En la victoria, conducción centralizada. En la derrota, dispersión y guerra civil peronista. Así como se cuadra y sigue al jefe, cuando hay herencia vacante los vientos de la Fronda estremecen al movimiento, diluyen jerarquías, amenazan liderazgos.
El justicialismo hoy deambula, desorientado como nunca antes. Ni siquiera la pérdida del invicto electoral ante Alfonsín en 1983 lo desarticuló a este punto.
Mientras el kirchnerismo fracasaba en su convocatoria a la Marcha de la Resistencia, el senador Miguel Pichetto la deslegitimaba: “el concepto resistencia no es propio de un sistema democrático en donde el pueblo ha votado”. Desde el Senado, Pichetto negocia y vota. Desde Diputados, el kirchnerismo intenta bloquear y seguir con su plan destituyente. Los gobernadores claman por fondos federales y en el PJ no se reconocen primacías.
Acaso esté tocando su punto máximo la posibilidad que permite al peronismo ser keynesiano, neoliberal, estatista, privatizador, partidario del complejo industrial-militar, de la globalización o las tercerizaciones. El reino del empleo formal o la selva del servicio en negro. Combatiendo al capital, aplaudiendo al inversor o –como en la última experiencia- divinizando el subsidio a patrones y excluidos para no producir. Tanta vuelta marea a cualquiera y nadie contesta con facilidad la pregunta más obvia: ¿Qué oferta tenemos para la sociedad?
Tampoco el peronismo se había acostumbrado tanto a controlar los recursos del Estado: desde 1989 maneja el país –con la excepción de dos años de la Alianza- y el año próximo hubiera cumplido treinta años de gobierno en la provincia de Buenos Aires.
1983 fue una catástrofe pero el peronismo no entregó el poder. Simplemente, siguió en el llano. La derrota de 1999 fue parcial: el PJ retuvo la provincia de Buenos Aires y buena parte de las intendencias del conurbano.
2015 es el tercer momento en que el peronismo pierde la elección nacional. Pero es la primera vez en la historia entrega a un rival la conducción de la provincia.
Para colmo, el kirchnerismo fue un maná de cargos: las retenciones a una soja millonaria permitían multiplicar nombramientos, aportes, remesas. El peronismo se acostumbró a una caja bien provista. Los grifos del tesoro nacional y de la provincia de Buenos Aires se han cerrado.
Acaso los sindicalistas lo advirtieron antes que nadie. Sus fondos se van convirtiendo en la principal posibilidad de financiamiento de un movimiento que ha perdido las llaves del cofre.
A su modo, los gremios intentan mostrar su recambio. Las viejas figuras siguen, pero los líderes de las tres centrales obreras han dado un paso al costado. Un comienzo modesto, pero un signo al fin.
El paraguas Bergoglio
Mientras se dirimen supremacías, el paraguas será Bergoglio. Muy popular y suficientemente lejano. Ideal para el nuevo discurso: “el peronismo no es el liberalismo de los noventa ni el kirchnerismo. El peronismo sigue hoy como siempre el pensamiento de Perón y la doctrina social de la Iglesia, que hoy ilumina desde Roma nuestro querido Francisco”.
La flamante revista Movimiento 21 lo dice con todas las letras. Un intento interesante: en sus páginas –y en el acto inaugural del Club Español– había peronistas de diversos orígenes y pelajes. Peronista del PJ y del Frente Renovador. De todo, salvo kirchnerismo.
Pero no todo el peronismo coincide con la idea de alejar al cristinismo. La ex presidente nuclea un estado mayor de poco arrastre y volumen, incluyendo activos tóxicos para crecer en la opinión pública. Pero las encuestas muestran que CFK sostiene un caudal interesante. Pequeño para ganar pero suficiente para hacer perder.
Nadie tiene mayoría y todos sueñan con el bastón. El vértice del poder es demasiado angosto. Los kirchneristas más sagaces, no promueven ante sus pares recelosos la bandera de Cristina conducción. Se limitan a decir Veamos las encuestas, y llevemos al que tenga más votos. La candidata es hoy por hoy invendible, entonces sus amigos buscan establecer el principio antes que imponer el nombre.
En el kirchnerismo militan La Matanza y Avellaneda. Otro grupete de intendentes fuertes (Lomas de Zamora con San Martín y otros bastiones conurbanos). Algunos piensan en Randazzo. Alguno en Scioli. Muchos en sí mismos. ¿Por qué darle todo el poder a quien es mi par y no convoca más que yo? El riesgo de ir al comicio partido en varios pedazos no tiene muchos antecedentes. Pero ya pasó en 1985 y en 2003.
El peronismo afronta, entonces, variados dilemas. Si CFK va por afuera, el peronismo sufre una hemorragia y achica su posibilidad de victoria. Pero si se une, Sergio Massa no puede, hoy, aceptar una alianza: la mayoría de sus votantes potenciales tienen buena imagen de Macri y mala de CFK.
Hay peronistas conurbanos que quieren un acuerdo total. Esto aleja a Massa, pero también a quienes creen que CFK constituye un ancla demasiado pesada. Muchos irían con Massa, pero otros no lo aceptan. Es decir: están los que quieren ir todos juntos, los que quieren ir juntos sin CFK, los que quieren ir sin Massa….La lista es compleja. ¿Cómo saldarlo? Con votos. Por lo tanto, la elección del 2017 elegirá varias cosas. Entre otras, será una interna peronista tan decisiva como la de 1983.
Operativo Retorno
El peronismo no discute –a diferencia del resto de las organizaciones– las razones de la derrota sino las chances de lo porvenir. Que debe hacer para regresar al poder.
La obsesión es el poder: ¿qué hacer para volver rápido? En el ADN justicialista vive el Operativo Retorno, aquel objetivo vigente durante los diecisiete años que van desde 1955 hasta 1972, cuando Perón regresó por primera vez. El segundo retorno –el definitivo– fue salvaje. Cada fuerza del peronismo intentaba mostrarle a Perón su propia capacidad de organización. Como la interna no se había dirimido, terminó a los tiros.
Apenas la UCR lo doblegó en 1983 gran parte del peronismo advirtió que debía democratizarse o resignarse a seguir perdiendo. Copió hasta el nombre del alfonsinismo: el Movimiento de Renovación y Cambio mutó en la Renovación Peronista. Su emblema fue Antonio Cafiero. Duró lo que un lirio: en 1985 sacó 26 por ciento de los votos contra el 9 del PJ oficial y con eso llegó a la gobernación en 1987. Lideró la única elección interna con voto directo de los afiliados en 1988. Menem lo desbancó y nunca más hubo comicios internos con voto directo. No va ya a ser cosa que el aparato vuelva a falllar.
Ese peronismo utilizó mecanismos impropios de la convivencia para taladrar a Alfonsín y diez años después asestó el empujón final al vacilante De la Rúa. La cuestión, hoy, es saber si está dispuesto a prácticas destituyentes –que empuja el kirchnerismo– o si admite que no debe hacerlo. O simplemente no puede, porque no está saldada la orientación interna ni el liderazgo.
Los gobernadores justicialistas están desarrollando una política de cercanía con el oficialismo, con la inestimable coordinación de Pichetto. “Vos tenés que darme a mí así yo reparto y evito que los compañeros se vayan con los que quieren voltearte”. Con habilidad sin par, el peronismo teje y teje. Lo mismo hizo Menem desde La Rioja en 1983: se acercó al calor oficial hasta que cobró fuerza para desafiarlo. Y terminar venciéndolo. Es el método sindical: cada uno habla con un ministro, con alguien influyente. En cuanto alguno consigue pique, todos arremeten sobre la brecha. Van vaciando las cajas estatales, con los cuales recomponen liderazgos que tambalean en muchos municipios y provincias.
Al final del camino, todos volverán a juntarse. Las tribus peronistas siempre se juntan. Un sacrificio ceremonial al líder del pasado para entrar en el nuevo tiempo purificado.