sábado 21 de diciembre de 2024
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Los presidentes argentinos “rosquean” y hacen operaciones políticas desde 1860

En las primeras elecciones presidenciales, hace más de 150 años, ya había internas políticas, traiciones y juegos de poder. Ahora forman parte de la historia o tienen nombre de calle, pero antes de convertirse en héroes o villanos nacionales, los candidatos a presidentes tejieron negociaciones y cerraron las alianzas electorales para llegar al Sillón de Rivadavia , puesto que todavía no estaba la Casa Rosada que se terminó de construir en 1873.

Derqui vs. Del Carril

El primer recambio presidencial en nuestra historia tuvo lugar durante un período de división concreta. Entre 1854 y 1860, Justo José de Urquiza fue presidente de la Confederación Argentina, mientras que Buenos Aires conformó un Estado independiente. Durante años, el entrerriano Urquiza intentó someter a la provincia rebelde. Y hasta contó con apoyo diplomático, pero todo fue inútil.

William Dougal Christie, enviado británico, buscó acercar a ambas facciones. Su labor fue constantemente saboteada por Santiago Derqui y Salvador María del Carril. Ambos trabajaban a la par de Urquiza y de­seaban sucederlo en el poder. Poner fin al conflicto sumaría competidores, posibles candidatos.

Harto, en marzo de 1858, Christie “tiró la toalla” y comu­nicó su decisión al Gobierno inglés: “Su Señoría (…) me hice cargo de mis deberes con la disposición favorable que el gobierno de Su Majestad tiene hacia el sistema de Urquiza. Dos años de experiencia me han completamente convencido que los dos lados han cometido más o menos las mismas faltas, y que el gobierno de Paraná no puede pretender intrínsecamente un mayor respeto y más favores que el de Buenos Aires. En ambos lados es la misma raza: servil y aduladora cuando tienen algo que ganar, y altanera cuando lo ha ganado (…) a la que se puede manejar sólo por la vanidad, la esperanza y el temor”.

En este marco sucedió la primera “campaña pre­sidencial” argentina. Santiago Derqui era moreno, alto y de paso lento. Cierta contorsión en la boca le otorgó un aspecto ex­traño, comentado entonces por muchos. Afecto tanto al mate como al cigarro, podía pasar días enteros en cama rodeado de libros y recibiendo allí mismo a las visitas. Desde las sombras, el sanjuanino del Carril lo observó siempre con desprecio.

Lucio V. Mansilla describió al cuyano Del Carril como un hombre de “estudiada sencillez”, con manos “pulcras, cuidadas las uñas color rosa, ni cortas ni largas, lo mismo que las de una dama de calidad”. Manos que daban “frío al tocarlas, un frío que venía muy de adentro”; sus labios “algo gruesos, casi siempre un poco apretados, como para que no se escaparan sus secretos…”.

Urquiza lo apreciaba, pero no bastó. La presidencia quedó en manos de Derqui.

Sarmiento jugó con Avellaneda

Años más tarde, con un país unificado, se produjo el segundo recambio presidencial. Esta vez, el sanjuanino en disputa ganó. A fines de 1867, el nombre de Domingo Faustino Sarmiento comenzó a sonar como sucesor de Bartolomé Mitre. Don Bartolo no se mostró a favor de nadie, pero se pronunció en contra de las aspiraciones de Valentín Alsina, de Juan Bautista Alberdi y de Urquiza.

 

“Nadie puede creer que yo falte a mis deberes —expresó Mitre—, ni traicione mis principios, ni conspire contra la vida de mi partido, usurpando derechos ajenos al asumir el papel de fabricante de candidatos de mala ley para sucederme en el gobierno (…) poner al servicio de una candidatura la influencia del poder público, y esto es más que escándalo: es un atentado”.

Aun así, todos sabían que prefería a su can­ciller: Rufino de Elizalde. Parecía que don Domingo quedaría fuera. No tenía partido y se encontraba en Estados Unidos. Lucio V. Mansilla dio giro a esta historia y lo propuso. Contó así con el apoyo del Ejército. Adolfo Alsina se unió, aportó su nutrida militancia porteña y a cambió recibió la vicepresidencia. Contra los deseos de Mitre, el 12 de octubre de 1869 un maestro se volvió presidente.

Durante las siguientes elecciones, mientras Buenos Aires danzaba en torno a Adolfo Alsina y Bartolomé Mitre, la candidatura de Nicolás Avellaneda no se tomaba muy en serio. El periódico El Nacional —alsinista— se mofaba de él utilizando siempre diminutivos, haciendo eco de una broma bastante generalizada sobre su estatura. Lo llamaban “chingo­lo” o “taquito”: porque el tucumano Avellaneda agregaba tacos a su calzado para verse más alto.

A Sarmiento no le importó favorecerlo abiertamente. Tras unas legislativas, Alsina entendió que no tenía los votos sufi­cientes para imponerse. Nuevamente resignado, sumó sus fuerzas a las de Avellaneda asegurando otra victoria ajena.

Publicado en Infobae el 30 de junio de 2019.

Link https://www.infobae.com/noticias/2019/06/30/los-presidentes-argentinos-rosquean-y-hacen-operaciones-politicas-desde-1860/

 

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