jueves 26 de diciembre de 2024
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Todo cambia, el mundo cambia

Todo cambia. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, siguiendo la reiterada aunque muy didáctica frase de Marx. En los hechos hubo un “levantamiento radical en el encuentro en Mendoza”, hace unos días. Muchos hablan de la existencia de un radicalismo pequeño y fragmentado y además le pegan el mote de “partido antiguo” . La realidad muestra un tablero distinto: tiene representación en todo el país, lo apoyan militantes desde hace largo tiempo y sus dirigentes muestran lucidez y exhiben críticas certeras.

En Mendoza el radicalismo rompió con la línea de Ernesto Sanz y algunos de sus seguidores y señaló que algunos técnicos abrazaron la bandera del PRO. En definitiva, surgió el primer grito de protesta contra ciertas maniobras políticas y económicas del gobierno. Por primera vez el radicalismo exige una participación mayor, respetable y expectante en la toma de decisiones de una administración de la que formaba parte sólo en teoría.

La historia de fines del 2015 entiende que Cambiemos se quedó con los bastiones de Capital y Provincia de Buenos Aires por cansancio de Cristina Fernández y de sus adláteres. Es posible que hayan pesado más los gritos y las órdenes de la Casa Rosada que la corrupción imparable y a la vista. Pero el PRO, un conglomerado nuevo surgido en la Capital Federal captó el apoyo de la estructura del viejo Partido Radical y hasta se habló mucho de un cogobierno en las primeras semanas de euforia.

Se impusieron los buenos modales y la concordia. Pese a que el PRO consideró que sus socios no contaban, que el mismo Mauricio Macri decidió que un reducido equipo de asesores dirigidos por Marcos Peña, el radicalismo eligió el silencio, el dejar hacer. El bagaje político lo aportaban los asesores -pensaron los elegidos-, el viejo partido, por el contrario, estaba con heridas de guerra por muchos fracasos. Más allá de todo, el equipo jóven tenía reflejos pero no experiencia. Lo anterior no servía, se crearían nuevas modalidades.

En dos años y medio casi de poder el equipo ha cometido errores. Y en algunos casos no se sabe lo que quieren realmente. Actuaron anárquicamente.

En materia de comunicación a la población (una ciencia que no es oculta) en marzo de 2016 Juan José Aranguren, Ministro de Energía, comunicó sin pudor que planeaba un incremento del 500 por ciento en las tarifas eléctricas. ¿Fue mala comunicación o una torpeza grave de gestión? Lo convencieron que no había política semejante y que no lo hiciera atropelladamente sino por etapas.

Se prometieron inversiones, que nunca llegaron hasta ahora porque el país muestra sonrisas y buena voluntad pero mala infraestructura, inestabilidad energética y un mercado de consumo que sufre convulsiones de manera periódica. Más una inflación que no cesa. Inversiones constantes y sonantes, maquinarias, adquisiciones de empresas, ofrecimiento de mano de obra en cantidad no se conocieron. Las especulativas sí y hay registro de ello en el tiempo transcurrido.

En Mendoza se pasó de un radicalismo contemplativo y colaborativo a uno punzante y sin cuidar el lenguaje. La prioridad de la protesta son los aumentos básicos y el latiguillo de la inflación. El gobierno prometió frenarla pero hasta ahora, para encontrar la solución, camina en la neblina. Absorbe el malestar de la clase media, que ya parece no interesarle que los incrementos de ahora son por culpa de los atrasos del populismo.

Hasta ahora el gobierno lleva ventajas electorales hacia futuro. Enfrente, todavía, no hay nadie, salvo la disgregación. Los días están signados por la atomización del peronismo a quien le queda poco tiempo para salir a la arena de la votación al finalizar el primer mandato de Macri.

Los cuestionamientos son múltiples. Para el radicalismo el costo de la energía lo tiene que manejar el Estado y en interés de la población y no deben primar los caprichos de la privada Transener, compañía líder argentina y privada encargada del transporte de la energía eléctrica de alta tensión.

Sin duda funcionarios del Banco Mundial y el Fondo Monetario que visitaron el país más los del G-20 elogiaron cierta visión del Ejecutivo en su relación con el mundo.

Macri no ha cuidado frase ni adjetivo para definir la condena del populismo y sale con constancia a buscar nuevos mercados. Pero el mundo es un tablero movedizo.

Con Estados Unidos en manos de Trump y China bajo el verticalismo extremo del partido comunista, con amenazas de enfrentamientos comerciales, con librecambistas versus proteccionistas, con países amigos como Francia que se resiste a un tratado de negocios con el Mercosur. Un panorama que encuentra a Argentina sin empuje para colocar producción que no sea cerealera más allá de sus fronteras, con un déficit importante en su balanza comercial. El país exporta menos de la mitad de lo que importa.

Hasta ahora estamos logrando estadísticas eufóricas de la producción automotriz y de todos los sectores que se relacionan con los rodados (siderurgia, cemento, metal-mecánica) más la dinámica de la construcción, favorecida incluso con la venta de terrenos del Estado que agrandarían la ciudad hacia el cielo. La obra pública va, lenta pero va, y eso promueve más movimientos de capital y de mano de obra.

En medio de ese juego con detalles diabólicos de proteccionismo y libre expansión del comercio en el mundo el gobierno ha descuidado (por decisión o por descuido imperdonable) a empresas argentinas medianas y pequeñas sin solución para sus problemáticas de mercado. Textiles y zapatos, entre otros, se espantan ante la quiebra por la ausencia de decisiones estatales. A esto hay que sumarle las mutaciones en el consumo en la Argentina. Hay cambios decisivos que llevaron al ahogo a uno de los más importantes supermercados, como Carrefour, que se queja del trabajo de los almacenes de barrio y la presión impositiva.

Ya mismo habría que tomar decisiones en política exterior. ¿Con que o con quien reemplazamos a nuestro principal socio y cliente que es Brasil, sumido en una crisis política severísima? ¿Cómo seguir negociando con una Casa Blanca ocupada por un presidente desaforado, ególatra e infantil?

¿El gobierno está enterado de una tendencia a la fractura en la Unión Europea? Una ola de nacionalismo-xenófobo y fascista está presente en el Este como en el Oeste del viejo continente. La crisis de la inmigración de los que escaparon de las bombas de Medio Oriente lleva a países de apertura y humanidad a adoptar el látigo y la instalación de guettos inhumanos.

Eso es poco: Polonia puede ser separada de la Unión Europea por desobedecer principios elementales de convivencia con los países vecinos emprendiendo un rumbo independiente e irresponsable. Es lo mismo que ocurre con Hungría, en manos ultras. Paralelamente, la crisis no ha sido superada ni en Grecia, ni en Italia ni en España. Y La Unión Europea, vestida de bombero, no tiene tanta agua para apagar tantos fuegos.

Esto demuestra que Europa está mucho más ocupada en hallar soluciones a la integración, al equilibrio fiscal, a coordinar estrategias frente a problemas similares, a mantener el equilibrio de los países fuera de control, que a abrir nuevos mercados que prometen todo como la Argentina y parte de América Latina. 

Publicado en El Cronista el 18 de abril de 2018.

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