Franco Delle Donne es licenciado en Comunicación por la Universidad de La Matanza y máster en Democracia y Gobierno por la Universidad Autónoma de Madrid. Está a punto de doctorarse en Comunicación Política en la Universidad Libre de Berlín. Cuenta que aún no terminó el doctorado porque se entretuvo con otras cuestiones como el análisis de Alternativa para Alemania (AfD), el partido de ultraderecha alemán que en los últimos años ha crecido tanto que ha logrado representación en la mayoría de las legislaturas regionales y el Parlamento nacional. Recién salido del horno, ha publicado un libro en coautoría con Andreu Jerez llamado Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania que ha venido a presentar a Argentina en una gira maratónica.
En esta entrevista, Delle Donne explica que uno de los factores más importantes que explica el éxito de AfD es que sus miembros han sabido marcar la agenda de temas que a los ciudadanos realmente les interesa, por eso sus votantes no necesariamente se identifican ideológicamente con la ultraderecha pero sí con el discurso que tiene este partido político.
Los clivajes tradicionales nos han servido muy bien para explicar el surgimiento de los partidos políticos y, en ese sentido, de los sistemas de partidos políticos. Sin embargo, frente al ascenso de las derechas en Europa (y, por qué no, de Trump en Estados Unidos) y sus bases por demás heterogéneas, no podemos hablar en los mismos términos que hace 50 años, lo cual es lógico. ¿Cuáles son los nuevos clivajes y cómo se configuran entre sí para determinar el escenario político contemporáneo?
El clivaje izquierda-derecha sigue sirviendo para explicar determinadas cosas o para ubicar a la gente o los temas ideológicamente. Pero al respecto de muchos fenómenos políticos nuevos que están surgiendo, hay que tratar de encontrar nuevos clivajes o nuevas explicaciones para entender por qué la gente se para de un lado o del otro, sin necesaria relación con la izquierda y la derecha de manera ideológica. En el caso particular de Alemania, el nuevo partido AfD que denominamos como de ultraderecha, en el libro concluimos paradójicamente que el voto a ese partido no se puede explicar sólo a partir de la ultraderecha. La nomenclatura “ultraderecha” sirve para ubicar a los partidos en función de su discurso político; pero para entender el electorado y el comportamiento electoral, hay que cambiarla. Ahí es cuando empezamos a explorar el clivaje dentro-fuera donde, en función de sentirse excluidos o marginados de una realidad o sistema, los ciudadanos buscan expresar el descontento de alguna manera. En los países como Alemania, donde el voto no es obligatorio, ese descontento se veía tradicionalmente en la abstención, en la gente que efectivamente no iba votar; a partir de la aparición de estos partidos como AfD empieza a haber un movimiento de estos ex-abstencionistas a elegir este tipo de expresiones políticas que, ideológicamente y desde su discurso político, están ubicadas a la ultraderecha. Este eje dentro-fuera es el que explica también por qué a este partido lo vota un electorado muy heterogéneo: ricos y pobres, clase media y clase alta, del este de Alemania con un pasado comunista y del oeste del país con una visón más occidental. Todas esas cuestiones trasversales, que parecían no tener sentido, empiezan a tomar forma y explicarse a partir del clivaje dentro-fuera.
A veces, en el imaginario popular la palabra “derecha” es entendida como un insulto, como algo que está mal, que recuerda a lo viejo. Sin ánimos de defender ninguna de las posturas, ¿qué es lo novedoso de las nuevas ultraderechas europeas, qué arrastran de lo viejo y cuál es el fundamento que los posiciona en la extrema derecha del espectro ideológico?
Lo nuevo tiene que ver con la capacidad que no tuvo el resto de los partidos tradicionales en los últimos 20 años de movilizar electorados que no podían ser movilizados y que estaban anclados en el abstencionismo porque no tenían ningún interés en participar y estaban totalmente desencantados con la política tradicional. Esa capacidad de movilización no la tuvieron los partidos tradicionales y todavía estoy intentando entender si no movilizaban porque no podían o porque de verdad no querían: ¿para qué perder el tiempo movilizando si no los iban a votar?
La relación con lo que sería la derecha clásica tiene que ver con que AfD defiende valores tradicionales como la familia, el rol que para ellos tiene que ocupar la mujer en la casa, el discurso de la identidad nacionalista, la defensa de la patria y la preservación de las fronteras cerradas. En el caso alemán, AfD rompe un tabú que no se había roto desde la Segunda Guerra Mundial que es empezar a discutir la identidad nacional. ¿Quiénes son los alemanes? ¿Cuáles son sus valores culturales? Eso era un problema porque para hablar de identidad hay que volver al pasado y, en el caso de Alemania, era algo muy complicado porque muchas de sus raíces generaron mucho dolor. Con la aparicion de este partido, se retoma este debate y, a partir de una estrategia muy inteligente de romper los límites de lo políticamente correcto sostienen: “Decimos la verdad incómoda que el resto de los partidos quieren ocultar”. Esa sería la conexión con la derecha y, al mismo tiempo, lo nuevo que viene a aportar.
Es muy difícil no calificar de ultraderecha a un partido cuyos dirigentes dicen que si un refugiado cruza la frontera sin permiso habría que abrir fuego o que la inmigración africana obedece al comportamiento biológico de las pulgas y de las bacterias que se expanden sin tener en cuenta si su comportamiento es sustentable en el tiempo en términos económicos y de alimentación. Sólo por poner algunos ejemplos. Lo que ayuda a romper el clivaje izquierda-derecha tiene que ver también con el Islam. El discurso político de AfD puede ser tildado de derecha cuando sostiene que el Islam es malo, que viene a invadir Alemania y el occidente blanco y que trae el terrorismo. Ahora, cuando dicen que el Islam obliga a las mujeres a vestir un velo y a taparse la cara, que no pueden ejercer su libertad y que tienen que caminar a diez pasos de distancia del hombre, se asemeja a una agenda más progresista. Ahí es donde se empieza a entender que es un discurso político tan flexible y maleable que tiene esa capacidad de incorporar diferentes electorados. Todo esto en un marco del frame de la guerra de culturas donde hay que defenderse de una amenaza.
Como sostenes en una nota de mayo de este año publicada en Bastión Digital, la derecha ha sabido instalar la agenda de problemas y preocupaciones, cuestión que se configura como una de las explicaciones de su ascenso, algo que los partidos tradicionales, evidentemente, no han sabido hacer. ¿Qué preocupaciones giran en torno a los “viejos” partidos políticos que los alejan de las de los ciudadanos?
Eso se responde con los resultados electorales de hace dos semanas. Los partidos mayoritarios, la Socialdemocracia (SPD) y la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Merkel, a lo largo de los últimos años han gobernado juntos más tiempo que el que han sido oposición, es decir que han generado la sensación de que no hay proyectos alternativos en Alemania. El electorado en general ha visto no sólo que no hay alternancia porque Merkel gobierna desde el 2005, sino que no hay ni siquiera potencial para que eso ocurra. Eso ha generado que ambos partidos, de alguna forma, empiecen a solapar agendas. Entonces, es un gobierno liderado por los conservadores de Merkel que está llevando adelante una agenda socialdemócrata, al mismo tiempo que ha acompañado a Merkel en determinadas cuestiones: se ha generando esta situación de constante erosión de los propios perfiles que, para el elector tradicional, es un golpe. ¿Por qué votar al partido que creo que representa mis demandas si luego, con su accionar, lleva adelante una agenda distinta? Ahí entra en juego la caída de la confianza en la política tradicional.
A partir de esto, la ultraderecha entiende que hay un electorado enojado que necesita expresar ese enojo y puede hacerlo a partir del voto castigo a los partidos políticos tradicionales, sin poner nada en peligro porque Merkel iba a ganar igual. Tanto desde la parte más conservadora, como desde los votantes de la izquierda. Una gran porción de los adherentes de la socialdemocracia e, incluso, de la extrema izquierda Die Linke -según las encuestas alrededor de un millón- votaron por AfD. Eso tiene que ver con esa necesidad de expresar el descontento en general con la política tradicional y de dar un mensaje, en el caso de los socialdemócratas en particular: “basta de aliarte con Merkel, necesitamos un perfil distinto y una opción política diferente”.
Esta capacidad de AfD para marcar la agenda tiene que ver con la incapacidad de los partidos tradicionales de salirse de su agenda y observar que, tal vez, los problemas reales son de los que ellos no están hablando. En el caso de la centroizquierda por dogmatismo, donde las medidas o las propuestas responden a demandas de minorías y, al ser un partido mayoritario, decrece: sacaron el 20% de los votos. En el caso de los conservadores ahí tiene que ver con continuar con esta política de no decir nada, total todo funciona como por un tubo por Merkel; se olvidan que la gente necesita que hablen de sus miedos. Por ejemplo, ¿por qué llegan un millón de refugiados? ¿Qué hacer con esto? El miedo a si la Unión Europea no funciona, el miedo a perder los ahorros. Y estos miedos son lo que AfD logró verbalizar con un discurso ultraderecha y, dándose cuenta de eso, lo utilizan cuando hay una discusión en el espacio público: todo el mundo empieza a hablar de los temas que ellos proponen.
Básicamente, los miembros de AfD leyeron la realidad…
En el libro entrevistamos a Beatrix von Storch, miembro de AfD. Andreu, el coautor, le preguntó si eran de ultraderecha, a lo que ella respondió: “A nosotros no nos importa el eje izquierda-derecha, a nosotros nos votan de todos los partidos políticos, nos votan de la CDU -que sería lo lógico-, pero también nos vota la gente que estaba con la SPD, nos vota la izquierda de Die Linke, nos votan los liberales”. En ese momento la interrumpí para preguntarle qué tiene en común su partido con Die Linke para que un elector haga ese traspaso. Nosotros teníamos nuestra hipótesis pero quería ver qué me decía ella. “Nosotros respondemos a los problemas normales de la gente normal, entonces cuando la gente se da cuenta que nosotros nos ocupamos de su vida diaria y de los que les pasa, vienen y nos votan, es así de fácil la política”, me respondió. Si hay algo que no son es dogmáticos; son pragmáticos al máximo y creo que ahí también radica su éxito, porque si fueran dogmáticos no creo que hubiesen llegado ni al 5%.
Queda claro que AfD ha sabido instalar temas en agenda. Tenemos entonces el qué comunica, pero ¿cómo la hacen? ¿Cómo influye la forma de comunicar en el acaparamiento del electorado?
Yo trabajo mucho con la teoría del Framing entendiéndola no sólo a partir de cómo seleccionar una parte de la realidad y jerarquizar información, sino también como un ordenador del lenguaje, como ordenador de los input de las percepciones que recibimos día a día y el lenguaje o el discurso político es un input más. AfD ha logrado imponer un frame en el espacio público a partir también del contexto de lo que se denomina como la “amenaza latente”, es decir la sensación de que estamos bajo algún peligro. A partir de ahí, el miedo se ha racionalizado, ha dejado de ser una emoción y ha pasado a ser una preocupación. AfD logró ubicar ese frame y los debates políticos surgen de allí porque el resto de los partidos políticos discuten los temas que AfD propone, lo que termina legitimándolo. Así, también, pueden legitimar una serie de cuestiones que hace cuatro años y medio, cuando ellos todavía no existían, estaban básicamente prohibidas de expresar. Decir que hay que matar una persona por pasar la frontera sin en ese contexto, dentro de ese frame, se puede leer como defensa propia, defensa del país y la frontera, de los hijos. Cuando los alemanes del norte vieron en el verano de 2015 imágenes de personas que cruzaban las fronteras colgándose de un alambre y que había miles de extranjeros allí acampando, no veían lo que estaba pasando en la frontera sino que veían que el jardín de su casa, en cualquier momento, podría llegar a llenarse de refugiados. Sumándole los hechos de la noche de año nuevo en Colonia, donde hubo ataques sexuales masivos de un montón de chicos, teóricamente todos refugiados -aunque no está claro aún-, se dio la sensación de que los refugiados no controlan sus impulsos animales, no son civilizados sino salvajes. Todos esos hechos bajo ese frame instalado, difunden ideas antiinmigratorias, contrarias a las políticas actuales de Merkel y, más aún, se empieza a discutir en esa clave. Esto no lo logró hacer ningún otro partido político. El debate electoral del 2 de septiembre, dos semanas antes de las elecciones, entre Merkel y Schulz duró 92 minutos, de los cuales 55 estuvieron hablando de Islam, la integración, los refugiados, la inmigración. Cuatro temas que son los que estableció AfD como prioritarios, que no necesariamente son los que más importan. Eran incapaces de debatir los temas de agendas propias.
En el libro analizan un caso en particular que es el de la AfD, partido ultraderechista en ascenso, que está en línea con el Frente Nacional de Francia y el Partido por la Libertad Holandés. En el libro también lo definen como un partido en una fase embrionaria por los vaivenes en los liderazgos, más no un fenómeno temporal. Queda claro que AfD llegó para quedarse, sobre todo habiendo entrado en el Bundestag. ¿Qué lecciones deberían tomar los partidos tradicionales, sobre todo la CDU de Merkel, de AfD para evitar su crecimiento en los próximos cuatro años, para que llegue a tener un peso político y llegue a tener un Primer Ministro?
Si eso llegara a sucede, creo que falta mucho. En primer lugar, es un partido con el cual nadie está dispuesto a coalicionar, entonces no tiene peso político completo, más allá de la oposición fundamental que puedan ser. Por otro lado, dentro de AfD hubo tensiones alrededor de si ellos mismos estaban dispuestos a coalicionar. Frauke Petry, quien fuera líder del partido, lo abandonó porque tenía diferencias con el partido. Ella tenía la idea de convertir al partido en uno capaz de formar una coalición para gobernar. Desde mi punto de vista, eso era una locura porque su gran peso se deber a que conforman una oposición fundamental y, en cuanto se forma coalición, se deben hacer concesiones, lo que puede decepcionar a muchos votantes. Entonces, en esta etapa inicial, efectivamente no hay un liderazgo porque no termina de quedar clara la línea de hacia dónde quieren ir, más allá de esta oposición fundamental. Aunque, desde mi punto de vista, tampoco le hace falta tener un Le Pen o Trump porque ha funcionado muy bien así. Justamente cuando empezó a aparecer un liderazgo de tipo caudillesco le cortaron la cabeza.
AfD, a sólo cuatro años de su nacimiento, tiene un peso específico propio. La marca ya ha logrado ubicarse en el espectro político como defensora de determinadas cuestiones como la identidad nacional porque ellos fueron capaces de definirla.
En cuanto a las lecciones que deberían tomar los partidos tradicionales: 1) deben perder el miedo a meterse con temas incómodos, como la propia definición de identidad alemana; 2) tienen que entender que el comportamiento político-electoral obedece mucho más a las emociones que a la razón, lección que, sobre todo, debe aprender la socialdemocracia. No van a obtener votos haciendo un listado de todas las cosas que proponen, de hecho no los obtuvieron. Sus propuestas tienen los niveles de apoyo más altos: la gente quería jubilarse con 63 años y ellos lo hicieron, la gente quería salario mínimo y ellos lo establecieron, la gente quería que los niños vayan a la guardería y que sea barata o gratuita para que la mujer pueda ir a trabajar y lo hicieron. Y aún así, sacaron entre el 23 y 25% hace cuatro años y ahora el 20%. El discurso que apela a lo racional es insostenible. 3) A partir del ascenso de AfD, se está hablando mucho de que la CDU tiene que cerrar la fuga a la derecha, corriéndose más hacia ese lado, lo que da la sensación de que quieren salir del pozo cavando: van a hablar más de los temas de AfD pensando que así los van a votar más. Es un razonamiento tan reduccionista, simplista y lineal que da miedo. Lo que deberían hacer es responder a una agenda de temas propia, intentar empezar a reinstalar los frames que a ellos les sirven, sin entrar al discurso ultranacionalista ni a la xenofobia porque ahí estarían alimentando a esta visión. 4) Por último, que ni se les ocurra hacer un cordón sanitario, como se hizo en Francia, de armar algún tipo de castigo en el Parlamento, como darles la espalda a los parlamentarios de AfD o retirarse de la cámara cuando ellos hablen porque eso lo unció que haría sería fortalecer la estrategia de victimización y darles otra vez centralidad política. También deberían evitar calificar al votante de AfD de tonto o neonazi porque le daría más fuerza a AfD.