martes 11 de noviembre de 2025
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A 42 años del Alfonsinazo en el Obelisco: “Se acaba la dictadura… y llega la Argentina honesta que quiere a su gente”

“Argentinos… ¡se acaba la dictadura!…, ¡se acaba la corrupción!…, ¡se acaba la Argentina del desamparo y llega la Argentina honesta que quiere a su gente!…”, exclamaba hace 42 años el entonces candidato presidencial de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín con tono de voz enérgico ante una multitud que se había congregado en la noche del 26 de octubre de 1983 sobre la Avenida 9 de Julio, a metros del icónico Obelisco porteño y que ‘estallaba’ en una estruendosa y entusiasta ovación como respuesta a aquella afirmación del líder de la UCR.

Los dirigentes radicales porteños y bonaerenses, algunos fogueados en las lides de los actos proselitistas cruzaban miradas sorprendidas ante la ‘marea humana’ que se apiñaba frente al palco sobre el cual, desde un atril, revestido con los colores celeste y blanco de la bandera argentina el candidato presidencial de la UCR a pronunciaba su discurso.

Alfonsín iniciaba cerca de las ocho de la noche su alocución, la esperada por la abigarraba concurrencia que no solo cubrían la ancha avenida sino laterales, Cerrito y Carlos Pellegrini que corren a la par y están dentro del ancho total de la mítica vía por la que entonces no corrían el metrobus. Las calles que cruzaban esas avenidas estaban atestadas de personas que ni siquiera podían ver al candidato radical pero querían escucharlo y lo hacían merced a la potencia de los equipos que amplificaban al máximo la voz de Alfonsín, que se hallaban ubicados a cada lado del escenario, tanto como a través de las hoy ‘viejas bocinas’ de color gris que habían instalado en esas aterías en las columnas de alumbrado público hasta la zona de la Plaza Constitución. Ni el más entusiasta de los organizadores del mitin que, en conjunto, había convocado los ‘popes’ radicales de la Capital Federal y la Provincias de Buenos Aires imaginaban, antes del inicio del acto, lo que veían sucedía en el momento en que el candidato radical comenzaba a hablar. La conclusión era: No habían asistido sólo radiales sino una inmensa cantidad de ciudadanos que no necesariamente  eran afiliados al partido o tenían una definida empatía hacia la UCR a solo cuatro días de las elecciones del 30 de octubre que implicarían el inicio de la retirada definitiva de la dictadura que se había hecho del poder en el país y gobernaban desde hacía entones casi  siete años.

En el tramo inicial del discurso, en medio de un griterío ensordecedor de aquel millón de personas reunidas en el mitin, Alfonsín completaba sus primeras definiciones: “…se acaba la Argentina del hambre obrero…, se acaba la Argentinas de las fábricas muertas ¡Y viene la Argentina del trabajo y de la producción!… ¡se acaba la especulación!…, ¡se acaba el dinero imperando sobre la producción en la Argentina y sobre el trabajo!… ¡llega la democracia a nuestro país!…, se acabaron las sectas, se acabaron las sectas de los nenes de papá, de la prepotencia de los uniformados, de los adivinos y de los matones.., el pueblo, el pueblo argentino va a decidir su destino”, proclamaba el candidato radical mientras agitaba de arriba hacia abajo su extendido brazo derecho.

Aquellas tajantes frases que pronunciaba una tras otra Alfonsín, casi sin pausa, con vigor, eran respondidas por los asistentes al acto que acrecentaban su entusiasmo. Aquellas definiciones no eran un mero  ‘ramillete de consignas proselitistas”. Significaban ‘férreo compromisos’ que asumía el líder radical que, probablemente, era junto a unos pocos de sus correligionarios más cercanos y una porción de los ‘radical de a pie’ que creía que era posible derrotar el peronismo en las urnas.

Alfonsín convocaba en aquella noche del miércoles 26 de octubre a construir una democracia con poder y llamaba a la unidad nacional con eje en los partidos políticos para unir fuerza para construir una democracia con poder. Lo hacía sin agravios, más allá de que replicaría algunas de las diatribas que había tenido que soportar durante la campaña hacia las elecciones del 30 de octubre por parte de la dirigencia del peronismo con el que la UCR competiría mano a mano en las urnas.

Nadie siguió su ejemplo. Alfonsín no sabía de odios. Pensaba, en todo caso, que sus rivales políticos eran sólo ‘adversarios circunstanciales’ en la arena del debate político. Ha prevalecido desde hace por lo menos más de dos décadas lo que primero fue bautizado como ‘la grieta’, una ‘herencia del kirchnerismo’ hasta instalarse, en el presente, el ‘discurso del odio’ en la conversación pública. Y lo más grave es que este último tiene como exponente principal al mismísimo Presidente, Javier Milei, quien hizo público su odio hacia la figura de Alfonsín y ha desparramado por doquier descalificaciones hacia instituciones de la República, como el Parlamento, tanto como las dirigidas a los legisladores y dirigentes de la oposición a los que alude con desprecio como ‘la casta’ o bien a determinados medios de comunicación y sus  periodistas a los que bautiza como ‘periodistas ensobrados’. No ha tenido ni el más mínimo recato al declamar su inquina visceral hacia quien encarnó la epopeya de la recuperación y la consolidación de la democracia que le permitió a él alcanzar la primera magistratura del país hace casi dos años. ¡Qué lejos han quedado unos y otros de Alfonsín!, los que crearon ‘la grieta’ y que acuñaron la figura de ‘la casta’ cuando en rigor se han rodeado en el gobierno de varios “personajes de la política” de los últimos 42 años que han ejercido cargos en los gobiernos que precedieron a la administración radical.

 

“El Alfonsinazo en el Obelisco”

 

Desde las primeras horas de la mañana del miércoles 26 de octubre los organizadores del acto  montaban el escenario a espaldas del icónico Obelisco porteño y obviamente del lugar que ocuparían los oradores. Se elevaban de manera vertical como respaldo de esa enorme tarima, en el centro, una gigantesca bandera argentina con sus colores celeste y blanco y sobre esta última franja, en letras negras ‘UCR’  y, a sus costados, en igual dimensión, dos límpidas enseñas blancas y rojas que distinguen a la UCR. Llegaba el mediodía de ese miércoles y comenzaban a llegar aquellos ‘madrugadores’ militantes radicales desde distintas ciudades de la de la provincia de Buenos Aires pero no sólo del conurbano bonaerense sino de ciudades cercanas a la Capital Federal y algunas aún más lejanas. No faltaban aquellos que habían viajado desde el día anterior y toda la noche desde algunas otras provincias y con orgullo ya desplegaban pancartas para identificar el terruño del que provenían Ellos querían ocupar el lugar más cercano a ese escenario. Arribaban en colectivos escolares. La plata para costear el gasto salía de los bolsillos de los dirigentes e, incluso, de los de unos cuantos simpatizantes de la UCR. El aceitado ‘aparato partidario’ provincial se dejaba ver pero ya era un primer comentario de aquellos caudillos ‘boinas blanca’ que decían que habían tenido que contratar más micros de lo que en principio habían imaginado previsto a raíz de que desde dónde habían partido se presentaban hombres, mujeres, jóvenes, familias enteras que tras admitir que, en algunos caso, no eran radicales pedían si podían llevarlos al acto de Alfonsín. Ya en las primeas horas de la tarde entraban en escena las impresionantes ‘columnas’ de radicales de pura bonaerenses y porteños que, en algunos casos, habían recorrido varios kilómetros a pie. Enarbolaban banderas y pancartas partidarias con sus ‘boinas blancas’ sobre las que habían ‘pegado’ el sticker con el ya famoso ‘RA’, con letras en color negro, que, en el pasado, podían verse ocasionalmente en los parabrisas de los automóviles para aludir a la “República Argentina’ pero ahora bajo un fondo celeste y blanco significaban “Raúl Alfonsín”.

Los más jóvenes se turnaban para hacer tronar bombos y redoblantes en medio de cánticos en apoyo de la UCR y del líder radical. Las horas transcurrían. El inicio del acto estaba previsto para las 19:00. Los bares y pizzerías quedaban ‘colmados’ en su capacidad por el gentío y sus empleados se multiplicaban en el esfuerzo por atenderlos y servir todo tipo de bebidas –desde agua mineral, gaseosas, cervezas, cafés- para acompañar un par de empanados o un sándwich. Había que zacear el hambre porque aún debían esperar varias horas. Hacia la media tarde de ese miércoles, un día laborable, seguían llegando y se hacían sentir con bombos, redoblantes y cánticos hasta empezar a enronquecer los radicales de distintos comités porteños. Lo habían hecho en otros tantos transportes escolares con sus carrocerías de color anaranjado con sus techos blancos costeados por dirigentes de la UCR de esos rincones de la ciudad pero, otros también habían salido a pie para llegar, en una verdadera ‘procesión’, mientras instaban en el camino a ocasionales transeúntes que se disponían a llegar a la Avenida 9 de Julio para estar presentes en el acto. Los móviles de los medios periodísticos radiales y televisivos ya se habían ubicados y sus cronistas tanto como sus colegas gráficos contaban con un espacio amplio para hacer su tarea en un ‘corralito’ que rodeaba todo el escenario y dentro del que podían moverse de un lado a otro sin ninguna dificultad, con plena libertad y hasta podían entrar o salir cuando lo necesitaran. Eran, además, atendidos cordialmente, por militantes radicales que los ayudaban en lo que requiriesen o les acercaban un café o una gaseosa. Para entonces, si hacía casi un mes atrás los radicales que cargaban sobre sus espaldas campañas electorales del pasado, que en su mayoría peinaban canas, habían quedado perplejos con el también  multitudinario acto encabezado por Alfonsín en la cancha de Ferrocarril Oeste, éstos mismos y otros quedaban ‘estupefactos’ al ver que aquella concentración alcanzaba ribetes increíbles. La gente seguía llegando y ya les era absolutamente imposible avanzar y acercarse al palco y, por lo tanto, se conformaban con quedarse parados, en el reducido espacio que encontraban pero con su entusiasmo intacto. No había telefonía celular. Algunos de los organizadores apelaron a la gentileza de algunas de aquellas pizzerías o bares cercanos y se comenzaban a distribuir para caminar ida y vuelta las casi veinte cuadras que separan el Obelisco y Plaza Constitución para establecer desde el palco hasta qué lugar llegaba exactamente la manifestación. Un par de jóvenes radicales, con estado físico apto, ya trotaban como podían entre el gentío por los costados de la Avenida 9 de julio o calles paralelas para recorrer aquella distancia y recurrían a un teléfono público o bien a algún comercio cuyos empleados, con generosidad, les permitían establecer una breve comunicación con aquellos otros que aguardaban en varios locales que estaba ubicados cerca del palco. Un experimentado caudillo radical del barrio de Belgrano aguardaba que uno de sus hijos, Leandro, a quien así habían bautizado como para evocar a uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical, Leandro N. Alem, había realizado aquella ‘corta maratón’. Unos quince minutos después ambos establecían la comunicación: “Hola viejo…, estoy en 9 de julio y San Juan…la gente llega hasta casi las puertas de la estación de Plaza Constitución”, le escuchaba decir aquel ´pope’ radical. “¡Bien!.., ¡listo Leandro!…volvete nomás…gracias”. Aquel joven que ya dejaba atrás la adolescencia regresaba a las cercanías del palco. No había sido el único militante que había recorrido casi 1,5 kilómetros a ‘paso vivo’ o trotando. Y se habían comunicado con otro avezado caudillo de la UCR. El mensaje era calcando. A esa altura, a los periodistas les resultaba una tarea ciclópea tener una idea de la cantidad de personas que asistían al acto. La más que  experimentada joven periodista de la agencia TELAM, Graciela Petcoff, decía con prudencia pero convencida: “Acá no puede haber menos de un millón de personas”. Quienes la escuchaban sabían de su honestidad personal y profesional. A varios otros les resultaba exagerado el cálculo de la redactora política de la agencia ‘oficial’ de noticas. El periodista y cronista, Jorge Passo, del canal de Televisión ATC –que desde hace varios años se conoce como el canal de la ‘Televisión Pública’ respaldaba los dichos de su colega: “Juego lo que quieran que acá hay no menos de un palo de gente.., acá hay un millón de personas…seguro”, sentenciaba el profesional que a cargo del móvil de su canal de TV.

Para amenizar la espera del comienzo formal del acto varios artistas. Fue primero ‘Ana Dana’, esposa del radical bonaerense, José Horacio Jaunarena, quien luego se convertirse en ministro del gobierno de Alfonsín. Ella, con su simpatía interpretó una canción, de su propia autoría, que en uno de sus estribillos decía “viene llegando una esperanza por fin…, el pueblo grita viva Raúl Alfonsín” y que ya conocida era entonaba por gran parte de la abigarrada multitud entre el agitar de banderas celeste y blancas y aquellas con los colores de la UCR. Fue Mario o ‘Marito’ González, quien ya era popularmente por su pseudónimo ‘Jairo’, quien erizó los miles y miles de asistentes al entonar el tema “Venceremos”, del compositor Sergio Ortega. Se escuchaba entonces: “…en mi alma yo sé…, con onda fe…que pronto venceremos…”. Aquella primera frase de la composición hizo que parcialmente se acallara el griterío infernal de buena parte de la multitud. Con su guitarra, Jairo se acompañaba y se hacía dueño de la escena ya que la letra ´sintonizaba’ a la perfección con el tiempo político que la mayoría de los argentinos quería dejar atrás y se oía a aquel juglar: “…ponto venceremos…pronto venceros…juntos lucharemos hasta el final.., quiero que mi país sea feliz con amor y libertad…, solo con justicia, solo con justicia, nos haremos dueños de la paz, quiero que me país sea feliz con amor y libertad”. Jairo dejaba todo un ‘mensaje’ y la muchedumbre aplaudía a rabiar mientras incesantemente agitaba las banderas argentinas y radicales

Eran las 19:00 del miércoles 26 de octubre. Y comenzaban a escucharse sucesivamente los breves discursos del  candidato a senador nacional por la Capital Federal, Fernando De la Rúa al que le siguió el candidato a Vicepresidente de la UCR, Víctor Martínez. Y llegaba el momento esperado.

Los locutores Graciela Mancuso y Daniel Ríos, hábiles, fueron preparando el camino hacia el anuncio. Se alternaban en las intervenciones y se lanzaron a la presentación. Ella dio el pie: “…amigos y amigas habla Raúl…”, y Ríos exclamaba: “Habla Al–fon–sín”, completaba a sabiendas que ello haría desatar una ovación y la “locura” de esa multitud. Raúl Alfonsín se acercó a los micrófonos. Detrás de él, entre otros, estaba su esposa, María Lorenza Barreneche. El líder radical, quien vestía un ambo gris sobre una camisa blanca y corbata al tono, arrancaba su alocución con tono de voz firme

 

El discurso de Alfonsín

“Amigos de la Capital…” y no más de un segundo después exclamaba, porque sabía que ante él no sólo había porteños, decía: “¡Argentinos!.., ¡se acaba la dictadura!…, ¡se acaba la corrupción!…, ¡se acaba la Argentina del desamparo y llega la Argentina honesta que quiere a su gente!…”, bramaba el candidato radical desde un atril envuelto en los colores de la bandera argentina. La enfervorizada muchedumbre lanzaba una estruendosa ovación, seguida de  aplausos y el agitar constantes de banderas. Casi sin pausa, el candidato radical proclamaba: “…se acaba la Argentina del hambre obrero…, se acaba la Argentinas de las fábricas muertas Y viene la Argentina del trabajo y de la producción!… ¡se acaba la especulación!…, ¡se acaba el dinero imperando sobre la producción en la Argentina y sobre el trabajo!… ¡llega la democracia a nuestro país!…, se acabaron las sectas, se acabaron las sectas de los nenes de papá, de la prepotencia de los uniformados, de los adivinos y de los matones.., el pueblo…, el pueblo argentino va a decidir su destino”. “Y cuando digo el pueblo.., digo todo el pueblo que, como nunca, comprende que está en una instancia decisiva de la historia de su patria…, tal vez la más importante y decisiva en los últimos cincuenta años. He dicho por toda la República que no se trata de elegir candidatos; aquí se trata de ver si posible que le pongamos realmente una bisagra a la historia argentina y terminar con la frustración y la desesperanza”, afirmaba el candidato radial con tono voz enfático que acompañaba, una vez más, con el gesto de su brazo y su mano derecha que blandía de arriba hacia abajo. La respuesta de la masiva concurrencia y los gritos hicieron que Alfonsín abriera una breve pausa para dejar exteriorizar a la multitud una nueva ovación. Alfonsín, orador de fuste, sabía manejar acabadamente tales circunstancias y retomaba el discurso con un tono más reflexivo, pero no menos enjundioso. “Voces importantes del Partido Justicialista sostiene que no es posible ganar la elección con el general Perón. Yo les digo desde aquí que me formulo una pregunta que se formulan millones de argentinos. ¿Si esto es así, quién va a gobernar en la Argentina?”, inquiría Alfonsín en una primera estocada verbal profunda hacia el justicialismo. La respuesta fue una nueva y aún más prolongada ovación. Pero el candidato radical proseguía: “Todos recordamos la crisis de autoridad que se produjo al fallecimiento del general Perón; todos recordamos la instancia difícil de la Argentina que todos hemos vivido. No se llegó a saber quién gobernaba en la Nación”, rememoraba Alfonsín y describía:  “Apareció la hiperinflación del Rodrigazo y cuando los sectores del trabajo se opusieron como correspondía se creó un enorme desorden social, apareció la disputa en el partido (justicialista) por los intereses del poder, por el acceso al poder y hubo prepotencia y hubo miedo y así se dio la excusa al privilegio para que terminara con el gobierno constitucional”, refería el líder radical en clara alusión a las circunstancias que precedieron al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Avanzaba un paso más en esa descarnada descripción lo que los acontecimientos de aquella época. “Se produjo la lucha enloquecida había sucedido entre las ‘tres a’ (la facción del peronismo conocida como la ‘Triple A’ comandaba por el siniestro ministro del gobierno justicialista, de José López Rega) y la represión. ¡Sin duda no es eso lo que quiere nadie en la Argentina!”, remarcaba Alfonsín.

Alfonsín le enrostraba al peronismo: “Pero esta crisis de autoridad continúa en el Partido Justicialista tal como se pone de manifiesto en una campaña en la que jamás se debió haber caído en la calumnia, jamás se debió haber caído en métodos con la democracia argentina”, decía el candidato de la UCR en una clara réplica a las diatribas que había enfrentado de parte de la dirigencia y de candidatos del peronismo, entre ellos, Herminio Iglesias.

Alfonsín continuaba: “Queremos construir la convivencia en la paz; queremos hacerlo entre todos y todos juntos. Estamos convencidos que es posible lograrlo y además tenemos la obligación de lograrlo los argentinos. Es por eso que en toda la República he convocado a mis compatriotas sin distinción de partido político alguno y les he señalado que los radicales ya estamos en esa marcha y al frente van nuestros grandes muertos, Yrigoyen, Alem, Pueyrredón, Sabattini, Lebenshon, Balbín, Illia…”, graficaba el candidato radical esa imaginaria marcha hacia la recuperación de la democracia pero, a la vez, extendía esa convocatoria con aquel propósito hacia el resto de las expresiones políticas. Y afirmaba entonces: “Los que estén a nuestra derecha he dicho pueden inspirarse en Sáenz Peña o Pellegrini; los demócratas progresistas en Lisandro de la Torre o Luciano Molina; los socialistas en Juan B. Justo o Alfredo Palacios; los peronistas en Perón o en Evita pero juntos los argentinos para hacer valer nuestros derechos en el mundo”, clamaba Alfonsín cuyo rostro se humedecía por el sudor que le provocaban los reflectores, cuyas intensas luces ‘caían’ sobre él, en medio de un renovado aplauso de la multitud que no se movía y seguía incólume el discurso del líder radical que advertía: “No podemos fallarle más a nuestro pueblo. El último fracaso nos llevó a este período tremendo de la historia argentina, a frustraciones que parecieron definitivas”.

A esa altura del discurso, Alfonsín lanzaba sus ‘dardos dialécticos’ hacia aquella dictadura que había asaltado la institucionalidad en 1976 y decía: “Vinieron a decirnos que iban a terminar con la especulación (económica) y nunca quien especuló ganó tanto y quien quiso trabajar en serio perdió más en la Argentina; vinieron a decirnos que iban a terminar con la inflación y no hay serie histórica desde 1810 a la fecha en la que hayamos vivido como esta”, apuntaba el líder radical al aludir al índice inflacionario que trepaba escandalosamente y provocaba un  enorme perjuicio a la población que era sumergida a la indigencia. Y proseguía: “Vinieron a decirnos que traían la paz y nos metieron en una guerra (la de Malvinas) y en una represión atroz e ilegal”, enfatizaba. “No podemos fallarle más al pueblo argentino. No bastan las buenas ideas.., hay que garantizarle al pueblo argentino que no vamos a fracasar y la única forma de no fracasar es si logramos concretar una democracia con poder en la Argentina y el poder a la democracia se lo da el pueblo y el pueblo unido, sin distinciones entre peronistas y antiperonistas, radicales o anti radicales hará su tarea para defender los derechos de todos”, afirmaba Alfonsín en medio de una ovación y entusiastas aplausos de la muchedumbre. Proseguía el líder radical: “Nuestra propuesta pasa por el afianzamiento de la justicia social. Nada puede construirse en el país, será imposible el desarrollo de nuestra patria sino damos respuestas a los requerimientos de la justicia social. Y primero que nada…terminar con el hambre en la Argentina. En la Argentina hay hambre pero no porque falten alimentos como en otros países sino porque sobra inmoralidad porque hemos sometido al padre de familia a la humillación más grave que podemos someter a un hombre (y que es) trabajar los treinta días del mes y no alcanzar a ganar lo necesario para llevar el pan a su mesa los treinta días del mes”.  Alfonsín sostenía: ¡No va más!… ¡se acabó!, es la Argentina honrada y moral la que viene” y la multitud aplaudía y volvía a corear: “Alfonsín…Alfonsín…Alfonsín”. “Tengan ustedes la certeza…arrancamos argentinos. Yo les pido a todos que nadie deje caer sus brazos, que nadie disminuya ni un centímetro los objetivos que se ha fijado para su patria”, exhortaba Alfonsín, quien aseguraba: “Vamos a salir de esto como otros países salieron de crisis más duras. Vamos a arrancar en la medida en que no nos mandoneen más. Les pido además que nadie se deje deslumbrar por los resplandores de las glorias del pasado. Yo les aseguro.., les garantizo…, si nosotros cumplimos nuestro deber nuestros nietos nos van a honrar como nosotros honramos a los hombres que hicieron la organización nacional”. A esa altura del mensaje de Alfonsín eran incontables las ovaciones que generaban cada una de sus expresiones. El candidato radical avanzaba: “En esta marcha entonces…para afianzar las libertades de todos no habrá distinciones políticas; no habrá radical ni antiradicales…, ni peronistas ni antiperonistas; para preservar a la sociedad argentina de cualquier loca aventura golpista no habrá radical ni antiradicales…, ni peronistas ni antiperonistas (porque) estaremos todos luchando por el futuro argentino. Para defendernos del imperialismo que hoy puso sus garras en Granada no habrá tampoco distinciones políticas entre los argentinos”, enfatizaba una vez más Alfonsín, al aludir a la invasión militar de fuerzas norteamericanas. “Vamos a arrancar…, nos va a parecer una pesadilla todo esto que hemos vivido hasta ahora. Y será el esfuerzo de todos, absolutamente de todos…de los jóvenes, de la generación intermedia y de los hombres y las mujeres más maduros de la tercera edad, de los hombres y de las mujeres.., de las mujeres argentinas que sufren las consecuencias de esta sociedad anticuada y machista que ni siquiera le confiere la posibilidad la patria potestad de sus hijos”, expresaba Alfonsín. Ya avanzaba la noche y el candidato radical encaraba el cierre del discurso innumerables veces interrumpido por las aclamaciones de los asistentes al multitudinario acto. “Será el esfuerzo de todos.., absolutamente de todos los argentinos. Y en todas partes he dicho y permítanme que lo repita hoy porque es como un rezo laico y una oración patriótica…, que si alguien distraído al costado del camino cuando nos ve marchar… nos pregunta.., cómo juntos, hacia dónde marcha, por que luchan, tenemos que contestarle con las palabras del preámbulo…que marchamos, que luchamos, para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidad la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino”. Alfonsín recitaba aquella parte del preámbulo de la Constitución Nacional desde lo alto del escenario y parte de la multitud lo hacía también mientras desembocaba en una ovación y un extenso aplauso mientras como había sucedido durante todo el tiempo las banderas partidarias y argentinas que se contaban por miles y miles. La imagen final sobre el escenario era la de Alfonsín con su mano derecha y Martínez con su mano izquierda entrelazadas y el alto. La desconcentración en paz. Y algunos periodistas debatiendo entre ellos cuánta gente había asistido al acto: Era un millón, algo menos de un millón. Ya era lo de menos. Era un verdadero  ‘Alfonsinazo’ en el Obelisco.

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