lunes 30 de diciembre de 2024
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Arde la democracia II

A la luz del golpe de estado en Bolivia, las revueltas en Chile, Ecuador, a la que luego se le sumó Colombia, escribí hace dos semanas “Arde la democracia”. Una serie de estudios recientes registra que esa deflagración es parte de un incendio mayor que recorre el mundo y que ha colocado a la democracia liberal en crisis como modelo deseable, con alcance universal.

Uno de esos trabajos –que recopila datos desde 1975- es el publicado por IDEA Internacional, titulado “El Estado Global de la Democracia, Abordar los males, revivir la promesa”, en los que evidencia –al igual que lo había hecho Latinobarómetro en su informe anual– el importante deterioro de la calidad de la democracia, en los últimos diez años, pese a que ese régimen se encuentra más extendido que nunca antes en la historia de la humanidad.

Las democracias liberales –aquellas que conviven con las reglas del capitalismo- retroceden en la consideración general porque no han cumplido con las expectativas de la ciudadanía y están siendo carcomidas desde el mismo ámbito de libertad que propician. Por primera vez desde el inicio de la llamada tercera ola de democratización, que comprende aquellas transiciones a partir de 1975 (como son los casos de España y de gran parte de Latinoamérica), la calidad de la democracia ha comenzado a erosionarse como nunca en los últimos 40 años.

Si la libertad que pregona la democracia, aparentemente, atenta contra sí misma, no es extraño que haya comenzado a restringirse. Tanto en Europa como en Latinoamérica, las libertades civiles están amenazadas. La llegada al Gobierno de partidos nacionalistas y de extrema derecha, como por ejemplo en Hungría o Polonia, Brasil, Bolivia o Perú –donde el Poder Legislativo ha sido cerrado- ha aumentado las restricciones a organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil. Al mismo tiempo, diferentes intentos de regulación del debate público para luchar contra los delitos de odio y los discursos incendiarios han sido aprovechados por diversos gobiernos como una excusa para coartar las libertades cívicas. Según IDEA, hoy, sólo un 22% de los países democráticos mantienen altos niveles en esas áreas críticas.

Por otro lado, el sociólogo Ezequiel Ipar, Director del GECID (Grupo de Estudios Críticos Sobre Ideologías y Democracia, UBA-Conicet), en “Cultura democrática: ¿en recesión?” analiza la cultura democrática tras el crecimiento de estas tendencias autoritarias a nivel regional y mundial, apoyado en investigaciones de campo. “Cuando queremos ver qué está pasando con la cultura democrática en este tiempo, en definitiva, tenemos que preguntarnos qué está pasando con la libertad y la solidaridad en nuestras sociedades”, afirma.

Las investigaciones realizadas por el GECID muestran para Brasil y Bolivia una fuerte tendencia a apoyar gobiernos autoritarios, antes del golpe de Estado en Bolivia que confirmó esa aquiescencia que se esparce por toda América, en donde un cuarto de la población admitiría la intervención militar, “dadas ciertas circunstancias” vinculadas, por lo general, a la seguridad.

Los grupos anti-democráticos han crecido y se han concentrado progresivamente en alternativas políticas de derecha, pero el rasgo principal de este proceso lo constituye la creciente influencia que tienen esos grupos dentro de los partidos políticos de derecha –por ejemplo, en la reciente victoria de Luis Lacalle Pou, por el Partido Nacional, en Uruguay– y que se expresa inmediatamente como un debilitamiento de la tolerancia y la solidaridad que están en la base de la cultura política democrática.

Esa falta de solidaridad es reemplazada por un sentimiento de odio hacia lo diferente. Así, se despliegan varios colectivos a odiar: los inmigrantes, los pobres (asistidos), otros grupos étnicos, otras nacionalidades, miembros de colectivos LGTB y las mujeres. Todos estos grupos o individuos se transforman en objetos de disposiciones crueles a través de racionalizaciones más o menos elaboradas: “vienen de otro lado”, “no son como nosotros”, “pretenden cambiar nuestra forma de vida”, son “el cáncer de la sociedad”, nuevas variantes de los “subversivos” que fueran el objeto de odio de la última dictadura militar en nuestro país.

El panorama es sombrío, pero la democracia no está derrotada ni agotada como modelo. Tal vez esté bajo revisión la democracia liberal como modelo que no abarca la complejidad de la sociedad moderna y que tiene muchas contradicciones en su difícil maridaje con el capitalismo sin frenos que es, sin duda, su principal escollo.

De las entrañas de la democracia –a secas- también surge la fuerza para poder reinstalar una cultura opuesta a esta derechización basada en el miedo y funcional a un sistema de  dominación no democrático.

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