El precio de una cosa, como siempre explicamos, depende de su escasez relativa. Pero, aunque jurídicamente el dólar sea una cosa, también en la práctica es una moneda, lo que quiere decir que es un medio de pago que se puede utilizar con fines transaccionales y también como reserva de valor.
Si lo pensamos como una cosa no tiene mucho sentido que suba su precio en relación con el resto de los bienes, a menos que cambie su escasez relativa. Los tomates, por caso, aumentaron 52% en octubre por dos razones; la primera es que la gente come mas ensaladas a medida que se acerca el verano, pero lo mas importante es que se cayó la oferta: hay menos tomates y por lo tanto el kilo pasó de $114 a $174. Cuanto vuelva la oferta se desmoronará el precio, como se desploman los alquileres en la costa después de la temporada. En el hipotético escenario de que por conductas especulativas de los comerciantes no bajen los tomates, su alto precio incentivará la producción hasta el punto en que sobren para hacer dulce, a menos que el salto de precio tuviera que ver con el encarecimiento de algún costo de producción.
Ahora volvamos al dólar y pensémoslo como una moneda; o sea como un intermediario simbólico sin valor intrínseco que deriva su atractivo de la aceptación generalizada a cambio de otras cosas. Aquí es donde se esconde la relación entre el dólar y los precios, porque si no cambia la escasez relativa entre las distintas cosas no tiene lógica que cambie la relación de precios entre el dólar y los bienes. Sin embargo, en Argentina el dólar subió 119% en lo que va del 2020, mientras que en promedio los bienes y servicios de la economía treparon solo 27%.
Dicho de otro modo, cualquier cosa medida en dólares está regalada en nuestro país. La consultora Focus Market, acaba de publicar un informe en el que compara precios en la región y demuestra que, por ejemplo, el mismo celular, puede ser comprado con 777 dólares en Chile y 728 en Brasil, cuesta 590 en Argentina, mientras que un jean de primera marca por el que se paga 35 dólares en tierra de los cariocas y 48 en el país transandino, cuesta solo 21 billetes americanos aquí.
La mayor parte de esta inconsistencia está explicada por la brecha del 100% con el dólar oficial, lo que demuestra que, medidos al tipo de cambio del Banco Nación, somos mas caros que los vecinos, pero al Blue somos mas baratos.
Los salarios están incluso más golpeados puesto que no solo pierden en dólares sino también contra la inflación, lo que implica que los bienes más intensivos en mano de obra, como los servicios, estén incluso más baratos que en los países limítrofes si se los mide al tipo de cambio oficial. Por ejemplo, según el mismo informe citado, un almuerzo para cuatro personas, con bebida y postre sale 20 dólares en Buenos Aires, pero 39 en Brasil y 78 en Uruguay, lo que prácticamente nos deja empatados con Rio de Janeiro, pero mucho mas baratos que Montevideo, si dividimos los precios de esos países por dos, para descontar la brecha del 100%.
Desde el punto de vista monetario, lo que ocurrió es que el Banco Central aumentó el circulante 46% y sus pasivos remunerados (leliqs y pases) 78%, sin que se incremente la demanda transaccional, en un país inflacionario en el que tampoco el público está dispuesto a mantener todos los pesos que no necesita para sus operaciones. Se trata de un equilibrio delicado, en el que la demanda de dinero como reserva de valor es una apuesta entre la certeza de la tasa que puede pagar quedarse en pesos (hoy 44% TEA para depósitos menores a 1 millón y 40% para los mas grandes) y el riesgo de una devaluación, en un contexto en el que el tipo de cambio oficial corrió al 39,6% TEA en los últimos 30 días, pero el paralelo se movió al 53% TEA y lo peor de todo es que lo hizo con una gran varianza, operando en el mes con un brecha de $46 entre el máximo y el mínimo, lo que hace que la estimación del retorno esperado de quedarse en pesos no solo sea negativa, sino que la tasa tiene que ser incluso mas alta para cubrir el riesgo más alto que implica una mayor varianza.
En otras palabras; no hay razones transaccionales para demandar mas pesos, porque la economía opera aún por debajo del nivel pre-pandemia, pero además tampoco resulta atractivo quedarse con los billetes como reserva de valor, porque como ilustran los siguientes gráficos, no solo la tasa de depreciación oficial es mayor a la que pagan los plazos fijos, sino que la paralela es mucho mas alta y volátil. Cierto es que hubo cuatro oportunidades en que dicha volatilidad jugó en contra de los que apostaron por dólares alternativos, pero punta punta el contado con liqui rindió 92% en los últimos 12 meses y en promedio el que compró todos los días 100 dólares y los vendió un mes después, ganó 360% en el 2020.
Entonces, aunque el dólar oficial visto como una cosa está barato y el paralelo caro, en relación a los demás bienes, lo cual explica la fuerte demanda de importaciones, pero también la de bienes sustitutos como los ladrillos, o los automotores, no puede descartarse un mayor deterioro del peso, como moneda y que por lo tanto aumente la demanda de reservas de valor alternativas, si por hundimiento de la demanda transaccional o por mayor emisión, sobran pesos y las tasas no tientan a los ahorristas ni les cubren el riesgo de una mayor volatilidad en el valor de los pesos.
Publicado el 16 de noviembre de 2020 en Clase Media, el newsletter de Martín Tetaz.