El partido entre Independiente y Universidad de Chile, por la Copa Sudamericana, quedó marcado como una de las noches más violentas que recuerde el fútbol sudamericano en los últimos años. Lo que debía ser un espectáculo deportivo terminó convertido en un campo de batalla: un estadio cercado por la barbarie, con decenas de heridos, más de un centenar de detenidos y un clima de estupor que volvió a poner en el centro del debate la relación entre deporte, violencia y sociedad.
El encuentro se suspendió al inicio del segundo tiempo, cuando la tribuna visitante inició una escalada de violencia. Según informó El País, los hinchas de la U. de Chile “arrancaron butacas, arrojaron inodoros y pedazos de mampostería hacia la parcialidad local”. El estadio Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini se convirtió en una trampa: la violencia creció y el ritual deportivo colapsó.
El paso siguiente fue aún más brutal. Barrabravas de Independiente irrumpieron en la tribuna rival y atacaron directamente a los hinchas chilenos. Imágenes que circularon en redes y medios mostraron golpes, desnudamientos forzados y hasta empujones al vacío. El saldo de la noche fue devastador.
El propio presidente de Chile, Gabriel Boric, repudió lo ocurrido: “Es inaceptable que un espectáculo deportivo se transforme en un escenario de violencia tan brutal. Exigimos garantías de seguridad para nuestros compatriotas”. La reacción diplomática marcó la magnitud del episodio: el vandalismo futbolero dejó de ser un problema local para convertirse en un asunto internacional.
La tragedia en Avellaneda debe entenderse como un espejo de la sociedad. No se trata solo de barras ni de protocolos fallidos: se trata de cómo convivimos con la pasión y de cuánto estamos dispuestos a justificar en nombre del color y la identidad futbolera. Una cultura que asocia pertenencia con violencia, que convierte al otro en enemigo y que desnaturaliza el valor de la vida misma.
El fútbol, motor de alegrías populares, no puede seguir siendo rehén de la barbarie. La sociedad argentina -y también la chilena- necesita respuestas urgentes. Como advirtió un editorial de La Tercera, “lo que ocurrió en Avellaneda fue una señal de alarma: sin cambios profundos, el espectáculo deportivo seguirá condenado a repetirse como tragedia”.
Publicado en Clarín el 23 de agosto de 2025.
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