¿Estamos con Milei frente a un político menor y a un gobierno ‘de tiro corto’ amenazado por el estrecho margen operativo en el frente cambiario y cercado por la precariedad de sus alianzas, que tienen mucho de cartoneo político, como apuntó coloridamente Ignacio Zuleta?
¿O estamos atravesando una reconfiguración del régimen político definido por el éxito de un outsider que ha generado un nuevo guión cultural que permitirá dejar atrás las largas cuatro décadas de frustraciones con la democracia inaugurada en 1983?
Confrontado con la experiencia del primer bienio de Milei, en mi reciente participación en el Congreso de Ciencia Política en Rosario, e inspirándome en las clases que tomé con Hannah Arendt en la universidad de Cornell hace ya sesenta años, exploré una interpretación que va en otra dirección.
La filósofa alemana subrayaba, a propósito de la realidad de los países del norte de Occidente en la segunda posguerra, que la política es un mecanismo muy delicado que se encontraba en riesgo en la sociedad de masas caracterizada por el aislamiento y la “falta de relaciones normales”.
Trasladando esa imagen a nuestro país, ¿cuál fue, a pesar de la inestabilidad institucional previa, la normalidad de la Argentina que se quebró hace ya más de cincuenta años? Resulta paradójico que la Argentina, habiendo atravesado seis golpes militares exitosos a partir de 1930, durante décadas hubiera logrado transitar un curso de relativa “normalidad” desde principios del siglo XX.
Esa Argentina normal excluyó a muy pocos –principalmente los miembros de las reducidas comunidades originarias del sur y del norte del país- y se transformó en una sociedad plenamente integrada apoyándose en la expansión de las áreas de igualdad generadas por la educación pública, el pleno empleo, la conscripción masculina, la densa infraestructura material que cubrió especialmente la región de la pampa húmeda y el efecto demostración de nutridas redes de científicos, intelectuales y artistas de calibre como los premios Nobel, Jorge Luis Borges, Nini Marshall, José Luis Romero y Marta Minujin.
Sin embargo, a raíz de la sucesión de fenómenos como la violencia política promovida por las organizaciones guerrilleras y el terrorismo de Estado, el Rodrigazo de 1975 y el consiguiente ingreso en un régimen de alta inflación –del que el país todavía no se ha apartado convincentemente– y el golpe de Marzo de 1976, la Argentina abandonó el curso seguido durante el siglo previo.
La consecuencia fue que la democracia de 1983 se topó con la destrucción de la Argentina normal y no ha podido lidiar satisfactoriamente con ese legado. El peligro sobre el cual nos advertía Arendt, esto es “…que la política se puede desvanecer totalmente en el mundo”, se está materializando en la Argentina.
Casi la mitad de la ciudadanía ha perdido el interés de participar en las elecciones, la gestión pública ha quedado hace tiempo a cargo de personajes abismalmente mediocres y algunos de los partidos relevantes de este período han desaparecido –como la Unión Cívica Radical y hace ya tiempo el Frepaso, Acción para la República y el ARI— mientras el PRO se está ofertando al mejor postor y el peronismo, ya inexistente como partido nacional, por primera vez en su historia parece transitar de la “larga agonía” que describía Tulio Halperín Donghi, a su estallido definitivo.
Todos ellos se revelaron incapaces de dejar atrás el patrón de derrumbes económicos y sociales que ha predominado en el último medio siglo. En este contexto, las funestas predicciones de Arendt –es decir, “la idea que la política es una fábrica de mentiras y decepciones entretejidos por intereses oscuros e ideologías aún más oscuras”– ha sido articulada exitosamente en los discursos de Milei, precisamente porque su atractivo descansa en la superioridad que, como señalaba la filósofa alemana, disfrutan los prejuicios sobre los argumentos en los tiempos de anormalidad.
El corolario del razonamiento de Arendt es demoledor; sostenía que “los prejuicios no son juicios, y por ende, no los podemos silenciar con argumentos. Ellos indican que hemos caído dentro de una situación en la cual no sabemos, o todavía no sabemos, como funcionar de un modo político”. El “todavía” del párrafo de la filósofa, quizás, abre una rendija de esperanza para que un país como el nuestro “se normalice”.
Los requisitos para que ello ocurra, empero, probablemente sean inalcanzables: una elite dirigente con sentido de Estado y la reversión del crecimiento de las redes de inseguridad/informalidad/ilegalidad que se han extendido sin cesar desde principios de este siglo y bajo Milei se expanden más aceleradamente en todo el país, salvo en Rosario, dada la retirada del Estado de algunas de sus funciones más básicas de protección social.
Publicado en Clarìn el 14 de agosto de 2025.
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