martes 26 de noviembre de 2024
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Alegato por la libertad

En el vasto mercado de transacciones del cual se compone la vida, donde nada valioso se obtiene por nada como dicta el sabio apotegma filosófico –nihil ex nihilo–, y donde hasta el amor o la amistad más genuina exigen un esmerado cultivo, la libertad se cotiza como el bien más preciado del ser humano, salvo para los necios que la desprecian como un derecho adquirido.

Los pueblos e individuos inmaduros suponen que la libertad constituye un don de la naturaleza, pero ella es un típico producto cultural del esfuerzo humano, que cuesta sacrificios, entre ellos el de ejercerla al precio de sostener una severa consciencia, de respetar antes la de otros confiando en que también se observará la propia, y de defenderla con menoscabos de quienes incitan a cederla a cambio de otros bienes, con el riesgo de erigir una sutil prisión, pues no se advierte que la suma de la cesión de pequeñas libertades individuales alcanza en otras manos un poder al que ya no podrá desafiarse ni aguardar su devolución.

Como todo lo humano, la libertad se prodiga no sólo en abundantes beneficios, sino además y paradójicamente, en innumerables contingencias, las cuales son agitadas como espantosos testimonios de sus pretendidas deficiencias, por los astutos codiciosos de la libertad ajena, quienes siempre hallan individuos crédulos u holgazanes dispuestos a creer que si las ceden, se liberarán de la ardua tarea de ejercerlas y adquirirán a cambio mayor igualdad por menor esfuerzo, lo cual termina siendo más costoso que el trabajo de cultivar la libertad, pues nunca se alcanza la igualdad con los que tomaron la libertad de otros.

Ocurre que aunque hombres y pueblos de todos los tiempos han ofrendado sus vidas por la libertad en momentos graves, los más sensatos han advertido que es en rigor durante la bonanza cuando se corren los mayores riesgos de perderla bajo la inconsciente rutina de vivir libres y, por ende, cuando más se requiere estar atentos a los costos permanentes de su ejercicio responsable y de su onerosa custodia.

Los clásicos debates que planteaba el inspirado concepto del “miedo a la libertad” de Erich Fromm (1941) o el sofisma de la Constitución argentina del 49 según el cual “el Estado no reconoce libertad para atentar contra la libertad”, continúan acechando al hombre, aunque no en la escala de dilemas que plantean para la libertad las inconmensurables tecnologías del conocimiento y la comunicación, los cuales deben asumirse con la inteligencia de que la difusión de la libertad es lo óptimo, su escasez la cotiza, y su ausencia ya es puro mal.

No debe perderse de vista que aunque los interrogantes en torno a la libertad interpelan la esencia misma de la humanidad pues dejan al hombre solo y desnudo frente a los desafíos de ser responsables de su destino, el planteo también desciende desde aquellas abstracciones hasta las más familiares de las disyuntivas, como por ejemplo las que sufren los jóvenes de nuestro tiempo que deben enfrentar el dilema entre la molicie de la casa paterna y el cada vez más alto costo de ejercer su independencia.

Alberdi, quien había tenido la desgracia de padecer y al mismo tiempo la oportunidad de abocar su genio al estudio de ese colosal atropello a la libertad que fue la dictadura de Rosas, concibió y nos legó el mandato de que la supervivencia y el triunfo de la libertad requieren de dos aliadas sine qua non, que la contengan, la inspiren y la alienten: la educación y la ley, pues ellas constituyen los dos recursos más poderosos con que cuenta cada ciudadano para ser dueño responsable de la sustancia y el contorno de su propia libertad.

Publicado en La Nación el 24 de noviembre de 2024.

Link https://www.lanacion.com.ar/opinion/alegato-por-la-libertad-nid25112024/

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