En Mayo de 1810, la Revolución fue un primer gran paso hacia la libertad, pero se necesitaba un tiempo más. Parecía que 1813 iba a ser el año de la independencia. La Asamblea -donde estaban puestas todas las expectativas independentistas- se inauguró el 31 de enero; tres días más tarde San Martín venció a los españoles en la mítica batalla de San Lorenzo y un par de semanas después Belgrano obtuvo una gran victoria de Salta. Pero, a diferencia de lo que muchos piensan, la Asamblea del Año XIII no cumplió sus objetivos.
El historiador Vicente Sierra demostró, hace décadas, que se trata de un organismo sobrevalorado por nuestros manuales de Historia. Sus fines primordiales eran declarar la independencia y dictar la Constitución, pero -atravesada por facciones en ebullición- no lo hizo.
Por otra parte, en febrero, el histórico organismo declaró libres a los hijos de esclavos nacidos en nuestro territorio a partir de cierta fecha. La resolución es conocida con el nombre de “libertad de vientres” y poco después fue ampliada: todo esclavo que ingresara a nuestro territorio sería libre inmediatamente.
Pero es un error decir que la esclavitud fue abolida, como generalmente se hace. Se centró solo la introducción de esclavos. Incluso ni siquiera partió de la Asamblea. Esta disposición fue decretada un par de años antes en España y aplicaba a todos los dominios de la Corona. Tampoco podemos decir que fue la primera en incorporar esta legislación: el Primer Triunvirato le ganó de mano en mayo de 1812.
La Asamblea no hizo sino sancionar algo que ya existía, agregando la libertad de vientres a fin de extinguir sucesivamente la esclavitud “sin ofender el derecho de propiedad”, como entonces se dijo, de manera que la compraventa de esclavos continuó en el país.
“Al amparo de la ley que declaraba libre a todo esclavo que pisara el territorio -señala Sierra-, se inició la huida hacia las Provincias del Río de la Plata, de muchos del Brasil; el gabinete de Río de Janeiro se sintió lesionado (… ) hasta considerar que la liberación de los esclavos huidos de su jurisdicción constituía un acto de hostilidad. La economía brasileña se apoyaba en la esclavitud, de manera que Brasil reclamó por intermedio de Lord Strangford, y el Superior Gobierno Ejecutivo accedió al reclamo, suspendiendo la vigencia de la ley cuestionada, la que fue abolida por la Asamblea el 21 de enero de 1814”.
La esclavitud recién acabó en 1853 al sancionarse nuestra Constitución. Hasta entonces, cualquier intento por abolirla o eliminarla paulatinamente quedó sólo en los papeles. Podemos corroborarlo a través de la prensa -donde abundan los avisos de recompensas por esclavos prófugos o se ofrecen como mercaderías-, también de los contratos de compraventa y de los testamentos. Por ejemplo, el caudillo santiagueño Felipe Ibarra, extinto en 1851, declaró a un par de esclavos entre sus “bienes”.
Aunque no cumplió sus objetivos, la Asamblea dio claras señales a la población de que estábamos en un proceso independentista: adoptó el Escudo Nacional, el Himno y creó la primera moneda con la leyenda “Provincias Unidas del Río de la Plata”. Posiblemente estas medidas, tan simbólicas desde lo patriótico, la colocaron en el pedestal de hitos.
Sin duda, esta construcción imaginaria constituye un fuerte antecedente en la tendencia argentina de valorar a las administraciones desde lo superficial, mientras lo importante sigue durmiendo en las lúgubres profundidades de nuestras inmensas carencias.
Publicado en Los Andes el 26 de enero de 2019.
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