adivinatoria con el carisma de un catolicismo permisivo. ¿Cómo no dispensar tolerancia ante la publicitación de los extravíos New Age en la cima del poder político? Al fin y al cabo, la unión entre el peronismo y la Iglesia responde a un esquema de mutuo beneficio y presume concesiones recíprocas. Francisco unge al Gobierno argentino como protector de los desposeídos. Como contraprestación, el Frente de Todos (FTD) suma sus esfuerzos en la misión de evitar la cooptación de las clases populares por parte de los grupos evangelistas. Uno y otro necesitan del mundo de la pobreza. Aquel su alma. Este sus votos. Ambos su adhesión unánime y acrítica. La lucha por el alma de los votantes complementa la pugna por el sufragio de los creyentes.
El evangelismo representa una amenaza geopolítica para la Iglesia en la última región donde su autoridad, hasta hace poco, campeaba incontestada. La expansión evangélica ocurre a costa de la retracción católica. Brasil ofrece la muestra más acabada del horror: un presidente populista apuntalado por los grupos evangelistas. No en balde Bolsonaro recibe sendos dicterios, tanto desde el Estado nacional argentino como del Vaticano. Es demasiado parecido al modelo del peronismo-vaticanista exitoso en 2019 como para admitir su mera existencia. La creciente cooptación evangélica de los segmentos más humildes pone en jaque los cimientos de estructuras que cada día presentan mayores semejanzas. La curia local refuerza su presencia en los sectores carenciados, empalmando su acción parroquial con las estructuras territoriales del PJ bonaerense. La recíproca cuenta con plena validez. Las unidades básicas de la provincia de Buenos Aires despliegan una militancia plagada de referencias bíblicas, en locales donde las fotos del santoral peronista conviven en armonía con imágenes del sumo pontífice. Ante tal reunión de política y religión, un presidente papista tan sólo expresa la contracara lógica de un papa peronista.
Los olvidos en política suelen hablar con mayor elocuencia que los recuerdos. ¿Dónde quedó relegada la rutilante reprimenda del arzobispo salteño Cargnello a Macri? Aquel pronunciamiento “Llévate el rostro de los pobres” denunciaba al réprobo como factótum de la insensibilidad gubernamental ante el padecimiento de los más necesitados. Casi doce meses después, parecería que el cariz de la pobreza mudó su fisonomía, amenizó su rictus o no reclama tanta atención como antaño. Al menos eso podría pensarse al ver al nuevo obispo de Laferrere, Torres Carbonell, omitiendo cualquier tipo de rapapolvo, o siquiera una tímida sugerencia admonitoria, ante el eterno intendente de La Matanza, Fernando Espinoza. Sucede que existen dos tipos de pobreza. Aquella criticada en Salta durante la Fiesta del Señor y la Virgen del Milagro, en septiembre de 2019, señala el tipo de pauperización socio-económica perpetrada por la impiedad neoliberal, el culto del mercado y la deshumanización de las relaciones entre las personas. En cambio, la indigencia estructural de La Matanza ―que el nuevo arzobispo no encuentra motivo alguno para vincular siquiera tangencialmente con su sempiterno alcalde― retrata el mundo de la inocencia emancipada de los espejismos consumistas. Cargnello tuvo frases premonitorias de la reconversión de los desposeídos en elegidos con aptitud edificante: “Los pobres no son una molestia. Son una oportunidad. Los pobres son maestros que nos enseñan”. Las palabras del arzobispo salteño anticiparon el significado de los silencios de su par matancero: la pobreza ofrece una chance, la única, de perpetuidad para el peronismo y la Iglesia.
La ciudadanía siempre ávida de transgresiones agradece la actualización práctica de las más notorias muestras del ingenio justicialista. La testimonialidad de los candidatos inaugurada por Scioli y Massa en 2009 describe una modalidad menos explícita en la actualidad. Hace más de una década los candidatos kirchneristas encabezaban listas de puestos que no pretendían ocupar. La novedad del triunfo kirchnerista de 2019 radica en haber inventado un candidato a presidente que al ocupar su cargo no planeaba ejercerlo. El presidencialismo testimonial deja perplejos a propios y extraños tanto por sus incapacidades como por sus sobreactuaciones. Las limitaciones fácticas de su accionar son legión. La más reciente provino del más inapelable núcleo de impugnaciones: la vicepresidente (con E) en funciones ejecutivas permanentes. Si la gestación de la reforma judicial padeció la orfandad de cualquier asomo de consenso, su alumbramiento sufre ulteriores complicaciones: “El país todavía se debe una verdadera reforma judicial”, aseveró la creadora y flageladora del presidente testimonial. En su calidad de dueña del poder real, se reserva el derecho de inhibir cualquier asomo de autonomía de parte de su subordinado. Y como peronista de raza, se prepara para abandonar el barco ante el primer indicio de naufragio legislativo de la iniciativa.
Por fortuna, al primer mandatario lo que le falta de autoridad le sobra de sensibilidad. Enterneció verlo obsequiar un cachorro a la familia de Facundo Astudillo Castro. Una lectura política del sin duda genuino acto de calidez, conduce a ponderar la nacionalización de lo que en principio sería una desaparición realizada por la Policía provincial. El presidente testimonial acude a rescatar al gobernador de la provincia de Buenos Aires de los desmanes de una fuerza de seguridad que bajo el liderazgo peronista siempre se mostró reacia a cualquier asomo de legalidad en su operatoria. El problema subsiguiente no es la alarmante reiteración de desapariciones seguidas de asesinatos a manos de policías provinciales en jurisdicciones de tradición justicialista. El inconveniente radica en la eventual falta de cachorritos. Porque a Astudillo Castro deben sumarse el caso de Luis Espinoza en Tucumán y decenas de otros eventos similares. Amnistía Internacional consignó la situación en un informe reciente: “El asesinato de Luis Espinoza en Tucumán, la violencia desatada contra la comunidad Qom en Chaco y la desaparición de Facundo Astudillo Castro […] se produjeron en contextos de vulnerabilidad y/o pobreza”. Todo indicaría que el día a día de la grey de los justos puede devenir en infierno en la tierra.
En tren de compensar desapariciones y asesinatos policiales con la entrega de mascotas a los deudos, no faltarán entusiastas legisladores que, en pos de transformar el gesto en política de Estado, emulen el tropiezo pseudochavista de Vicentín y acerquen proyectos donde estatizar Temaikén. ¿Con qué objeto? Para entregarla como desagravio ―en pleno respeto de la correspondiente escala equitativa de un animal por cada ser humano ultimado― a las comunidades indígenas que en Formosa, Santiago del Estero, Tucumán y Chaco sufren el incesante acoso policial. Todo en nombre de una tan insospechada como innegociable “soberanía zoológica”, que la Patria no puede permitir ver vejada por más tiempo a manos de inescrupulosos empresarios cipayos que lucran en la inequidad de la “tierra arrasada”. Ante el regreso de prácticas dignas de las horas más oscuras de la Argentina, callan las voces eclesiásticas, la del secretario de Derechos Humanos (DDHH) de la Nación, Horacio Pietragalla Corti, la de Hebe de Bonafini y las de todo el variopinto elenco asociado a temáticas de DDHH que brinda soporte político al Gobierno nacional. La mudez cómplice envuelve al kirchnerismo en la clase de silencio aturdidor que en 2015 el presidente testimonial le enrostró a su actual superior directa a propósito del asesinato de Nisman. Por fortuna la milagrosa reconciliación borró en 2019 todo atisbo de recriminación entre ellos: “Cristina y yo somos lo mismo”. La reunión en la concordia entre quienes fueran enconados antagonistas, en verdad reportó el desenlace lógico de un reencuentro consigo mismo.
La más reciente novedad en materia de gestión política para “poner a Argentina de pie” la deparó la ministra de Seguridad, al comunicar a la sociedad argentina que “la toma de tierras no es un tema de Seguridad”. Dictaminar la no incumbencia de su cartera en el problema, en primera instancia podría semejar una curiosa interpretación de las leyes. Pero en rigor su lectura de la situación contempla una aproximación más integral del inconveniente. En el abordaje científico de Fréderic, acorde al tipo de gobierno actual, convergen dinámicas propias de los bienes raíces, postergaciones sociales y urgencias coyunturales: “Es un tema de déficit habitacional y una presión por el mercado de tierras que evidentemente hay que paliarlo con soluciones que se anticipen al problema”. La ministra no vaciló en tomar inmediatamente la iniciativa. Y denunció a quienes protestaban contra la toma de los terrenos… La perspectiva social del garantismo deformado, adoptado como registro de acción estatal, condena al país a una deriva donde la afiliación política, la situación social o la adscripción étnica, atenúa o agrava la posible culpabilidad de los criminales. Incluso antes (o con precedencia) del debido proceso. En el andarivel adyacente al desentendimiento de Fréderic sobre delitos flagrantes, se aprecia la instalación de la figura de “Súper Berni”. El funcionario, sublimado en estandarte del gatillo fácil y la prepotencia avasalladora de cualquier código de conducta policial, forma parte de una maniobra electoralista destinada a cosechar sufragios por izquierda y por derecha en aplicación de una racionalidad territorializada.
De cara a un 2021 estragado por el derrumbe económico y el vertiginoso incremento de la delincuencia, el kirchnerismo planea ofrecer un menú de políticas de Seguridad a la carta. Para el rango nacional muestra una ministra cuyo principal objeto de gestión consiste en vigilar el accionar de las siempre sospechosas Fuerzas de Seguridad Federales, en el marco de una ambiciosa reinterpretación del Código Penal a favor de los criminales. En el orden provincial, donde la inseguridad marca el trágico signo de lo cotidiano para el principal caudal electoral del oficialismo, el Gobierno pone a disposición de sus votantes la versión aggiornada del Malevo Ferreira. Sometida a la incesante esquizofrenia kirchnerista, Argentina bascula entre exageraciones igualmente nocivas e inconducentes. Las imaginarias beldades del zaffaronismo emancipador, diseñado a medida del CELS, acuden a confortar a la progresía de Puerto Madero. El clamor por la mano dura, fruto de la desesperación bonaerense, consigue referencia política en la figura caricaturesca de un funcionario siempre apresurado por transgredir las normas y los protocolos. Fingida sensibilidad social de una dirigencia desacoplada de la realidad y teatralización justiciera para encauzar el desasosiego popular ante la inexistencia de la ley. La incoherente formulación de semejante campaña política sería hilarante, si no reportase una consumada eficacia política.
La versión dialoguista y consensual del presidente testimonial convocó a la unidad nacional a principios de su mandato delegado. Reforzó el tono de su prédica anti-grieta al convertirse en el Capitán Beto al frente de la batalla contra el coronavirus. La tarea de conducir al país contra el flagelo de la pandemia le otorgó un extraordinario incremento de popularidad. La fulgurante imagen conseguida contrastaba con los magros resultados alcanzados por la estrategia sanitaria. ¿Pero a quién le importa la realidad si los sondeos de opinión muestran picos en la imagen pública? Empero, díscola, la porfiada realidad se cuela entre los informes y encuestas, hasta subvertir la estampa idílica de efervescencia política en negligencia contumaz. El desgaste provocado por el fracaso de la cuarentena eterna comenzó justo en el instante de mayor éxito mediático. Y el declive no cejó en su tarea de esmerilado. La obstinación en la elección del confinamiento como medida exclusiva, excluyente y sobre todo indiscutible, demonizó las objeciones ―aún las más tímidas y constructivas― con dicterios tan sofisticados como “cuarentena o muerte”. Infausta progresión hacia la polémica, que convocó de a poco y en dosis homeopáticas, la aparición y el definitivo afianzamiento de la segunda y más genuina versión del presidente testimonial: la pro-grieta.
El Capitán Beto, reconvertido en campeón de la política conflictiva, tuvo a bien acusar a Macri de sugerirle en conversación telefónica privada “que se mueran todos los que tengan que morir”. El indemostrable signo de insensibilidad causó desconcierto entre los bienintencionados creyentes en la ansiada moderación de la praxis del albertismo K. Los entusiastas del siempre imaginario peronismo racional y centrista prestaron oídos sordos al temprano sinceramiento: “Cristina y yo somos lo mismo”. Esos mismos defraudados hoy descubren con pasmo el efectivo cariz beligerante de una política gubernamental proyectada sobre un escenario ordenado bajo la lógica de la enemistad. Si al retablo político lo pueblan amenazas, de acuerdo con la doctrina peronista incluso la justicia debe serle negada a quienes enfrentan la voluntad del que manda. En un escenario plagado de perversos oponentes alineados a favor de la “muerte”, conforme la disyuntiva esbozada desde la epidemiología oficialista, los testimonios acusatorios como el lanzado contra Macri no requieren certificación. Poseen validación en sí mismos, según la jurisprudencia creativa fundada por la vicepresidente.
Fue Ella quien luego del asesinato de Nisman sentenció: “No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas”. Destello de genialidad procedimental de parte de una abogada exitosa, traducido en axioma por su segundo al mando en el Poder Ejecutivo Nacional. Renglón seguido, el subrogante en la Casa Rosada arremetió contra CABA en un alegato de extemporáneo sentido decimonónico: “Buenos Aires es una ciudad que nos llena de culpa por verla tan opulenta, bella, desigual e injusta con el resto del país”. Sin duda, el sentimiento de pesar nace de confrontar el pecaminoso bienestar capitalino, con la evocación papista de la pobreza virtuosa instalada para siempre en el Conurbano profundo. Como suelo electoral del credo pobrista, el territorio del PJ ha logrado posicionarse en la forma de la Nueva Jerusalén de la feligresía populista. Pueblo elegido y, por lo tanto, premiado con el confort espiritual que concede la indigencia. Con indisimulado fervor revisionista el “restaurador” de la división también se autoproclamó “el más federal de los porteños”. Las reminiscencias con “la suma del poder público” sugieren injustos cotejos. Rosas jamás aspiró a tanto.
El tino clerical transustanció la indigencia del Conurbano en estado de gracia. De paso, bendijo con silencios exculpatorios a los responsables políticos de las postergaciones. Como resultado, carencia material y virtud espiritual acompañarán a los justos en su piadoso camino a las urnas en 2021. La ostia y la boleta marchan juntas hacia un auspicioso futuro electoral. En el mismo sentido en que el arzobispo salteño detectó oportunidades en la pobreza, la original alquimia albertista de piedad, astrología y proselitismo, autorizan a redefinir tragedias en términos de posibilidades: “Por ahí los argentinos necesitábamos un virus que nos una”. Aparentemente la adversidad hermana por encima de una grieta ampliada y ahondada por quien supuestamente vino a clausurarla. Desde el ángulo místico de la predestinación astral, los miles de muertes implicarían ofrendas votivas para propiciar la cicatrización social. El colapso económico mocionaría un reencuentro con los valores del desapego. Reflotar el encono entre la Capital y el interior oficiaría de umbral hacia la construcción de una Nación igualada en la santa miseria. Por fortuna, la flamante exviceministra de Educación, Adriana Puiggrós, erró en su diagnóstico acusatorio cuando sostuvo que “el capitalismo financiero liberó el coronavirus”. El Covid acudió de manera providencial a recomponer el tejido desgarrado del país, con un castigo que ―según el presidente testimonial― incluso fue más clemente que el infligido por Cambiemos. El Fénix del cuarto Gobierno kirchnerista se eleva de las cenizas para remontar el firmamento empujado por los vientos del destino. ¿Qué puede salir mal, si las potencias celestes abrigan en su seno al elegido por las masas?
1. Dichos del presidente Alberto Fernández en una entrevista del programa Sobredosis de TV, Canal C5N, 29-8-2020.