viernes 22 de noviembre de 2024
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Carlos Sayago: “La función de la religión es una neurosis de la humanidad”

Sayago escribe sobre Sigmund Freud en el libro Freud, escritos políticos en el que analiza el aspecto menos explorado del padre de la psicología: su lado político. Además, indaga en La representación social del nacionalismo en la Argentina, los procesos políticos desde 1930 a 1976 y bajo la mirada de la psicología política.

En este reportaje con Veinte Manzanas Sayago explica cómo la psicología política es una disciplina que permite entender cómo se dieron distintos liderazgos en el fascismo o nazismo, desde una óptica distinta que complementa a las Ciencias Sociales. Es interesante el aporte que le brinda a la Ciencia Política.

Los conceptos de masa, líder y libido son claves para interpretar a Freud. El psicoanalista describe a la masa cuando “se trata del individuo como miembro de un linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto tiempo y para determinado fin”. Entonces, el rol del líder cumple la función de mantener la cohesión social en las masas. En su teoría social plantea que los sujetos de un grupo depositan su libido o energía sexual en el liderazgo.

¿Qué es la psicología política?

Suele decirse que la psicología política es un saber viejo y una ciencia nueva; como saber, instancia pre-paradigmática, nos remite a los siglos XVII y XVIII con los trabajos de los filósofos contractualistas, Locke, Hobbes, Rousseau. Como ciencia su génesis la encontramos en el siglo XX con la figura de sus padres fundadores, Harold Laswell y Morton Deutsch entre otros notables. La psicología política estudia la interacción entre procesos psicológicos y estructuras políticas según una lógica bidireccional. Rompe con la lógica binaria clásica de las ciencias sociales de relación causa efecto. Expresa un nuevo paradigma, el paradigma de la retroalimentación o feedback, por el que A influencia sobre B, pero al mismo tiempo B influencia sobre A. Es decir, los procesos psicológicos, percepción, memoria, cognición, actitudes inciden sobre las estructuras sociales, pero al mismo tiempo los juegos del poder, la concepción del estado, la ideología hegemónica en un determinado momento, impactan sobre la conformación de la subjetividad de una época.

¿Cómo nace el primer movimiento de masas, el fascismo, según la interpretación de Freud?

Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, hace una verdadera introducción esencial a la concepción del fascismo, ya que nos muestra la visión profética del fundador del psicoanálisis. De pronto las elucubraciones de gabinete del médico dedicado hasta allí a la cura de las bellas muchachas de la burguesía vienesa, encontrarán su dramatización en la calles de Roma y de Berlín, con ese verdadero escándalo de la Razón que represento el fascismo pues el totalitarismo conmocionará los ejes cartesianos del discurso político; aquella soberanía de un sujeto imperial que calcula y evalúa conscientemente sus actos, resultado de una “subjetividad libre” y decisiones racionales no puede ya explicar lo inexplicable: como en la Italia cuna del renacimiento pudo acceder al poder un histriónico aventurero como Benito Mussolini. Y es precisamente la teoría freudiana la que nos permite descifrar ese sorprendente proceso. Freud descubre en la psicología de las masas una atípica pretensión de legitimidad, legitimidad libidinal, fundada en la creencia, en la ilusión que existe Alguien –jefe, líder, duce, caudillo, führer, conductor– que ama a todos por igual y es amado por todos. Es un ser inmortal y completo, fantasma del temido padre primitivo y todo poderoso portador del fallo que neutraliza diferencias y sintetiza conflictos, pues como expresa Mussolini: “no creemos en programas dogmáticos nos permitiremos el lujo de ser aristócratas y demócratas, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios, legalistas e ilegalitas”.

¿Por qué elige investiga en su libro el nacionalismo que surge en Argentina?

El nacionalismo no deja de constituir un significante bizarro para un país que en su Constitución Nacional se proclamaba abierto “a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar su suelo”. Su crecimiento se produce bajo el flujo generoso de la inmigración masiva, la creencia iluminista en el progreso indefinido y que a diferencia de los nacionalismos europeos –herederos de civilizaciones milenarias fundadas sobre el misterio de la revelación, la filosofía griega y el derecho romano– no era en el momento de su objetivación sino un verdadero constructo cultural de un país creado ex-nihilo.

En este sentido, el nacionalismo puede proporcionarnos algunas claves para el rastreo de una genealogía de una violencia, que larvada en las primeras décadas del siglo XX, eclosionará a sangre y fuego en los sesenta y setenta. De allí que a partir del abordaje de esa memoria colectiva que se instala con el nacionalismo, podemos detectar esa compleja dinámica de procesos metacognitivos de valor pragmático que no se fundan en cronologías factuales, documentos o archivos sino en episodios construidos y reconstruidos inter-subjetivamente. Un conjunto de actitudes y creencias –xenofobia, antiliberalismo, autoritarismo, culto a lo heroico y la muerte– desde donde se instala un sentido común plebiscitario que fundado en la tríada del movimiento masas, líder y pueblo, que concluirá transformando al adversario en enemigo, la política en guerra convirtiendo la violencia en expresión constituyente del sistema político.

Siguiendo a Loris Zanatta podríamos preguntarnos si “¿habría en la Argentina 30.000 desaparecidos sin esa lectura del catolicismo como esencia del ser nacional que cobró definitivamente cuerpo en la década del 30 y que supo pervivir casi hasta nuestros días?”.

¿Qué función cumple la religión en la cultura dominante?

En Freud no existe el concepto de cultura dominante en sentido iluminista o antropológico sino que la cultura revela un conflicto universal entre las restricciones normativas y exigencias pulsionales, como “querella domestica de la libido” que va más allá de ideologías. De allí que la función de la religión, una neurosis de la humanidad, es instalar la ilusión de un porvenir venturoso que nos hace más soportables las penurias del presente. Pero una ilusión “no es lo mismo que un error, ni es necesariamente un error” según Freud sino un sistema de creencias, la realización de los deseos más antiguos de la humanidad, un derivado de pulsiones coartadas en sus fines que trabaja para la homeostasis social. Le permite a Freud preguntarse si no serán también ilusiones “otros factores de nuestro patrimonio cultural a la que concedemos muy alto valor, si las premisas en las que se fundan nuestras instituciones estatales no habrán de ser calificadas igualmente de ilusiones y si las relaciones entre los sexos, dentro de nuestra civilización, no aparecen también perturbadas por toda una serie de ilusiones eróticas”.

¿Por qué Freud tenía una visión negativa sobre el desarrollo social?

Esta cuestión nos remite al llamado “pesimismo freudiano”, pesimismo que llevo a cierta izquierda freudiana a considerarlo un científico revolucionario y conservador ideológico. La idea iluminista del progreso universal que culminaría en “una sociedad de hombres libres e iguales”, no formaba parte de sus ideas. Precisamente en sus llamados textos sociales, recurriendo a la historia, magister vita (la historia es la maestra de la vida), y a propósito de la Unión soviética, calificara sus premisas como una “vana ilusión psicológica”. Es que ya antes del surgimiento de la propiedad privada la comunidad incluía “elementos de poder desigual entre varones y mujeres, padres e hijos, vencedores y vencidos y amos y esclavos”. El derecho habría sido siempre “violencia bruta y todavía no puede prescindir de ella, las leyes hechas por los dominadores y escasos los derechos conceden a los sometidos”.

Este orden es no es resultado de una sociedad injusta, ni de determinada forma de organización social según lo creía el iluminismo dieciochesco. Deriva del conflicto entre el afán egoísta de los hombres por alcanzar la dicha individual y el deseo altruista de integrarse con la comunidad, un retoño de la oposición entre Eros y Tanatos, una querella domestica de la libido que “desenmascara al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie”.

¿Cómo analiza los nuevos liderazgos en países como Estados Unidos o Rusia?

Recordando al sociólogo británico Anthony Giddens “no hay nada más moderno que leer a los clásicos” recurro a su concepto de crisis orgánica para analizar los nuevos liderazgos.

La peculiar crisis política que se dio en Italia en los años veinte, comienza cuando las colectividades políticas se escinden de los partidos que históricamente las representan y un clivaje entre representantes y representados que hace imperiosa la renovación de los cuadros dirigentes pero que sin embargo no puede llegar a elucidarse claramente. Entonces, se produce un equilibrio catastrófico, empate hegemónico que significa que algo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Así facilita las condiciones para la emergencia de “potencias oscuras representadas por hombres providenciales y carismáticos”.

Curiosa coincidencia entre el pensador marxista y el teórico del inconsciente. Freud se refiere a la teoría de la horda primitiva que describe que: “Los hermanos expulsados se reunieron un día, mataron al padre y devoraron su cadáver, poniendo así un fin a la existencia de la horda paterna. Unidos, emprendieron y llevaron a cabo lo que individualmente les hubiera sido imposible. Puede suponerse que lo que les inspiró el sentimiento de su superioridad fue un progreso de la civilización quizá, el disponer de un arma nueva. Tratándose de salvajes caníbales era natural que devorasen el cadáver. Además, el violento y tiránico padre constituía seguramente el modelo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la asociación fraternal, y al devorarlo se identificaban con él y se apropiaban una parte de su fuerza”.

Por último, ¿por qué Freud afirma que el malestar es una condición inherente a la cultura misma?

El concepto freudiano del malestar en la cultura nace del descubrimiento en el hombre de una agresividad intrínseca como condición inherente a la cultura misma. Plantea que hay un renunciamiento pulsional de los orígenes, el antagonismo entre las exigencias libidinales y las restricciones culturales, que marcan que el primer objeto de deseo tanto para el hombre como la mujer- la madre, esta tachado, prohibido. A partir de este interdicto fundante, el deseo humano apuntará siempre al deseo del Otro, deseo de deseo, en una búsqueda interminable, errando de objeto en objeto en búsqueda de algo irremediablemente perdido, pues el objeto de deseo no existe como tal sino que el motor de la subjetividad es el deseo de objeto. Es precisamente esta carencia fundante la que se liga al otro gran descubrimiento del psicoanálisis: la subversión del sujeto. A la concepción cartesiana del sujeto, cogito ergo sum –pienso luego existo–, la teoría del inconsciente opone el pienso donde no soy y soy donde no pienso, pues allí donde el sujeto ubica la causa de su conducta –la conciencia– el sujeto no está y donde la causa está –en el inconsciente– su acceso le estará vedado.

Será estéril entonces toda búsqueda de la conciencia de si como plenitud del sujeto, pues como enseña Lacan en uno de sus habituales juegos de palabras, el je me connais (yo me conozco), es en realidad je méconnaisse (yo desconozco) y en consecuencia el acto mismo del connaître, (conocer), es en la práctica méconnaître (desconocer) y así todo connaissance (conocimiento) será siempre sinónimo de méconnaissance (desconocimiento). Este radical descentramiento del sujeto, resultado de una spaltung –escisión–, entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación, convierte al ser carente de ser, estructura de deseo como deseo del deseo del Otro, carencia constituyente que determina que la relación con sus objetos estará estructuralmente opacada, ya que apuntará su deseo sobre la carencia de otro ser carente. Y allí nace el malestar en la cultura, la inadecuación del sujeto consigo mismo y con la caída de la verdad como intencionalidad de la conciencia, la correlativa imposibilidad del sujeto de acceder al significado de su existencia, salvo bajo la impronta infeliz del ser para la muerte. En suma, la felicidad no es un valor cultural, el plan de la Creación no incluye el propósito que el hombre sea feliz y el principio de placer que nos conmina a ser felices es imposible, ya que el precio que el hombre debe pagar por su evolución cultural es precisamente ese “malestar” que sellará con su impronta infeliz toda la vida del hombre.

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Veinte Manzanas

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