sábado 21 de diciembre de 2024
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Para tener buenos docentes necesitamos gestiones políticas audaces

“La calidad de un sistema educativo no puede ser mejor que la de su profesorado”. Esta frase de Michael Barber pone de manifiesto el papel clave de los maestros en la educación. Barber, asesor en su momento de Tony Blair escribió esta frase en el denominado Informe McKinsey, que analiza las claves del éxito de los países líderes en el proyecto PISA. Según el informe de las tres variables que tienen en común sistemas tan dispares como Finlandia, Hong Kong, Corea del Sur y Canadá, dos hacen referencias a los maestros: “[Los sistemas educativos con mayor éxito] son los que consiguen que los mejores alumnos estudien para ser profesores y los que proporcionan a éstos las mayores oportunidades de desarrollo profesional”. El resultado de este informe no supone una sorpresa, sino que viene a confirmar una evidencia que la investigación educativa ha confirmado reiteradamente.

Lo cierto es que, a partir de estas conclusiones, podríamos empezar a esbozar un núcleo de políticas y acciones que ayudarán a obtener mejoras en un sector en el que parece todavía no hemos logrado ponernos del todo de acuerdo.

La mayoría parece coincidir en que necesitamos convertir a la docencia en una de las profesiones de mayor reconocimiento en nuestra sociedad y que eso debe tener un correlato en lo remunerativo. Los docentes son los expertos en su tema y necesitamos que ellos se consagren, con absoluta responsabilidad, sólo a esa tarea y que por esa tarea obtengan un beneficio económico acorde.

Las clásicas salidas “economicistas” que venimos implementando sin resultados positivos en los últimos 25 años parecen no haber dado resultados. No será sólo con más dinero que lograremos los mejores docentes, tampoco mejorar su reconocimiento. Seguir por el camino del ajuste salarial anual por inflación en paritarias o incorporar mecanismos tales como los premio por presentismo no alcanzan para solucionar los problemas estructurales de nuestro sistema. Ya hemos probado varias veces con lo mismo y los sistemas educativos provinciales donde se han implementado no parece que nos haya ido mucho mejor que en los que no se implementaron. ¿Por qué deberíamos hacer lo mismo aunque nos perjuremos que lo haremos mejor? Habrá, entonces que probar con otras alternativas hasta ahora no ensayadas. El debate educativo en este sentido no tiene un horizonte muy amplio. En el mundo se ha probado con casi todo. A iguales políticas en algunos lados funcionó y en otros fracasó. De cada experiencia hay una enseñanza. No hace falta inventar muchas cosas. Sólo habría que probar lo que todavía no se probó. Y si queremos buscar modelos exitosos en otras partes del mundo nos encontraremos que mucho de lo que parece innovador aquí ha sido dejado de lado por inadecuado en otros. Sí, es completamente cierto que el desafío no es estrictamente salarial. Si comparamos los salarios docentes de aquellos países con mayores éxitos educativos nos encontraremos que no son más altos, en comparación, con otras profesiones, ni tampoco países más o menos desarrollados. Un buen ejemplo es Finlandia. Se coincide que este país ha logrado cierta notoriedad por sus logros pero, a la hora de comparar salarios docentes, un maestro primario cobra igual que en EE.UU. y 25% menos que en España (datos de la OECD). Tampoco es la actividad mejor rentada de Finlandia aunque sí está entre las primeras. El atractivo, más allá de lo salarial, tiene que ver con otras variables en particular con las condiciones de trabajo y las expectativas de una carrera profesional. Un ejemplo, podría ser entonces incorporar en forma urgente otros incentivos que hagan que la profesión y la carrera docente sea buscada por las nuevas generaciones.

Un trabajo de 30 horas/reloj semanales en una sola escuela, sólo dos tercios frente alumnos y las demás horas ocupadas en proyectos institucionales colaborativos, en su propia formación y capacitación y en la atención a padres, está comprobado empíricamente que redunda sobre la mejora de la calidad de los profesionales pero fundamentalmente sobre los aprendizajes de los alumnos. Ir definitivamente hacia un modelo de profesor por cargo ayudará a mejorar las condiciones de trabajo pero también el tiempo efectivo de los docentes con sus alumnos. Hay provincias en Argentina que ya tienen norma para el caso particular. Lo único que habría que hacer, por lo menos en esas jurisdicciones, es mejorar la actual deficiente implementación y la velocidad en ese cambio. En esto no hay responsabilidad de los docentes, sí de las administraciones políticas que no ponen todo el énfasis necesario para acelerar los cambios muchas veces por falta de conocimiento, otras por negociaciones con sectores más retardatarios del sistema que promueven el estatus quo. Así y sin sobrecargas administrativas o burocráticas es imprescindible que estén abocados a las tareas específicas de enseñanza y que todo lo demás esté en manos de otro personal. Los equipos de trabajo colaborativos deben conformase con diversos perfiles que se orienten a “liberar” a los docentes para que su única tarea sea enseñar en ambientes escolares sanos, con aulas espaciosas, un número racional de alumnos y equipadas con diversos recursos educativos que no sean considerados como “la varita mágica del cambio”, tal como ocurre hoy con las nuevas tecnologías y la conectividad a través de Internet. El “centro del cambio”, no sólo en el discurso sino también en el espacio real allí en la escuela, debe ser el docente y no las herramientas que éste o los alumnos utilicen.

Siguiendo en este rumbo, debemos incorporar a la carrera docente una nueva dimensión. A la tradicional “pirámide escalafonaria” hay que agregar una carrera “horizontal” para que los docentes no busquen mejorar salario o reconocimiento dentro del sistema sólo por ascensos en el escalafón. Para esto debemos pensar en la incorporación de otros incentivos tanto económicos como simbólicos que promuevan que los mejores docentes se queden mucho más tiempo enseñando en las aulas, frente a sus alumnos. Tenemos que terminar con la “paradoja” de que los mejores docentes sean “eyectados” de las aulas por necesidad o aburrimiento. Necesitamos que los mejores formados permanezcan ahí donde más los necesitamos, enseñando a los que buscan aprender. En paralelo, hay que crear una carrera docente en gestión educativa que se diferencie claramente de la de enseñar, que contenga a esta última sin dudas, pero que pueda ser elegida por aquellos que decidan formarse para eso. Los docentes eligen enseñar y para eso se preparan toda su carrera de grado. Si alguno quiere gestionar debe poder hacerlo y tras una formación en posgrado que lo habilite acceder a la posibilidad de ocupar esas funciones dentro de una institución. Entonces, ni docentes que gestionen sin formación en gestión, posterior a su título de grado y experiencia laboral, ni docentes que busquen como salida para mejorar sus ingresos un ascenso en el escalafón debería ser uno de nuestros principales objetivos. Ampliar la oferta dentro del propio sistema para que el docente pueda elegir su propia carrera, con reglas claras para acceder a cada una de ellas debe ser parte de una nueva propuesta institucional. Para eso la creación de programas de incentivos tales como becas y créditos para la capacitación de posgrado, licencias especiales para aquellos que se aboquen a la investigación educativa cuyos resultados puedan aplicarse en las mismas escuelas donde trabajan, reconocimientos por ideas innovadoras, por compromiso social, por responsabilidad, pueden ser todos elementos, hoy inexistentes en nuestro modelo escolar, que ayuden en la transformación.

En síntesis, unas pocas líneas sobre posibles programas docentes que busquen mejorar tanto los entornos como las propias condiciones, pero siempre centrados en el maestro. Si le sumamos a todo esto la imperiosa necesidad de repensar el modo de reclutamiento y formación de los futuros docentes y una mayor autonomía institucional de las escuelas para tomar decisiones sobre la gestión económica, administrativa, de recursos humanos y curricular de cada establecimiento (ambos temas serán tratados en próximos artículos), el nivel de estrés laboral bajará y subirá el nivel de satisfacción por la tarea que se realiza, por la tarea de enseñar. Necesitamos profesionales con compromiso por la excelencia. Necesitamos profesionales felices y orgullosos de su sistema educativo. Si hay audacia de las gestiones educativas estos trazos gruesos de política no deberían ser un imposible… Audacia…

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Veinte Manzanas

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