Una película bizarra de Steven Soderbergh sobre los abogados detrás del escándalo de los Panamá Papers.
Si en una película nos dicen que va a actuar Gary Oldman, Meryl Streep y Antonio Banderas y que aparte la dirige Steven Soderbergh, uno la quiere ver. Bueno vimos La lavandería.
Comienza de manera estimulante. La lavandería alude al lavado de dinero Oldman y Banderas hacen de presentadores extravagantes y elegantes puestos como en un lujoso musical de Hollywood. Le hablan al espectador y tienen como misión ser el recurso didáctico para contar el mundo de los paraísos fiscales, específicamente el escándalo de los Panamá Papers, la filtración de documentación sobre personalidades mundiales que contrataban al bufete de abogados Mossack – Fonseca en Panamá para evadir impuestos o lavar dinero de la corrupción a través de empresas fantasmas.
Meryl Streep es una señora estadounidense que tiene que cobrar un seguro y es víctima de la estafa en cadena que lleva una de estas empresas gaseosas.
La película tiene entonces a Mossack y Fonseca a lo Bond, en fastuosos planos secuencias parodiando a simpáticos delincuentes de guante blanco; a Meryl Streep haciendo un papel costumbrista de una abuela mansa pero libre que busca la verdad en un océano de artilugios financieros. Todo esto dentro de una estética kitsch que caricaturiza y afea la naturaleza codiciosa del dinero. Las Vegas, Miami, el Caribe, Brasil, China. El lujo como algo mersa.
Una película bizarra e inconexa en el que le pidieron demasiado en el final a la buena de Meryl Streep.