jueves 26 de diciembre de 2024
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Sábat: “Macri es muy difícil de dibujar, lo cual me hace pensar que él es difícil también”

Para llegar donde trabaja Hermenegildo Sábat hay que atravesar un puente hecho de tiempo.  El siglo XXI, que se tiene a sí mismo como el más peligroso de la historia, te recibe en la puerta pidiéndote documentos y referencias. Hay miradas controladoras y el reloj se detiene en una suerte de “no tiempo” en el que la posibilidad de entrar o no parece depender de una decisión lejana y en cierto modo desconocida.
Franqueada la entrada, está el ascensor de acero reluciente y espejado. Ya en el segundo piso hay que surcar unos cincuenta metros colmados de personas, computadoras, escritorios, papeles y pasillos enredados. Hay mucha luz, mucho vidrio y un desorden estructurado por el apuro y la inmediatez.
Al fondo, al final de todo, trabaja Sábat. Es un cuarto mínimo. Tan mínimo que para hacer entrar tres sillas comunes hay que jugar un ajedrez digno de un gran maestro. En la oficina no hay computadora, pero abundan papelitos con frases literales y fotos de personas conocidas. Hay libros, ficheros y fotos antiguas. Las frases colgadas, muchas veces, tienen sus faltas de ortografía originales, un slang barrial mezcla de éxito y originalidad. Las citas están escritas a mano en papelitos pegados a la pared, en los muebles y en una pequeña biblioteca repleta de libros en varios idiomas. No hay un orden, todo está allí para ser leído y para ser visto. Todo puede terminar, alguna vez, siendo parte de un dibujo o de un libro. De repente aparece una frase hermosa, de autoría controvertible, a la que Sábat le pone una entonación firme y rioplatense. Al lado, sobre la pared de la derecha, hay una que fue lo primero que me llamó la atención cuando entré y que luego encontré rescatada por Gertje Utley en Picasso, los años comunistas. La cita dice “La pintura no figurativa nunca puede ser subversiva”.
No estoy seguro de estar de acuerdo con eso, pero parece una gran puerta de entrada para una charla con Menchi Sábat.
 
Alguna vez me contó que usted pudo haber sido caricaturista del New York Times, o del Washington Post o de Los Ángeles Times.
Lo que sucedió fue que en 1961 fui becado para hacer un viaje de cuatro meses a los Estados Unidos para recorrer varias ciudades, Nueva York, Los Ángeles, Washington. En Nueva York viví dos meses y medio en la casa de un célebre caricaturista de espectáculos del New York Times que se llamaba All Hirschbein. La casa de este tipo era un verdadero museo de personalidades, allí iban Gloria Vanderbilt, Sidney Lumet, Orson Welles, Marlene Dietrich, cuya hija era vecina. Uno de los primeros días de mi estadía en esa casa tocaron el timbre y al abrir la puerta me encontré con  Marlene Dietrich y  casi me caigo de culo. Durante el viaje esta gente siempre me preguntaba si yo me iba a quedar y me hacían diferentes ofrecimientos. Una cosa que yo aprendí allí es que cuando te ofrecen algo es para que vos digas que sí, y sino aceptás te transformás en un tipo negativo y es probable que lo sea. También me pasó en Brasil en donde quiso contratarme el Jornal do Brasil pero yo siempre preferí quedarme acá, he sido consecuente con la ciudad en que nació mi madre.
 
Comentando la entrevista a Manuel Antín que publicamos en Nuevos Papeles, quien confiesa que Welles fue una de sus obsesiones, usted me hizo una revelación respecto del significado de la palabra “rosebud”.
Orson Welles, que curiosamente está enterrado en Málaga, era un tipo muy mentiroso, y en una de las muchas biografías que tiene, escrita por Bárbara Leaming se cuenta de manera muy parca el origen de la palabra “rosebud” que, como es bien sabido, da origen a la narración de la película “El Ciudadano” y que en inglés quiere decir capullo de rosa. La película cuenta la vida de un magnate de los medios de comunicación y está inspirada en el poderoso empresario William Randolph Hearst. En el film la última palabra que el magnate pronuncia al morir es precisamente “rosebud”, y nadie sabe qué quiso decir  hasta el final, en donde se revela que se trataba de la marca de un juguete que de niño tenía el poderoso Ciudadano. Pues bien, según lo que revela esta mujer en el libro, la locura y la obsesión de Orson Welles por acercarse a Hearst para conocerlo y poder retratarlo mejor, hicieron que sedujera a la actriz Marion Davies, quien era la mujer de Hearst y que en la película aparece como una intérprete de tercera categoría. Así Welles se enteró de que Hearst le decía “rosebud” a la vagina de Marion Davies [risas]. Entonces, eso que lo sabían dos personas a partir de ese momento lo supieron tres y después…
 
Y después lo supieron todos…
No, no todo el mundo lo sabe, es que este tipo era un demente y subestimó a Hearst quien obviamente enfureció, tocó la botonera del poder y lo aniquiló y prácticamente Welles no pudo trabajar más en Hollywood. El tipo lo fulminó. Evidentemente Welles era un niño prodigio en serio, a los 10 años ya era una persona adulta, a los 15 dirigía Shakespeare y a los 25 filmó “El Ciudadano”, la película más importante de la historia.  Murió a los 62 años, no era tan grande pero su figura era ya la de un hombre vencido. Hace años en un boliche raro en Nueva York compré una tarjeta postal dirigida por Orson Welles a Leonard Lyons, un periodista de Nueva York, que está firmada por Orson Welles y por Paola Morila, una italiana que fue su esposa y los dos nenitos, es el único recuerdo que tengo de Orson Welles, me doy por satisfecho, no se puede tener todo lo de los demás y no es aconsejable, vamos por todos no es una buena frase [risas].
 
Usted dijo: “en casa no había guita pero había libros”
Sí, así fue. Papá llegó a ser Director General de la Enseñanza Secundaria en el Uruguay, un cargo que necesitaba venia del Senado, hoy hay una callecita en Montevideo con su nombre, Juan Carlos Sábat Pebet, pero papá lo único que tenía era un sueldo de profesor.  Posiblemente porque los libros estaban en casa yo leí algunas cosas como El juego de los abalorios de Hermann Hesse a los 15 años, edad poco aconsejable para tal lectura. Yo soy un producto de la cultura europea mayormente, y acá me retuvo la curiosidad por la observación de los hechos políticos. Hace pocos días murió Jorge Batlle en el Uruguay, un hombre de una cultura extraordinaria, al que le debo mucho porque fue quien me llevó al diario Acción cuando tenía 23 años y en donde hice mis primeras andanzas con el dibujo político.
 
¿Cómo es el proceso de creación?
Yo creo que comienza por una irresponsabilidad absoluta. Si uno se pone a pensar en serio lo que está haciendo, no lo hace. Hay que cultivarse, tener memoria de las cosas que otros han hecho, y especialmente tener memoria de los errores que uno cometió. Tampoco hay que ser un coleccionista de errores. Por ejemplo: ¿Qué es lo que hace que una obra esté terminada? Es una cosa arbitraria, ¿cuál es la última pincelada de un cuadro? Al mismo tiempo creo que le ha hecho mucho mal y le seguirá haciendo mal a la expresión artística, todo eso que se llama mercado, la venta de obras, es fatal para el artista, es someterlo verdaderamente a los deseos de otros.
 
¿Cuáles son los errores que comete Sábat?
No siempre se logra transmitir lo que uno pretende. El margen que va de lo que uno hizo a lo que otros ven es muy difícil de mensurar. Una cosa que a mí me hace bien es observar segundas, terceras y cuartas tomas de una obra musical, escuchar, por ejemplo, “Malena” cantado por otra persona que no sea Fiorentino. Hay un pianista canadiense que murió relativamente joven, Glenn Gould, que era un loco, viajaba siempre con una silla que le había hecho el padre, porque sino era sentado en esa silla él no tocaba. Cuando escucho los conciertos de Beethoven por ese hombre estoy escuchando algo muy diferente al resto. ¿Cómo se mide eso?, Recientemente, por suerte se demostró que un individuo que le ha dado mucho trabajo a psicoanalistas y filósofos, el señor Van Gogh, no estaba loco. ¿Cómo se mide la habilidad de alguien? Hay un individuo que siempre ha sido subestimado en la Argentina que es Florencio Molina Campos, el tipo ése sabía lo que hacía y cuando dibujaba alambrados [Sábat toma un lápiz y dibuja tres líneas de alambres paralelas en el papel que tiene sobre su escritorio], él sabía en cuál de los alambres se apoyaban los pájaros, él no se lo decía a la gente, pero se supo cuando quisieron falsificar su arte, ponían a los pájaros en otro lugar del alambrado. Cuando vino Walt Disney la colonia pictórica en pleno corrió a llevarle sus trabajos a Disney y Disney señaló a Molina Campos y lo contrató y se lo llevó. Y no se equivocó. Y Molina Campos, junto a Cándido López para mi son dos de los más originales artistas argentinos.  También me gusta mucho Prilidiano Pueyrredón que tiene un retrato de Azcuénaga extraordinario.
 
¿Cómo reaccionan los políticos cuando usted los dibuja?
Aclaro que hay cosas que yo me niego a hacer. Me niego a dibujar defectos naturales o aberraciones físicas, digamos que lo más importante de Hitler no era el bigote, o las orejas muy grandes de Martínez de Hoz, eso no era lo peor de Martínez de Hoz. Menem, por ejemplo, a quien yo dibujé durante años pegado a una sillita, nunca dijo ni mú. Menem era un tipo que tenía facciones fáciles de dibujar, en cambio el señor Macri es dificilísimo de dibujar, lo cual me hace pensar que él debe de ser un hombre difícil también [risas]. Hay una cosa que me pasó con Macri que me hizo mucha gracia, cuando él era Jefe de Gobierno de la Ciudad hubo un acto en el teatro Presidente Alvear en donde a una cantidad de personas del arte y de la cultura nos dieron un premio, estaban todos, Mariano Mores, Clorindo Testa, etcétera, etcétera, y cuando me tocó a mí subir al escenario se me acerca Macri y me dice al oído “mi Mamá me dice que me hacés con la nariz muy grande” [risas].
 
¿Hasta dónde es posible separar las ideas propias del trabajo?
Aquí hubo un hombre que se hizo famoso por distintas razones y que tuvo un final trágico que fue el señor Lino Palacio…
 
Quien fue asesinado en su departamento por un sobrino…
Por un nieto junto con otros asaltantes, una cosa espantosa, sin embargo ya ha pasado mucho tiempo y esto se puede decir: un hermano de Lino, llamado Ernesto, era un nazi convicto y Lino Palacio creía que Hitler y Mussolini eran muñecos de un jueguito que había inventado él. Él era también nazi. Lino Palacio fue quien inventó que don Arturo Illia era una tortuga, y Don Arturo Illia que para mí es una gloria nacional, ha quedado reducido a un viejito que leía diarios en la Plaza de Mayo. Y un hijo de él, Lino Palacio (h) fue ministro de Onganía, todas esas cosas no son casuales. Lo que él hacía muy bien eran las tapas de Billiken, eso era maravilloso. Los que eran realmente notables como caricaturistas eran los dibujantes de Caras y Caretas, a ésos no hay con qué darles. En su mayoría eran gallegos, Manuel Mayol, José María Cao, un peruano extraordinario que se llamaba Julio Málaga Grenet y estos tipos hacían observaciones insuperables.
 
Usted dijo en algún momento que era bastante escéptico acerca de la verdadera potencia del dibujo y de la ilustración y en este ejemplo de Arturo Illia parece que el dibujo fue muy potente
Este ejemplo tiene cincuenta años y en esa época la influencia de la prensa escrita era fundamental. Había una revista, Primera Plana, que marcaba la agenda, y con una revista semanal y con dibujitos derrocaron a un presidente constitucional. También quiero aclarar que entre las glorias nacionales que ayudaron a derrocar a Illia estaba el propio señor Jacobo Timerman. El poder es siempre para muy poca gente y el poder en la época de Timerman eran los militares y él puso todas las fichas a mano de los militares y le fue bien hasta cierto punto, hasta que los militares se dieron vuelta.
 
¿Cuál Gobierno fue el que ofreció más facilidades para ser caricaturizado?
La época que yo disfruté más haciendo dibujos fue la de Isabel Martínez de Perón.  Eso era un festival. Los temas que había, los personajes, López Rega, todo era tan absurdo y tan trágico a la vez. De todas maneras siempre disfruté de mi trabajo porque a mí me gustan las difíciles, no las regaladas.
 
¿Y la época con mayor libertad para expresarse?
La época con mayor libertad fue cuando Lanusse era presidente.
 
¿Y cómo lo afecta la repercusión de su trabajo?
Lo que se ha dado esta semana es muy curioso, el repudio de una senadora por un dibujo mío [Sábat hace referenciaa la protesta de senadoras kirchneristas, por la forma en que la retrataba a Cristina Fernández, cuando recibió una distinción en el Senado de la Nación] demuestra muy claramente la falta de argumentos que tienen estos tipos para hablar mal del Gobierno. Si tuvieran argumentos sólidos no se fijarían en un dibujo que hice yo, deberían tener una lista de argumentos, y por supuesto que cumplieron órdenes emitidas por la propia Señora. Usted imagínese que esta gente que venía de Río Gallegos en donde si se sacaba un diario, o algo parecido, se debía de redactar en el boliche frente a la Gobernación, o en la oficina al lado del despacho del Gobernador, y después vienen acá y aparece un tipo que les hace dibujitos, entonces ese tipo es un enemigo. Creo que no me deben querer.
 
¿Fue una elección no usar palabras en los dibujos o fue algo que surgió naturalmente?
Fue una elección, cuando yo entré en La Opinión en 1971 puse eso como condición.
 
¿Está vinculado con la idea de salir ileso, aunque no utilizar palabras no es lo mismo que el silencio, puede interpretarse como un mecanismo de protección?
Es que si yo hubiera utilizado palabras no estaría acá. La gente suele pelearse por palabras y no por ideas, eso es lo terrible.
 
¿Entonces es un recurso estético y político?
Creo que pensar en dibujos y pensar en palabras son cosas que entran en colisión y yo preferí hacer una cosa un poco más rebuscada, si se quiere, que es dibujar lo que deberían decir las palabras.
 
Charles Chaplin, Marcel Marceau y Menchi Sábat [Risas]
Marcel Marceau, que en aquella película muda, el único que decía al final una palabra era él: “no”.
 
Después de ser testigo privilegiado y de habernos interpretado durante casi 50 años ¿qué reflexión le acercaría a la política argentina?
Que no confunda la idea del poder, aquí se ha trastornado, empobrecido y corrompido todo. El poder es para resolver los problemas del conjunto de la sociedad, no para acrecentarlos.
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