sábado 21 de diciembre de 2024
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El miedo de Diosdado, el futuro de Guaidó

Diosdado Cabello no tuitea una palabra sin agregar el hashtag #JuanitoAlimañaTeEngaña. Juanito es Juan Guaidó, el joven diputado opositor del chavismo que desde el 11 de enero se autoproclamó presidente interino de Venezuela y tiene la difícil tarea de sacar a Maduro más pronto que tarde pero no lo logra.

Diosdado es la segunda cabeza del monstruo bicéfalo del chavismo atribulado y matonea a Guaidó, pero Guaidó no se somete. Diosdado y Maduro viven dentro de sendas unidades militares. Guaidó en cambio es libre. Se mueve por todo el país. Las armas no le conceden la libertad a los jefes de la dictadura, pero sí el poder.

Diosdado Cabello desafío dos veces a Juan Guaidó: “Si eres presidente libera a Leopoldo”. Con esa voz de militarote parecía seguro del collar del SEBIN que él había ajustado en torno de la casa de Leopoldo López. Guaidó sorprendió al mundo el 30 de abril. Apareció de madrugada con Leopoldo López, y Diosdado cayó en la cuenta de que ya no podría confiar en nadie. Antes, cuando Guaidó salió de Venezuela para esparcir la estela de su figura por Latinoamérica, Diosdado lo había amenazado: “Lo vamos a apresar en Maiquetía. Lo estaremos esperando”. Guaidó atravesó migraciones y no lo detuvo nadie.

Juan Guaidó nació en 1983, 20 años después que Diosdado, en la ciudad de La Guaira, Vargas. Vivió la tragedia de Vargas en 1999, una de las mayores catástrofes naturales del país con inundaciones, derrumbes y corrimientos de tierra con decenas de miles de muertos. Diosdado Cabello nació en El Furrial, estado de Monagas en una familia de clase media. Ingresó a la Academia Militar y allí conoció a Hugo Chávez.

“Juan Guaidó me pidió una reunión a mí”, contó Cabello en su programa estruendoso y patéticamente autoritario. Era mentira. Diosdado miente y advierte, pero nunca dice la verdad. Lo prueba su historia. “Con el mazo dando”, se llama el programa, y Diosdado amenaza y amenaza, y cuando puede cumple con las amenazas. Al día siguiente de la liberación de Leopoldo López, por parte de algunos policías del SEBIN, atronó desconcertado por la traición de los sangrientos cómplices del tan temible Servicio Secreto Bolivariano. “Vas a llevar Leopoldo”, gritoneaba Diosdado entre las risotadas de su tribuna. “Va a llevar” significa llevar la penitencia, llevar la paliza. El “para que tenga y guarde” venezolano. Es muy impresionante observar a Diosdado como lanza sus advertencias. Se le inyectan los ojos. Expresa la suficiencia del torturador.

Diosdado fue un capitán de mala muerte, hasta que se acercó a Chávez y comenzó a escalar en el PSUV. El propio Comandante Eterno, el mismísimo Chávez lo acusó una vez públicamente y ante cámaras de corrupto. Pero Cabello logró continuar con su carrera. Chávez no castigaba la corrupción sino una eventual deslealtad en el manejo de los sucios dineros bolivarianos. Diosdado continuó empinado en la cúspide las jerarquías revolucionarias. Cuando murió el líder, se dividieron el gobierno con Maduro. Cimentaron un blindaje basado en las armas. Ampliaron la atroz idea de liberar presos comunes, de dotarlos de armas y de motos, para configurar los colectivos, esos grupos de asesinos empleados de la Revolución. Multiplicaron su número, y su impacto agresor sobre el pleno de la sociedad atemorizada. Afianzaron los vínculos con fuerzas narcoterroristas de Colombia liberándoles territorio en Venezuela: el ELN y las FARC tienen piedra libre en tierra bolivariana y manejan el tránsito de drogas desde Maracaibo hasta Europa. Sostienen al dictador a punta de fusil y de caos. Y aplicaron sobre las propias Fuerzas Armadas un régimen basado en el chantaje: cualquiera acusado de traición sufrirá las consecuencias de la tortura, y aún peor, la sufrirían también sus familiares.

Guaidó no tiene armas. Fue un dirigente estudiantil renombrado pero ignoto. Su carrera política comenzó el año 2007 durante las protestas realizadas por la finalización de la concesión de RCTV, el canal televisivo más antiguo de Venezuela. En 2009, fundó junto a Leopoldo López el partido de centro Voluntad Popular. En 2010 fue electo diputado y a fin del del 2018 llegó a la Asamblea Nacional elegida con una abrumadora mayoría electoral. Le tocó ser el presidente según el sistema de rotación ideado para tutelarla, y surgió la idea de nombrarlo presidente encargado, el legítimo y constitucional presidente de Venezuela. Delgado, ágil, con un tono de voz que recuerda al de Chávez, aunque sin esos énfasis milicianos, supo ganarse la esperanza que le depositaron millones. Es un emergente del inmenso movimiento estudiantil venezolano, esa rebelión no violenta contra el régimen, heroica y castigada por las represiones sistemáticas, los apresamientos arbitrarios, las torturas, y las desapariciones.

Guaidó es ingeniero y se sube a las tarimas de un solo salto, o habla desde los techos de los autos. Se lo ve tranquilo entre las hordas de los colectivos que lo rodean como buitres. Estudió en la Universidad Católica y tiene dos posgrados. Tiene el apoyo de cincuenta países que lo reconocen formalmente como el presidente encargado de Venezuela. Pero no consigue acceder al palacio de Miraflores, donde todavía reinan los tiranos. Diosdado lo detesta y lo quiere preso. Pero no se anima a apresarlo. Diosdado Cabello es el que tiene miedo. Y Juan Guaidó es el que tiene futuro.

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