Mientras el resto del planeta intuye, tras minuciosos debates informales, que la actual pandemia es la antesala de una futura crisis más profunda de sobreproducción, abultados stocks y escasa demanda, escenario que habitualmente supone una vertical caída de los precios internacionales de los alimentos y productos agrícolas, el Gobierno del presidente Alberto Fernández sigue enfrascado en una lucha bifronte con los poseedores de nuestra deuda y con la gente que suele generar puestos de trabajo.
Quienes evalúan esa realidad económica son potencias que no esperan normalizar su crecimiento hasta fines del año que viene. Las tasas de actividad y desocupación en sus mercados son, salvo casos muy particulares, de recesión o depresión económica. La mayoría de tales naciones proyectan una caída del PIB que, con suerte, llegará o habrá de superar el -10%.
Ante esos datos, no resulta fácil explicar la lógica del Gobierno, ya que en pocas semanas mucha de esa energía política será necesaria para batallar contra los enfoques de “soberanía alimentaria” que acaba de blanquear la Unión Europea en escenarios confidenciales. Y esa no es una buena proyección de nuestra caja de divisas todavía originada en la exportación agrícola y agroindustrial. La pandemia sólo amplió esa tendencia histórica, ya que los sectores no agropecuarios fueron muy castigados y no esperan levantar cabeza rápidamente. Tampoco cabe esperar milagros de la industria turística ni de la minería, ya que la demanda no depende sólo del propio esfuerzo.
Los recientes debates permitieron establecer que algunos gobiernos y analistas privados estiman una caída de precios cercana al 60% y nunca menor a la banda del 21-25%. Y todo eso refleja el pensar de la cúpula de las grandes naciones del capitalismo tradicional como Estados Unidos, la UE, Japón y asociados. De la reactivación China no hay datos excesivamente confiables. Está sujeta a comercio administrado y al desempeño de influyentes empresas del Estado y por lo tanto a datos difíciles de confirmar.
La clase política que hoy opera en Bruselas ha dicho que los órganos regionales piensan regresar a un mundo con otras reglas agrícolas. Un escenario algo más parecido al planeta sin reglas de 1986 que al programa de reformas que emergió en 1995 en el marco del Acuerdo sobre Agricultura de la OMC, y bajo tres pilares que están al alcance de quienes están familiarizados con el lenguaje comunitario como: el Acuerdo Verde (Green Deal), cuyos objetivos teóricos de desarrollo sostenible y ambientalista no son del todo malos; el Plan de lavado cerebral conocido como Del Productor al Tenedor (Farm to Fork que se viene cocinando desde antes de 2016) y el novedoso enfoque horizontal llamado Abierta Autonomía Estratégica (Open Strategic Autonomy) anunciado en la ciudad de Florencia por el Comisionado de Comercio de la UE, Phil Hogan, la semana pasada.
Según la explicación oficial, el nuevo enfoque adquirirá vida tras una consulta de política comercial a la opinión pública del Viejo Continente, porque la dirigencia actual busca respaldo para enfrentar el desafío originado por las tensiones entre las mayores economías del planeta; el creciente unilateralismo y nacionalismo (de Estados Unidos y otros países de similar envergadura y enfoque populista, acotación nuestra); la mayor intervención del Estado en la economía; el uso de la política comercial para asuntos económicos y geopolíticos (China e India por ejemplo); y el debilitamiento de las estructuras de gobernabilidad global y las reglas del orden multilateral (la OMC y los organismos financieros de Bretton Woods como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial). Este diagnóstico puede leerse en un volante preparado por Bruselas para encarar el proceso de revisión de la política comercial.
Por si faltara algo, la consulta se presentó como un ejercicio político que se extenderá hasta el 15 de septiembre y cuyos resultados servirán de fundamento para decir que sus políticas expresan, con apego a la democracia, las preferencias de las comunidades locales e indígenas. En este escenario, resulta obvio que “autonomía” y “autosuficiencia alimentaria” son conceptos que guardan parentesco y ambos se mesclan con la noción europea de “soberanía alimentaria” (ver mi columna del martes 16), así que nuestro país haría bien en no imitar al avestruz y adoptar una decisión racional respetable de política exterior sobre el tema. Sobre todo porque fueron ellos, no nosotros, o líderes como Evo Morales, quienes inventaron el actual modelito de proteccionismo regulatorio y de Soberanía Alimentaria que enarbolan frívolamente quienes no perciben lo que eso supone para naciones que viven de exportar alimentos y productos agrícolas, situación que por ahora caracteriza a la economía argentina.
Como adivinó a la velocidad de la luz un brillante analista de la política exterior, cualquier etiqueta ambigua y rimbombante que viene de Bruselas en estas horas nos anticipa que en algún momento habrá otra dosis de “protectionnisme a la carte” (francés) ó una forma de sofisticado proteccionismo en cualquier idioma. Yo reaccioné exactamente igual cuando los muchachos de Bruselas aparecieron en Ginebra con “la multifuncionalidad de la agricultura” en el último lustro del siglo pasado, empleando un exceso de palabrerío para justificar más subsidios de ayuda interna para los “sacrificados agricultores” part-time de la Europa comunitaria. Por otra parte, en este oficio también es posible llegar a la raíz de las cosas si uno conoce “la ruta del dinero”.
Esas ideas son hoy discutidas a muy alto nivel en diversos grupos informales que sesionan en algunas capitales de Europa y los únicos que parecen estar despiertos y dispuestos a reaccionar con inteligencia a cada planteo relevante, son nuestros amigos australianos. Uno de ellos, con quien trabajé por años en Ginebra, me preguntó si el gobierno argentino sabe lo qué pasa o está anestesiado. Sólo pude sonreír. De Washington hace rato que nadie espera una reacción sensata y constructiva.
Australia está pasando por un ciclo ultra sensible y difícil. Primero China se la tomó con su gobierno por haber acompañado la propuesta que se hizo en la Organización Mundial de la Salud (OMS) en contra de Pekín y de la secretaría del organismo, a quienes se acusó de haber escondido y supuestamente viciado los datos sobre el estallido de la pandemia Covid-19. Tan es así que el Gobierno de Xi Jinping no sólo hizo poner en la lista negra frigoríficos que operan en territorio australiano y desconoció las certificaciones de exportación de dos plantas, una de ellas la brasileña JBS instalada en ese país, sino que Canberra acaba de recibir un impactante sabotaje cibernético que habría sido lanzado desde tierra asiática.
Al mismo tiempo Canberra no se amilanó ante la propuesta europea de repliegue institucional en materia de disciplinas agrícolas, por cuanto si bien no los deja cómodos para seguir negociando los Acuerdos de Libre Comercio (ALC) que tanto ellos como Nueva Zelandia discuten con Bruselas, son conscientes de que un mundo sin reglas debilita el soporte legal de esos ALC. Según me cuentan, Australia le dijo a Bruselas que, en lugar de volver para atrás, todos deberían trabajar en equipo para profundizar la reforma estructural de las reglas del comercio agrícola.
La gente de Oceanía tampoco ignora que aplicar el hagan lo que les parezca en materia agrícola (el eje del concepto de Soberanía), supone llevar los precios e ingresos de la agricultura al cuarto sótano y preparar el escenario para una contracción de la oferta global que nos conducirá mes más o menos a la escasez global de alimentos y productos agrícolas. Aunque parezca mentira, los productores rurales no viven de pancartas.
La pasada semana también se volvió a notar que los principales negociadores del capitalismo tradicional, se alternan para lanzar propuestas de irritación económica. El titular de la Oficina Comercial de Estados Unidos, embajador Robert Lighthizer, dijo lo que todos explicamos hace meses. Primero, que Washington no tiene interés en hablar de un ALC sin un buen capítulo sobre agricultura con Bruselas (mi impresión es que, aún con agricultura, tampoco se mueren por hacerlo y que los europeos no entienden que la Casa Blanca hoy sólo negocia cuando puede imponer su hegemonía). Segundo, que la OMC tal como está (debería haber dicho tal como la dejamos nosotros) no nos sirve y, si bien le quiso tender la mano para proseguir el diálogo a Pekín, ese lenguaje provocó las iras de Trump quien lo desautorizó públicamente un rato después.
A ello se sumaron los comentarios de la ex titular de esa Oficina en la presidencia de Bill Clinton, la embajadora Charlene Barshefsky, quien en diálogo con la gente del CSIS avaló de facto muchos de los criterios del actual gobierno estadounidense, sólo que con un poquito de educación y diciendo que Pekín merece lo que recibió y mucho más (Charlene no es exactamente delicada cuando negocia).
Además, sostuvo que el actual candidato presidencial de su partido, el exvicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, es un “internacionalista”, mientras justificó el enfoque que le abrió las puertas de la OMC a China en noviembre de 2001, al comenzar la fracasada Ronda Doha. Los productores y exportadores de carne saben que Brasil está concentrando sus propias colocaciones en China, las que fueron captando alrededor del 50% del total operado por ese país, de modo que parece gozar del favor de Pekín que perdió Australia.
El problema es dónde queda parada Argentina. Un mundo sin reglas dejaría a todos los exportadores de productos agrícolas y alimentos totalmente desprotegidos. Lo que se discute no es, por lo tanto, la definición de un relato. La aplicación del catecismo sobre Soberanía Alimentaria, cuya versión argentina desconozco, implica matar las reglas de ingreso a los mercados internacionales, lo que en cualquier escenario es un acto suicida. Con el agregado de que la exportación es la única fuente de divisas que en estos momentos tiene el país y la agricultura es el origen fundamental de tal ingreso. Por lo tanto al gobierno debería entender que sólo le queda la opción de negociar fuerte sin ganar enemigos.
Al escribir esta nota no puedo prever que hará la Casa Rosada. Sólo sé que es altamente prioritario y deseable ganar divisas y eludir conflictos.
Publicado en El Economista el 22 de junio de 2020.
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