jueves 18 de abril de 2024
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Eppur si muove

Días atrás recibí en un grupo de Whatsaap de colegas de la Universidad un posteo escrito por el historiador Federico Lorenz, originalmente publicado en su muro de Facebook y luego replicado de diversas formas entre ellas la que finalmente llegó a mis manos. A través de ese mensaje se formula una indignada respuesta frente a algunos de mis dichos en una entrevista realizada pocos días antes en el programa + Info del Canal La Nación +.

En el escrito titulado “Los peligros de generalizar”, Lorenz se dedica a… generalizar sobre mis supuestas intenciones para responder a algunas de las cuestiones que se abordaron en el programa. La estrategia utilizada, como sucede en estos casos, es la argumentación ad hominem, escenificando  indignación sin responder con argumentos ni referencias concretas más que apelar a las oscuras  intenciones de quien se critica. Esto se observa desde el título mismo del texto, aplicando la calificación de “peligrosas” a ideas y opiniones por el solo hecho de no coincidir con ellas.

Creo que dar una respuesta pública es necesario porque la mencionada replica es parte de un modus operandi que se ha extendido en el mundo académico y que utiliza la reprimenda y la exposición pública contra quienes tratan de pensar críticamente supuestos sacralizados sobre el pasado reciente. Se busca de esta manera provocar autocensura, silencio y, en definitiva, la aceptación dócil de una voz hegemónica. En este sentido se puede entender mejor la utilización de la primera persona del plural (que Lorenz usa desde el inicio de su escrito), aunque no quede del todo claro en representación de quién lo hace.

Quien haya visto la entrevista completa (todavía puede hacerse aquí) observará que se trató de un típico programa de interés general, donde la periodista (Luciana Vazquez) pregunta, repregunta y cambia de temas, mientras que el entrevistado intenta responder en esa misma dinámica. A pesar de las limitaciones y las diferencias que un programa periodístico propone en relación a los intercambios académicos, resultará notorio  que en todo momento traté de eludir las generalizaciones, sugerí matices y que sólo hice menciones personalizadas para señalar ejemplos de lo que considero trabajos académicos de calidad.

El punto de la disputa es la formulación durante la entrevista de algunas hipótesis y argumentos que no se escuchan a menudo, menos en exponentes del mundo académico universitario, y que por ello podrían considerarse provocadores. Pero eso se debe, tal vez, a la falta de debates políticos e historiográficos sobre algunos temas más que a la originalidad de mis planteos. De hecho, algunas de esas hipótesis y argumentos formaron parte  del estudio introductorio de un libro colectivo que coordinamos con el historiador Guillermo Mira en el año 2015 titulado “Extendiendo los límites. Nuevas agendas en historia reciente” publicado por la editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA) y que fuera seleccionado para ser editado también en España por la editorial de la Universidad de Salamanca, un año después.

A pesar de eso, Lorenz también se pregunta por mis aportes en el campo como prerrequisito para ser parte de este debate. No soy yo quien debe evaluar si poseo los méritos suficientes o no, pero es el mismo Lorenz quien retoma mis palabras y les otorga un peso tal como para responderlas públicamente, al mismo tiempo que calificarlas como funcionales y capaces de legitimar el “avance general de las derechas en la región”.     

En este tipo de reflexiones parto de la idea de que es necesario preguntarse y hasta cuestionar aquellos conceptos y discursos consolidados y de uso frecuente. Aún más cuando son promovidos o incluso enunciados desde el Estado y sus agencias, con la complejidad teórica que eso le agrega. Para afrontar este desafío se requiere un abordaje crítico que forma parte fundante de la producción del conocimiento científico. Lo llamativo en las palabras de Lorenz es justamente la renuncia a ese tipo de acción intelectual: al aceptar aspectos incuestionables, cuasi sagrados, se opone al pensamiento científico y opta por actuar como un inquisidor cuyo deber es custodiar “la” verdad. Por ello también apela al uso simultáneo de impugnaciones políticas, personales, académicas e ideológicas, sin definirse nunca en cuál de esas posiciones se ubica como interlocutor y usando unas para responder otras. 

Es sintomático que para un académico de su talla resulte más fácil preguntarse por los méritos o las intenciones políticas de quien plantea hipótesis y argumentos solo porque no los comparte, antes que realizar el trabajo intelectual de problematizarlos. Pero Lorenz realmente no quiere discutir conmigo ni con mis ideas. Él solo busca, “denunciarme” frente a un colectivo que posiblemente no vio el programa y que sólo tiene acceso a su contenido en la descripción que él realiza sesgadamente.

En ese juego de celoso custodio de la verdad compartida, criticarme significa también resaltar su propia figura. En el contexto de la polarización social que nos rodea, con la exacerbación que le agrega el año electoral en ciernes y con la deseada posibilidad de muchos sectores de las Ciencias Sociales de terminar con el experimento de Cambiemos, Lorenz sobreactúa su celo censor para desviar la atención sobre el hecho de que él mismo fue funcionario (y por ello funcional) al gobierno de Macri (la “derecha…” según sus propios términos). A diferencia de otros cientistas sociales que dejaron sus cargos, Lorenz fue parte del equipo que ingresó a la gestión en 2015, ingreso que, por otra parte, apoyé públicamente porque consideré un buen aporte al gobierno que entonces se iniciaba.

Si quienes estamos formados y entrenados para debatir ideas, nos dedicamos, en cambio, a exponer colegas desde una supuesta superioridad moral en pos de un marketing personal o en defensa de una verdad inmutable y cerrada, finalmente pierde la disciplina, la producción académica y, a la larga, también la sociedad. Debatamos ideas sin preconceptos, salgamos a discutirlas dentro y fuera de la academia y apostemos por un mejor debate público.

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