jueves 26 de diciembre de 2024
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Ariel Lijo avanza, la libertad retrocede: ¿Qué están negociando Milei y Cristina Kirchner?

El candidato del presidente para la Corte tiene ya las firmas necesarias para sortear la comisión de Acuerdos y pasar al plenario. Pero libertarios y kirchneristas siguen peleando por muchos otros espacios de poder en la Justicia. ¿Por qué la coincidencia en debilitar a la mejor Corte que hemos tenido en décadas?

Con la firma del pliego de Ariel Lijo por parte de senadores kirchneristas y la simultánea advertencia contra su eventual designación por decreto, Cristina está ofreciendo un palo y una zanahoria al presidente. Igual que hace él con los gobernadores (presupuesto), los sindicalistas (proyecto de reforma sindical) y con la propia Cristina (Ficha Limpia), ella pretende negociar con el gobierno desde una posición de fuerza, y obtener las mayores contraprestaciones posibles por su ayuda al plan oficial de hacer pie en el Tribunal Supremo con jueces adictos.

Lo que obliga a preguntarnos, ¿a qué se debe esta coincidencia entre enemigos jurados, líderes políticos cuyos objetivos se contraponen en todo lo demás, por politizar y oscurecer una Corte Suprema que ganó en calidad gracias a los equilibrios de poder de las últimas décadas? Si respondemos esa pregunta podremos entender mejor los beneficios que Milei y Cristina esperan conseguir de tener a Lijo en entre los Supremos, y las lecciones que deberá sacar el liberalismo moderado.

La importancia de tener jueces independientes

La libertad de las personas depende de muchos factores, pero por sobre todas las cosas, es hija de la independencia y probidad de los jueces. Porque aún cuando un país tenga buenas leyes, elecciones regulares y haya acceso a los mercados, si los jueces son corruptos, o incapaces, o ambas cosas a la vez, cuando se presente algún problema nadie va a estar seguro de que sus derechos los protejan, de que los opositores puedan competir, y de que las libertades económicas, los contratos y la intangibilidad de la propiedad valgan un comino.

En la Argentina, tenemos problemas serios al respecto, y por eso la fraseología del kirchnerismo según la cual habría logrado durante las últimas dos décadas “expandir derechos” es en gran medida un fraude: lo que expandió fue dependencia, de millones de argentinos con el presupuesto público, para empezar, y por sobre todas las cosas, dependencia de las decisiones judiciales frente al poder y el dinero.

Sin embargo, no todo es lo mismo en el Poder Judicial: hay también muchos jueces y fiscales que hacen muy bien su trabajo, y sobre todo se ha ido formando en los últimos años una Corte Suprema independiente, muy solvente y eficaz para lidiar con los problemas que se le presentaron, que protegió a quienes en los tribunales hicieron cumplir la ley, y acotó el poder de quienes actuaron en sentido contrario. Y actuó además con gran sentido de responsabilidad y ajuste a derecho cada vez que se plantearon conflictos institucionales que requirieron de su intervención. Recordemos si no, el freno a la llamada “democratización de la Justicia” que aquí seguramente hubiera tenido efectos tan malos como los que está teniendo su hermana gemela mexicana en estos días.

El caso Lijo

La nominación de Ariel Lijo por parte de Javier Milei fue una mala sorpresa porque apuntó en sentido contrario a esta mejora institucional. Y más todavía lo fue porque nació de un grupo político que proclamó en campaña que haría exactamente lo contrario: que buscaría hacer respetar las libertades individuales y el gobierno de la ley, que combatiría los intereses de casta que pervertían el cumplimiento de nuestras normas constitucionales y los principios del liberalismo. Precisamente por ello esa nominación generó un muy amplio rechazo de la enorme mayoría de los académicos y los organismos especializados, de la dirigencia política más respetuosa de los principios republicanos y liberales, y también de la mayoría de los votantes, incluida una buena porción de los votantes oficialistas y algunos de sus legisladores y funcionarios (entre los que destaca la vicepresidenta).

¿Por qué Cristina Kirchner ha decidido apoyarla ahora abiertamente? Precisamente por esas mismas razones. Y espera que el candidato le abra una vía alterna para recuperar influencia en el tribunal supremo, más necesaria que nunca debido a las condenas que carga y las que va a sumar, tras la caída en desgracia del único de sus jueces con quien sigue teniendo sintonía, Ricardo Lorenzetti, y del fracaso del juicio político que, siendo gobierno, quiso iniciarle a los demás miembros. Y también porque espera negociar desde una posición de fuerza con el oficialismo, a cambio de ese apoyo, la selección de candidatos adictos para los más de 140 cargos que están en proceso de normalización en distintas instancias de la Justicia.

Ya con eso bastaría para deslegitimar al candidato. Pero si nos conformamos con esta perspectiva, no resolveremos el que sin duda es el interrogante más complejo y significativo en esta cuestión: ¿por qué, si esto es así y además quedó hace tiempo a la vista, Milei siguió poniendo tanto empeño en impulsar la candidatura de Lijo? ¿Por qué no desistió cuando surgieron tantas resistencias entre sus aliados, en particular desde el PRO y el sector del radicalismo que más colabora con sus demás iniciativas, así como de muchos referentes del liberalismo vernáculo, y su propuesta se volvió más y más dependiente del apoyo de quienes destacan como sus peores enemigos en todos los demás asuntos? ¿Por qué no buscó otro candidato mejor, habiendo tantos a su disposición?

Milei y la lucha política

Para entenderlo, lo mejor es partir de cómo está pensando Javier Milei la lucha política y el funcionamiento de las instituciones: porque él es muy liberal en muchas cosas, pero no tanto en lo que atañe a la conquista y el ejercicio del poder, en eso es claramente un populista, y uno bastante extremo, con muchos puntos de contacto con Cristina.

Para Milei, hay libre competencia en los mercados y también posibilidades de cooperación espontánea mutuamente provechosa entre los involucrados, porque allí rigen reglas de juego imparciales, que entiende son, además, infalibles (de allí que no existan según su criterio ni siquiera los “fallos de mercado” que otros liberales reconocen). Pero en todo lo que involucra el ejercicio del poder lo que rige es una lucha feroz y sin reglas para lograr no la cooperación, sino un monopolio, el del control del Estado. Así que en última instancia no hay acuerdos, ni negociación ni jueces imparciales que sirvan para nada. O se impone un bando o se impone el otro, y si se impone un bando tiene que aprovechar todas las oportunidades que se le presenten para inclinar la balanza a su favor, para volver su victoria irreversible. Es decir, entre otras cosas, debe tratar de conseguir todos los jueces amigos que pueda.

Milei sabe además que para designar jueces en la Corte sí o sí necesita negociar con el kirchnerismo, porque otras combinaciones no le alcanzan para llegar a los 2/3 del Senado. Así que prefiere hacerlo en sus términos, con el juez más venal que haya disponible. Para que, aunque el elegido pueda ayudar a Cristina con sus problemas judiciales, sobre todo esté dispuesto a ayudar al gobierno que lo nominó y con el que deberá convivir. Esa parece ser la lógica subyacente: mejor un juez acostumbrado a ser el mejor amigo del poder que uno que se crea que es independiente, y que su trabajo es interpretar imparcialmente la letra de la Constitución, es decir, se comporte como lo que él denomina “los liberales impotentes”, o peor, “los boludos”. Mejor otro Lorenzetti, que otro Rosenkrantz.

Con lo que llegamos al fondo más problemático de esta cuestión: que si Milei se sale con la suya logrará que su gobierno se fortalezca, y puede que lo hagan también, en consecuencia, algunas reformas liberales que está impulsando en distintos terrenos; pero lo habrá logrado dañando y no fortaleciendo el imperio de la ley y las libertades, la confianza de los individuos en ser libres del capricho y el arbitrio de los poderosos.

Porque habrá fortalecido su poder personal y parte de su programa reformista, pero a costa de un sistema institucional capaz de darle sustentabilidad a largo plazo a esas reformas. Más o menos como le pasó a Menem, y en buena medida por el mismo problema: la desatención de las complejas relaciones que existen entre la economía y las instituciones, y la prioridad otorgada a la construcción de poder en lo inmediato, por sobre la construcción de consenso en torno a reglas de juego y la generación de recursos para que esas reglas se cumplan.

Con el agravante de que Menem supo favorecer la corrupción, pero no el fanatismo, en tanto Milei viene promoviendo bastante el fanatismo, y aunque se ha abstenido hasta aquí de incurrir en o tolerar de su entorno prácticas corruptas, y promete seguir por ese camino, a mediano plazo corre el riesgo de combinar los dos males. Porque la propia continuidad en el poder, combinada con las amistades judiciales que va acumulando, se puede complementar bien con las excusas morales que ofrece el fanatismo. Lo ilustra muy bien la experiencia kirchnerista. 

Publicado en www.tn.com.ar el 29 de noviembre de 2024.

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