Una fecha que no pasa ni pasará desapercibida. Ni el más distraído o desprevenido de los argentinos dejará de reparar, aunque más no sea por un instante, que un día como hoy, 10 de diciembre pero de hace 41 años, se concretaba el retorno definitivo del imperio de la democracia en el país al asumir Raúl Alfonsín como Presidente de la Nación, lo cual en ese entonces implicó el fin de la última dictadura militar, la más atroz que reconozca nuestra historia. Desde aquel día la ciudadanía, aún debiendo atravesar una durísima situación económica y social goza de la vigencia plena de la libertad, de los derechos y obligaciones consagrados en la Constitución Nacional. Esa gloriosa jornada de 1983 fue una bisagra en nuestra historia política a institucional. La democracia que se conquistaba era lo que separaba ‘la vida y la muerte’ tras el horror en el que se había sumergido en los precedentes casi siete años. Desde entonces han ocurrido en el mundo, en la región y en el país, por supuesto, un sinfín de hechos que fueron modificando la vida de la mayoría de los que, de todos modos, afortunadamente, seguimos apostando al sistema democrático como presupuesto básico para edificar un futuro de paz y progreso.
Fue Alfonsín quien eligió 10 de diciembre de 1983 para asumir como Presidente. No fue por una mera elección de un día ni tampoco estaba impregnada de una actitud egoísta o se hombre presumido. Su determinación estuvo guiada por la necesidad de que aquella más trascendente acontecimiento coincidiera con la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos, como todo un símbolo de la etapa que se iniciaba y que tendría como uno de sus vértices la defensa irrestricta de los derechos humanos que habían sido vulnerados por la genocida dictadura. Esa fecha quedó plasmada en ‘letras de molde’, en texto de la Constitución Nacional en su reforma 1994 que fija que cada cuatro años asume un nuevo Presidente elegido por la voluntad popular ejercida en las urnas.
Es una deuda que los sucesivos Jefes de Estado y la ciudadanía en su conjunto tenemos con Alfonsín. El público desprecio que el Presidente, Javier Milei, exhibe por el extinto líder radical lo apartan de una de las virtudes que se encarnan en la figura de ese hombre que, en 1983, encarnó la epopeya del retorno a la democracia en el país que entre otras aristas tenía la de considerar a quien piensa distinto como un ocasional adversario pero, jamás, como un enemigo. El, por momentos, irrefrenable desprecio con el que el actual Jefe de Estado habla a Alfonsín contrasta con la actitud de inmensa mayoría de los argentinos que ya ha reconocido a Alfonsín el ‘Padre de la Democracia’. Quizás algún día se arrepienta y si ello sucede sería aconsejable que lo hiciera públicamente pues él está entre los deudores de Alfonsín.
Por esa razón, Milei, pisó en falso el 30 de octubre pasado. Tal vez al influjo de su habitual verba, a veces hasta incompresible desde la que destila su odio hacia la instituciones de la democracia y sus representantes, vinculó a Alfonsín con una supuesta participación del extinto líder radical como lo que consideró un golpe de Estado al aludir a la renuncia del radical Fernando de la Rúa en el 2001, al explotar la llamada ‘convertibilidad’. El primer mandatario no resistió los archivos audiovisuales en las redes sociales en la que en sólo cuestión de un par de horas se viralizaron las expresiones de De la Rúa en defensa de la “lealtad” con lo que siempre había actuado Alfonsín hacia él tanto como su compromiso con los valores republicanos y la democracia, lo que constituyeron un más que elocuente y contundente mentís a las difamaciones que lanzó el libertario Jefe de Estado que, además, se granjeó cierta antipatía de miles y miles argentinos de bien, comprometidos de verdad con la democracia. No habría que descartar que Milei pase a la historia como uno de los Presidentes de la Nación de la democracia recuperada en 1983. Alfonsín ya entró en ella por haber sido ‘artífice’ de esa epopeya.
Así fue aquel 10 de diciembre de 1983
Ese día, la ‘fiesta de la democracia’ se inició muy temprano por la mañana. Desde la noche anterior y, en el transcurso de la madrugada del 10 de ese diciembre, se contaba por miles y miles los argentinos, radicales y no radicales, en definitiva ciudadanos que recuperaban sus derechos, que convergieron en la Plaza de los Dos Congresos y en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno. Esa enorme multitud ocupaba las avenidas Rivadavia y Avenida de Mayo tanto como sus arterias. Todos pugnaban por estar lo más cerca posible de aquellos emblemáticos lugares en los que se desarrollarían dos acontecimientos históricos. La jura del nuevo Presidente constitucional que, por cierto, brindaría en tal condición desde el recinto de la Cámara de Diputados el primero de sus discursos. Luego sobrevendría la ceremonia en la que el último dictador, general Reynaldo Bignone, le entregaría a Alfonsín la banda y el bastón de mando, los atributos presidenciales.
Al mismo tiempo que ello sucedía en la Capital Federal, la escena se replicaba en el resto del país. En las plazas y paseos públicos de las ciudades de cada provincia y hasta en el pueblo más alejado de los centros urbanos. Un bar o la casa de algún vecino, un televisor o una radio, se convertían en los más preciados intermediarios para ver o escuchar lo que ocurría en territorio porteño y en los más recónditos sitios de la extensa geografía del país. Nadie quería estar ausente y no lo estuvo. Todo comenzó, muy temprano, y cada corazón argentino latía con fuerza, con incontenible emoción y algarabía. En esas inmensas concentraciones populares se entremezclaban con banderas argentinos en sus manos o bien partidarias, radicales, peronistas, socialistas, demócratas progresistas, trotskistas, todos, y aquellos ciudadanos que sin pertenencia política daban el ‘presente’ para ser ‘protagonistas’ de esa histórica jornada.
En plena organización de la ceremonia de asunción, ya hacía algunas semanas que desde el área de protocolo del Congreso de la Nación, y más específicamente desde el Senado –la cámara que lleva el ‘peso’ de las ceremonias de carácter institucional como lo era esta-. Alfonsín acostumbraba a madrugar y hacia un culto de su puntualidad. Aquellos que iban todos los días preparando los detalles de la ceremonia de asunción presidencial quedaron perplejos. El electo Presidente hizo saber que llegaría al Palacio Legislativo a las 8 de la mañana. Y así fue.
Habían transcurrido pocos minutos pocos minutos de las 8 de la mañana de ese sábado 10 de diciembre y en el interior del Congreso de la Nación y también para que lo escuchara la multitud que se congregaba afuera, se oyó a través de los ‘altoparlantes’ –colgados en los ‘postes’ de alumbrado en la vía pública a lo largo de las avenidas y arterias adyacentes- la voz de un locutor oficial que anunciaba que Raúl Alfonsín llegaba al Parlamento. La ‘marea humana’ reaccionó con constantes ovaciones y cánticos como aquel que sentenciaba el momento. “Se va a acabar…., se va a acabar la dictadura militar…..”, coreó enfervorizada y, luego, hubo un incesante cántico que tronó con fuerza, que era el entonces un clásico, de los “Alfonsín…, Alfonsín, Alfonsín” que se prolongó hasta que muchos pudieron ver al electo Presidente y a su esposa, María Lorenza Barrechea, su esposa, descender del auto desde el que se habían trasladado desde del hotel céntrico en el que se había hospedado en los días de la transición tras su victoria electoral del 30 de octubre de 1983.
Los pasos protocolares se cumplieron y aquel líder radical, al ingresar al recinto de la Cámara de Diputados fue recibido por los legisladores e invitados especiales que se ubicaban en los palcos a ambos lados del estrado y las galería que se eyectaron de sus bancas y las sillas para ponerse de pie para tributarle un estruendoso aplauso y hasta, a viva voz, soltar alguna consigna que retumbaba en la Cámara baja. “¡Viva la democracia!, “¡Vamos Raúl! Eran sólo algunas de aquellas exteriorizaciones. Alfonsín devolvió el saludo aplaudiendo, a su vez, a aquello senadores y diputados que no cesaban de aplaudir y hasta, a viva voz, soltar alguna consigna que retumbaba en la Cámara baja.
El entonces Presidente Provisional del Senado, el radical bonaerense, Edison Otero, invitó a los legisladores a sentarse en sus bancas para continuar la sesión de la Asamblea Legislativa, pero ello sólo fue tan sólo por unos pocos segundos porque, casi de inmediato, volvió a hablar y sus palabras constituían el ‘prologo’ del momento más esperado tras la ‘larga noche’ de la última dictadura: “Invito al señor presidente electo de la Nación a prestar el juramento que exige la Constitución Nacional y a los señores legisladores a ponerse de pie”. Se trataba del primero de los pasos para que se formalizara el retorno a la democracia. Sólo un par de segundos transcurrieron. Alfonsín posó su mano derecha sobre la Biblia y se les escuchó: “Yo, Raúl Ricardo Alfonsín, juró por Dios, Nuestro Señor y estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de Presidente de la Nación y observar y hacer observar fielmente la Constitución de la Nación Argentina; si así no lo hiciere, Dios y la Nación me lo demanden”. Una ovación y un fervoroso aplauso ‘estalló’ en el recinto mientras el Presidente y Otero estrechaban sus diestras y, a la vez, el ‘locutor oficial’ pronunciaba la frase esperada: “El doctor Raúl Alfonsín es el nuevo Presidente constitucional de los argentinos”.
La jura de Alfonsín y esa frase del locutor se oían, a su vez, en las afueras del Palacio Legislativo y también a lo largo de las avenidas y arterias cercanas en donde la multitud reaccionaba un entusiasmo y fervor desbordante que, sin exageración puede decirse, hacía temblar la calle y los cimientos del Congreso de la Nación. Luego fue el turno del juramento del Vicepresidente, Víctor Hipólito Martínez y la escena se repitió de manera idéntica dentro y fuera del Congreso. Otero, con la solemnidad en su voz que ameritaba las circunstancias pronunció la siguiente frase que era también esperada con expectativa: “Invito al Señor Presidente de la Nación, ciudadano Raúl Ricardo Alfonsín a dirigir la palabra a este cuerpo y al país”. Era el momento de escuchar al nuevo Presidente de la democracia recuperada.
Aquel discurso giró en el llamado al conjunto de la sociedad a reconstruir un país sobre la base del respeto irrestricto a la Constitución Nacional, lo que equivalía decir ajustarse a una defensa a ultranza de la división de poderes consagrada en la Carta Magna, al tiempo que convocaba al esfuerzo común de la ciudadanía, de la civilidad y, por supuesto, de la dirigencia, a procurar hallar comunes denominadores que abrieran el camino para responder a las necesidades de un país que se hallaba lacerado en su tejido social como consecuencia de la salvaje represión ilegal desatada cuando las Fuerzas Armadas irrumpieron en el poder con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, la aventura de la Guerra de Malvinas y la instauración de un modelo económico que había hundido a miles de argentinos en la pobreza y la marginalidad.
En estos primeros 41 años, la democracia atravesó circunstancias de enorme complejidad, como los sucesivos intentos de desestabilizar y hasta derrocar al gobierno de Alfonsín –porque esto último fue lo que significaron los tres alzamientos de los militares a los que se los bautizó como los ‘carapintadas’-, además de los recordados 13 paros generales a los que convocó la CGT, convertida en ‘ariete’ del peronismo, para esmerilar a aquel gobierno radical que, además, enfrentaba las presiones de los sectores económicos y financieros que veían cómo se les escurría de las manos la influencia de la que habían gozado durante la última dictadura.
Hubo otros situaciones de enorme tensión a lo largo de estos 41 años de democracia, como la crisis del 2001 y otras de enorme magnitud pero, en cada una de ellas la propia institucionalidad activó los anticuerpos y evitó que se produjese su quiebre. Ha quedado desterrada la posibilidad de que las Fuerzas Armadas, como había sucedido durante 50 años hasta aquel 10 de diciembre de 1983, puedan poner en riesgo la vigencia de la democracia. De todos modos, el presente, encuentra al país sumergido en otra grave situación económica y social que, por supuesto, resulta de una naturaleza distinta a aquellas que azotaban a la Nación en el retorno de la democracia y su dimensión interpela a la dirigencia en su conjunto. Ahora, en este tiempo político, el desafío vuelve a ser aquel que Alfonsín planteó antes, durante y después de ser Presidente cuando llamó una y otra vez a ‘enterrar la etapa de la decadencia argentina’.
Hay quienes creen y proclamaban que el presente nos encuentra a los argentinos en lo que llaman un ´cambio de época’ y, es cierto, que en alguna medida Milei llegó al poder como consecuencia de una reacción de vastos sectores de la ciudadanía que optaron por hacer que el ‘libertario’ se convirtiese en Presidente ante el hartazgo que dispararon los a 16 años en el poder del kirchnerismo y la experiencia con la administración de cuatro años de Mauricio Macri que no dio respuestas a las demandas de la población. Ciertamente, al cabo de 41 años de democracia la Argentina se halla sumergida en la decadencia y los sucesivos gobiernos no han logrado cambiar el rumbo y, al menos, mitigar la compleja situación que atraviesa la mayoría de la población del país.
Sin embargo, no será con un supuesto ‘iluminado’ sentado en la Casa Rosada sin que se conozca su ‘verdadera hoja de ruta’ de su administración ni con las ‘fuerzas del cielo’, a las que invoca reiteradamente Milei, como la Argentina superará su acuciante realidad con altos índices de pobreza y marginalidad, con su sistema educativo y de salud en emergencia, sin que ellos estén entre las visibles prioridades del actual gobierno ni tampoco podrá existir una recuperación del sistema previsional para que los jubilados reciban haberes dignos. El rumbo sólo cambiará si el gobierno busca y acepta establecer política consensuadas con aquella oposición, que se exhibe dispuesta a ayudar, sin que ello signifique cogobernar. Sólo se trata que la administración libertaria comprenda que ‘no es dueña de la verdad’ sino propietaria, en todo caso, de parte de ella pero que para gobernador con eficacia debe hacérselo con todos los ‘actores políticos y sociales’ involucrándose en el esfuerzo común de restañar las heridas que le duelen a la sociedad y no pasar de ‘populismo’ de pseudoizquierda a uno de ´populismo de derecha’ con aroma a ‘conservadurismo’
Aquel mensaje de Alfonsín cobra vigencia 41 años después
El mensaje de Alfonsín de aquel 10 de diciembre cobra vigencia 41 años después. En sus primeras palabras marcó la primera diferencia entre la dictadura y el nuevo tiempo institucional y político que se iniciaba con su gestión cuando expresó: “…una savia común alimentará la vida de cada uno de los actos del gobierno democrático que hoy se inicia: la rectitud de los procedimientos…” y, sin darse ni un segundo de respiro, remarcó: “Hay muchos problemas que no podrán solucionarse de inmediato pero hoy ha terminado la inmoralidad pública. Vamos a hacer un gobierno decente”. Una ovación alteró el inicio de aquella solemne Asamblea Legislativa. Tan sólo aquel párrafo nos conduce a reparar qué significaron los años del kirchnerismo en el poder, la impudicia con la que lo ejerció y las desastrosas políticas que implementó la administración de Alberto Fernández que han colocaron a la Nación en una extrema fragilidad en sus capacidad de responder a las demandas de la sociedad tanto como haber provocado un conflicto en la división de poderes en la que se asienta el sistema republicano.
El ‘relato kirchnerista’ no sirvió; la pretensión de instalar un ‘discurso único’ tampoco, su negativa irreductible a no atinar siquiera a rever sus desaciertos llevaron al país a enfrentar enormes costos que recayeron básicamente sobre las espaldas de los sectores más vulnerables. No comprender que el diálogo franco, despojado de toda especulación subalterna, con quienes no comulgaban con su visión, importaba de antemano la sana admisión de no creerse, como ocurre en el presente con Milei, un ‘mesías’ que vino a salvar a la Argentina de un naufragio sino, apenas, poseedor de ‘verdad relativa’. No hubo ningún gesto en ese sentido con el kirchnerismo pero tampoco en el presente con el año que lleva en el poder ‘La Liberta Avanza’ que hace como que dialoga con la oposición pero después, impone unilateralmente sus políticas; cree que el Estado es un ‘enemigo’ y se propone desarticularlo sin reparar en los costos sociales que ello puede acarrear. El dialogo debe ser real. Y de eso, hace 41 años, hablaba Alfonsín en el discurso que pronunciaba al asumir el 10 de diciembre de 1983: “El diálogo, para ser efectivo, será un diálogo real que presupondrá el reconocimiento de que no tenemos toda la verdad, de que muchas veces habremos de equivocarnos y que hemos de cometer errores humanos. ¿Para qué escucharíamos si no estuviéramos dispuestos a rectificar conductas? ¿Para qué rectificaríamos conductas si no pensáramos que ellas pueden ser equivocadas en algunos casos?; El país está enfermo de soberbia y no está ausente del recuerdo colectivo, la existencia de falsos diálogos que, aun con la buena fe de muchos protagonistas, no sirvieron para recibir ideas ajenas y modificar las propias. El diálogo no es nunca la sumatoria de diversos monólogos, sino que presupone una actitud creadora e imaginativa por parte de cada uno de los interlocutores”. Otra frase que adquiere vigencia absoluta.
A 41 años de ese 10 de diciembre la memoria nos retrotrae a aquel sábado en que en la entonces Capital Federal, más precisamente en la Plaza de los Dos Congresos y en la histórica Plaza de Mayo, como en todos los paseos públicos de todo el país, la ciudadanía se congregaba para celebrar la reinstauración de de todos sus derechos, entre ellos, el de gozar de la libertad, de la vida y de la paz. Se sabía que no sería sencillo alcanzar aquellas metas pero la gran mayoría de la sociedad estaba comprometida a hacer posible la conquista de esos sueños.
El retorno a la democracia ha quedado emparentado resueltamente con la figura de Alfonsín. Y los recuerdos de ese día nos invaden a borbotones. El Presidente que inauguraba ese 10 de diciembre el período más extenso de vigencia de la democracia que reconozca la historia del país, era refractario a los discursos plagados de slogans o frases de ocasión. Encaró en ese mensaje una descarnada descripción de la situación en que se encontraba la Nación y, a sabiendas de la dimensión de los problemas que impactaban en la ciudadanía y, esencialmente en los sectores más vulnerables, fue enunciado las líneas rectoras de las acciones que su gobierno pondría en marcha para intentar al menos mitigar, en la medida de lo posible, esos padecimientos.
Pero, además, con la certeza de las heridas que dejaba la dictadura, Alfonsín subrayó: “Ayer pudo existir un país desesperanzado, lúgubre y descreído; hoy convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la legitimidad de origen del gobierno democrático, sino también del sentimiento ético que sostiene a esa legitimidad. Ese sentimiento ético constituye uno de los más nobles movimientos del alma. Aún el objetivo de constituir la unión nacional debe ser cabalmente interpretado a través de la ética. Ese sentimiento ético, que acompañó a la lucha de millones de argentinos que combatieron por la libertad y la justicia, quiere decir también, que el fin jamás justifica los medios”.
“Quienes piensan que el fin justifica los medios suponen que un futuro maravilloso borrará las culpas provenientes de las claudicaciones éticas y de los crímenes. La justificación de los medios en función de los fines implica admitir la propia corrupción, pero, sobre todo, implica admitir que se puede dañar a otros seres humanos, que se puede someter al hambre a otros seres humanos, que se puede exterminar a otros seres humanos, con la ilusión de que ese precio terrible permitirá algún día vivir mejor a otras generaciones”, dijo y apuntó: “Toda esa lógica de los pragmáticos cínicos remite siempre a un porvenir lejano. Pero nuestro compromiso está aquí, y es básicamente un compromiso con nuestros contemporáneos, a quienes no tenemos derecho alguno a sacrificar en función de hipotéticos triunfos que se verán en otros siglos”, tras lo cual sostuvo: “Ni la crueldad actual ni la inmoralidad actual ni la claudicación actual garantizan un futuro feliz: la justificación de los medios por el fin constituye la apuesta demencial de muchos déspotas e implica el abandono de la ética política”.
Pero Alfonsín también sostuvo en aquel icónico discurso: “La democracia es el único sistema que sabe de sus imperfecciones. Pero nosotros daremos de nuevo a la política la dimensión humana que está en las raíces de nuestro pensamiento. Vamos a luchar por un Estado independiente. Hemos dicho que esto significa que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales, pero que tampoco puede subordinarse a los privilegiados locales. La propiedad privada cumple un papel importante en el desarrollo de los pueblos pero el Estado no puede ser propiedad privada de los sectores económicamente poderosos”.
Al darle dimensión al momento político que se iniciaba el 10 de diciembre de 1983, el Presidente manifestó: “La Argentina pudo comprobar hasta qué punto el quebrantamiento de los derechos del pueblo a elegir sus gobernantes implicó, siempre, entrega de porciones de soberanía al extranjero, desocupación, miseria, inmoralidad, decadencia, improvisación, falta de libertades públicas, violencia y desorden. Mucha gente no sabe qué significa vivir bajo el imperio de la institución y de la ley pero ya todos saben qué significa vivir fuera del marco de la Constitución y de la ley”.
“El país ha vivido frecuentemente en tensiones que finalmente derivaron en la violencia espasmódica del terrorismo subversivo y en una represión indiscriminada con su secuencia de muertos y desaparecidos. La lucha entre sectores extremistas, así como el terrorismo de Estado, han dejado profundas heridas en la sociedad argentina; la manera de restañar esas heridas no puede girar en torno a venganzas o resentimientos que serían innobles en sí mismos, cuando no inmorales en muchos casos, en cuanto pudieran comprometer al destino del país en estériles fijaciones del pasado. Pero la democracia tampoco podría edificarse sobre la claudicación, actuando como si aquí no hubiera ocurrido nada”, expresó.
Y anunció entonces: “Se propiciará la derogación de la ley de amnistía dictada por el gobierno militar” al tiempo que anticipó: “Y se pondrá en manos de la justicia la importante tarea de evitar la impunidad de los culpables. La justicia, asimismo, tendrá las herramientas necesarias para evitar que sean considerados del mismo modo quienes decidieron la forma adoptada en la lucha contra la subversión, quienes obedecieron órdenes y quienes se excedieron en su cumplimiento”. Y añadió: “Más allá de las sanciones que pudiera determinar la justicia, el gobierno democrático se empeñará en esclarecer la situación de las personas desaparecidas”.
“Esto no exime de tremendas responsabilidades al terrorismo subversivo, que debió haber sido combatido con los medios que la civilización actual pone en manos del Estado y no a través del empleo de medios similares a los condenados por el conjunto de la comunidad nacional”, advirtió Alfonsín. Y fue terminante: “Sabemos que la reivindicación del gobierno del pueblo, de los derechos del pueblo para elegir y controlar el gobierno de acuerdo con los principios de la Constitución, plantea una lucha por el poder en la que no podemos ni debemos bajar los brazos, una lucha que vamos a dar y en la que vamos a triunfar. Tenemos una meta: la vida, la justicia y la libertad para todos los que habitan este suelo. Tenemos un método: la democracia para la Argentina. Tenemos un combate: vencer a quienes desde adentro o desde afuera quieran impedir esa democracia”, expresó en otro pasaje de su alocución.
Alfonsín salió del Palacio Legislativo y junto a su esposa, María Lorenza Barreneche, recorrió a bordo de un auto descapotable, en dirección contraria a su circulación la Avenida Rivadavia y luego Avenida de Mayo en medio del fervor de quienes se apiñaban en las veredas y en los balcones de los edificios desde donde caían incesantemente papelitos de colores celeste y blanco que arrojaban sus moradores que, a la vez, agitaban banderas argentinas y radicales. El vehículo desembocó en la explanada de la Casa Rosada. En el tradicional Salón Blanco de la Casa de Gobierno, atestado de invitados, Alfonsín volvió a recibir a su ingreso el alborozado aplauso de los concurrentes. Allí, unos instantes después Bignone le colocó la banda presidencial y le entregó el bastón de mando al Presidente constitucional. El dictador sólo cumplió con su cometido y se retiró. La dictadura militar ya era una ‘página triste y dolorosa’ de nuestra historia.
Alfonsín en el histórico Cabildo
Tras su discurso ante la Asamblea Legislativa, Alfonsín volvió a hablar pero lo hizo desde los balcones del histórico Cabildo y, quizás, aquel momento haya sido uno de los más emotivos y quedó grabado en la memoria colectiva de aquella generación que vivió con intensidad aquella jornada del 10 de diciembre de 1983. El Presidente lucía la banda con los colores celeste y blanco que cruzaban su pecho y la multitud en la Plaza de Mayo, al verlo, le tributó una ovación. Dijo Alfonsín: “Compatriotas. Iniciamos hoy una etapa nueva de la Argentina; iniciamos una etapa que sin duda será difícil porque tenemos todos la enorme responsabilidad de asegurar hoy, y para los tiempos, la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina”, enfatizó y generó una aclamación a la que le siguió un cántico que unió a aquella inmensa movilización que coreaba una y otra vez: “….el pueblo, unido, jamás será vencido…”.
Alfonsín asintió esa consigna con leves, pero repetidos y visibles movimientos hacia delante de su cabeza con la que asintió aquel estribillo. Y al darle continuidad a su alocución enlazó ese cántico con la continuidad de su discurso: “Sabemos que son momentos duros y difíciles pero no tenemos una sola duda. ¡Vamos a arrancar los argentinos!, ¡vamos a salir adelante!, ¡vamos a hacer el país que nos merecemos! Y lo vamos a poder hacer no por obra y gracia de gobernantes iluminados sino por esto que esta plaza está cantando ¡porque un pueblo unido jamás será vencido!”, exclamó. Y el fervor de la muchedumbre convalidó aquella frase casi de ‘sentencia” del Presidente constitucional.
Y Alfonsín continuó: “Una feliz circunstancia ha querido que en este día en que los argentinos comenzamos esta etapa de cien años de libertad, de paz y de democracia, sea el día de los derechos humanos. Y queremos, en consecuencia, comprometernos una vez más. Vamos a trabajar categórica y decisivamente por la dignidad del hombre al que sabemos que hay que darle libertad pero también justicia porque la defensa de los derechos humanos no se agota en la preservación de la vida sino además también en el combate que estamos absolutamente decidido a librar contra la miseria y la pobreza en nuestra nación”, enfatizó.
Agregó a tono con ese momento: “Este es un saludo nada más. No hubiera sido completa la fiesta de la democracia argentina, por lo menos para mí, si no hubiera contado con la posibilidad de volver a encontrarme con ustedes para ratificar ante ustedes una vez más que soy el servidor de todos, el más humilde de los argentinos. Y comprometerme otra vez a trabajar junto con todos ustedes para concretar los objetivos que hemos pregonado por toda la extensión de la geografía argentina y hacer así entre todos ciertos esos objetivos que los hombres que nos dieron la nacionalidad nos presentan como un mandato que sabemos que ahora está al alcance de nuestras manos. Porque entre todos vamos a constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino”. Como lo había hecho durante la campaña como candidato presidencial de la UCR recitaba parte del Preámbulo de la Constitución Nacional que repetidas veces había señalado que era como un ‘rezo laico’ y “una ‘oración patriótica’ que, por cierto, erizaba la piel de aquellos que concurrían a sus actos proselitistas en la campaña electoral previa a las elecciones del 30 de octubre. En ese momento todos se unieron para recitarla una vez más.
Nadie podrá desconocer que el gobierno de Alfonsín tanto como el de los otros presidentes que lo sucedieron afrontaron crisis de distinta magnitud en lo político e institucional, de carácter económicas y sociales. Muchas de ellas alcanzaron una enorme envergadura y hasta hicieron temer a lo largo de estos 41 años en la posibilidad del naufragio de la democracia. Pero, precisamente, fue la activación frente a cada una de esas crisis de los resortes institucionales de la democracia lo que permitió, no sin costos por supuesto, superar esos aciagos momentos y hacer que hoy se cumpla un nuevo aniversario del advenimiento de la democracia que debe ser custodiada y consolidada diariamente en una tarea que no sólo constituye una responsabilidad de la dirigencia sino del conjunto de la sociedad. El Presidente Milei debe ponerse al frente de ese objetivo y no dañar a esa democracia. Su legitimidad está fuera de discusión pero ello no le otorga el derecho a tal sólo imaginar la posibilidad de convertirse en propietario de la ‘suma del poder público’.
Para una minoría escéptica la democracia es sólo un sistema de gobierno. Pero para la mayoría de la sociedad, aún en medio de las enormes dificultades por las que atraviesa el país, constituye mucho más que eso. Es el presupuesto básico para alcanzar los sueños de prosperidad y realización individual y colectiva en una Nación civilizada. La dirigencia política debe asumir el desafío de superar aquellas diferencias que la envuelven y trabajar denodadamente a fin de ir construyendo las condiciones para resolver los problemas que atraviesa el país y la participación de la ciudadanía sigue siendo vital para consolidar aún más la vigencia de la democracia.
Los desafíos del presente y del futuro deberán ser abordados por todos y muy particularmente por el nuevo gobierno y el resto de la dirigencia que deberá encarar, sin especulaciones ni egoísmos, la búsqueda de las soluciones a los problemas que afronta el país y dar respuesta a las demandas de la ciudadanía que, por su parte, también puede sumar su aporte en esa ciclópea tarea de revertir una grave situación como lo hizo, en 1983, en que fue protagonista de la recuperación de la democracia.
Ya nadie discute que Alfonsín se erige en ‘Padre de la Democracia’ recuperada en 1983. Podría honrarse su memoria y su epopeya si se asume que será desde la política y no desde algún supuesto ‘iluminado’ que se lograrán las soluciones que requieren los problemas que padece la Nación. Seguramente si cada argentino suma su cuota de esfuerzo, tal vez, se hará realidad aquello que pregonaba Alfonsín cuando decía: “Si nosotros cumplimos con nuestro deber nuestros nietos nos van a honrar como nosotros honramos a los hombres que hicieron la organización nacional”.